Una de las características esenciales del neoliberalismo es la austeridad del Estado; es decir, el recorte de los gastos para el funcionamiento del aparato de gobierno, así como la disminución del presupuesto para obras de infraestructura y para que la población pueda hacer realidad derechos sociales como vivienda, salud, esparcimiento y cultura.Este proceso que, de acuerdo con el marxista británico David Harvey bien puede denominarse "acumulación por desposesión", pudo instrumentarse en el mundo por el debilitamiento del bloque socialista en relación con el capitalismo occidental encabezado por Estados Unidos; dicho de otra manera, fue la expresión del cambio en la correlación de fuerzas entre los dos grandes bloques que configuraron la política mundial en el siglo XX.
Este proceso de crear un Estado barato no fue una idea que proviniera de la izquierda mundial o de las organizaciones de trabajadores, sino más bien fue una petición de las élites del planeta; querían un aparato estatal restringido a su mínima expresión, porque eso les permitiría, entre otras cosas, pagar menos impuestos.Todos los historiadores de la economía están de acuerdo en que, a partir del ascenso de Margaret Tatcher en la Gran Bretaña, y de Ronald Reagan en Estados Unidos, que fue el punto en el que el neoliberalismo triunfó a nivel mundial, inició un proceso de disminución de la carga tributaria para las grandes fortunas, lo que contribuyó poderosamente al aumento de la desigualdad social a escala planetaria.
Pues bien, estas reflexiones vienen a cuento porque, aunque el presidente Andrés Manuel López Obrador diga que su gobierno dejó atrás el neoliberalismo y que insista en endilgar los malos resultados de su gestión a los gobiernos neoliberales del pasado, la realidad es que está aplicando la misma política neoliberal que dice repudiar.Su "austeridad republicana" es la misma que sugirieron los ideólogos del capitalismo más descarnado, que eso es el neoliberalismo; con esa política de abaratar el gobierno, incluso a costa de perder a los mejores cerebros del país, que se han trasladado a la iniciativa privada, y de caer en la inoperatividad de las instituciones estatales, deben estar satisfechos Ricardo Salinas Pliego y Alfonso Romo, pero no las castigadas clases medias y bajas, es decir, las mayorías del país.
Con esa misma lógica neoliberal, López Obrador mantiene su postura de no aumentar los impuestos a las grandes fortunas del país.Pero como las cuentas ya no le salen para financiar sus programas sociales de corte claramente electorero y sus obras de infraestructura como el tren maya y la refinería de Dos Bocas, debe obtener dinero de otro lado.Primero acabaron con el fondo de estabilización, luego con los fideicomisos; ahora buscarán recursos económicos de donde puedan sacarlos sin importar si eso castiga o no el nivel de vida de los mexicanos pobres, como ya vimos la semana pasada cuando los diputados afines a la Cuarta Transformación aprobaron aumentar los impuestos a la telefonía celular e internet justo en estos tiempos de pandemia, cuando las familias más ocupan el servicio.
Ya lo dice la sabiduría popular, a la gente no hay que juzgarla por lo que dice, sino por lo que hace.Andrés Manuel López Obrador está aplicando una política neoliberal, con algunos rasgos populistas y de carácter marcadamente autoritario. El problema es que este collage político no sirve para superar los graves atrasos que padecemos; ojalá que todos lo tengamos en cuenta en las elecciones de 2021, pues puede ser la última oportunidad de detener a la 4T.
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