MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Del “que no me vengan a mí con que la ley es la ley”, al ¡uy qué miedo!

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En franco desafío y arrastrando las palabras por la ira ardiendo y la soberbia, el pasado 6 de abril, el presidente Andrés Manuel López Obrador, pronunció las históricas palabras que dan pie a la primera parte del título de este artículo: “Que no me vengan con que la ley es la ley”. 

No, pues faltaba menos, pareciera que por el sólo hecho de encabezar uno de los tres poderes de gobierno pudiera hacer y deshacer a su antojo las leyes que rigen la conducta y las acciones de todos los mexicanos. O sea, que todos debemos de mantener nuestra vida regida a reglas y leyes, menos él, como diría el cómico Manolín, “fíjate que suave”, pero también, como diría el apóstol Pablo, “los preceptos de ley, solo son cumplidos por los gentiles por naturaleza” o lo que es lo mismo, por los bien educados y portados y el presidente López Obrador, ha demostrado, que no es lo primero, pero tampoco lo segundo. 

Este suceso que hizo sonar las alarmas, de propios y extraños, tuvo lugar en el marco de la discusión de la Reforma Eléctrica y fue un llamado a los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) para votar a favor de una resolución más acorde con los deseos políticos, económicos y personales del primer mandatario. Con ello también trató de encausarlos a sus intereses, se atrevió a proferir: “Ahora vamos a ver, si son abogados que defienden el interés público, o son abogados patronales”.

Así, el titular del Poder Ejecutivo federal intenta presionar a los titulares del Poder Judicial. Si bien es cierto que algunas concesiones, laceran la economía, o el medio ambiente, lo es también, que, para poder deshacer un acuerdo, un contrato o más aún, una reforma constitucional, es necesario elaborar una nueva reforma para poder dar marcha atrás y no solo un simple deseo, por muy valedero (en caso de que lo sea) que pueda ser y, si hablamos de un acuerdo comercial internacional, ahí las cosas cambian, porque están regidos esos acuerdos a derechos internacionales y, su incumplimiento por las razones que sean, serán motivo de demandas, penalizaciones, aranceles y todo cuanto al derecho internacional se refiera. 

Y hablando de derechos internacionales, ante la postura de Estados Unidos y Canadá por las amenazas de AMLO de desconocer los acuerdos en materia energética y que pone en riesgo el Tratado de Libre Comercio (TLCAN) que conformaron desde hace ya más de 30 años, tanto Estados Unidos (EE. UU.), Canadá y México, el presidente López Obrador responde con una canción de su paisano Chico Ché, “Huy qué miedo”, con la que hace referencia de que no les tenemos ningún miedo a sus posibles y legales procedimientos sancionatorios. 

Recordemos que este tratado tiene como finalidad reducir los costos de importación y exportación, a través de eliminar aranceles, facilitar el intercambio comercial y, proteger derechos intelectuales, entre otras premisas. En el año 2017, se realizaron renegociaciones, que permitieran emparejar las condiciones de los tres países, como resultado de estos acuerdos, surgió el T-MEC. A pesar de que el gobierno peñanietista inició las negociaciones, fue el gobierno entrante, el de López Obrador, quien terminaría por aprobar y firmar los nuevos acuerdos. Pareciera, que un acuerdo de tal magnitud, firmado por tres grandes naciones, entre ellas EE. UU. (el país más poderoso y también el más belicoso) y Canadá y, por tratarse de un acuerdo global, el gobierno mexicano respetaría los acuerdos, que él mismo autorizó y que él mismo firmó.

Pero AMLO, cual bravucón de cantina, que ha perdido el control de la situación y que, busca distractores, ha tenido la ocurrencia de querer romper el T-MEC pasando olímpicamente por el arco del triunfo los acuerdos internacionales, que él mismo ratificó. Le importa un comino, que el tratado, al ser vinculante, está obligado a respetar todos los acuerdos, punto por punto. 

Ahora sale con que fue un acuerdo leonino y antipatriótico. Más delirante es imposible. Intentando concentrar la atención nacional, falta a la verdad y engaña a la población no politizada despertando un falso nacionalismo para unificar los criterios a su conveniencia y poniendo por ello en severo riesgo la economía de un México, que, necesitado de empleos, tiene la oportunidad de ser el gran maquilador de Norteamérica. 

No quiero, ni es mi deseo que se malentienda mi postura, no defiendo el T-MEC, el piso no es parejo para la clase trabajadora de los tres países, México es dónde los obreros perciben el salario más bajo, estamos hablando que el promedio anual es de 80 mil pesos y en el mejor de los casos puede alcanzar hasta los 100 mil pesos anuales. Mientras en Canadá, un obrero que realiza las mismas funciones, tiene un sueldo de 960 mil pesos anuales, casi 10 veces más. En los EE. UU. el obrero que realiza el mismo trabajo percibe un millón 168 mil pesos mexicanos en el mismo lapso, o sea, 14 veces más. Totalmente injusto e inequitativo. Pero ese no es un problema que vayan a resolvernos ni el gobierno de EE. UU. ni tampoco el de Canadá, ese es un asunto que tenemos que resolver la clase trabajadora y la clase empresarial, teniendo como garante al Gobierno federal.

El prestigio de México, su valor intrínseco, así como inmejorable posición geográfica, pueden verse severamente afectadas por los caprichos de un presidente que a leguas se le nota que no reacciona en tiempo y forma de acuerdo con la realidad.

Ahora, todos los objetivos del T-MEC, corren severos riesgos, la desgravación arancelaria, los derechos aduaneros, los productos distintivos, entre otros acuerdos más, como intercambio tecnológico, capacitación laboral, incluyendo la importación y exportación de productos básicos de primero, segundo y tercer orden, se ponen en duda de permanecer. Si de por sí, las inversiones extranjeras se detuvieron, desde la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM), así como la cancelación de la cervecera Constellacion Brands en Mexicali, que podemos esperar con este antipolítico comportamiento, en el mejor de los casos, ver cómo se retiran las empresas transnacionales del territorio mexicano.

Reitero, las condiciones no son igualitarias entre los tres países, es cierto que México pone mano de obra barata, que entrega una gran cantidad de recursos naturales, así como recibe una gran cantidad de basura industrializada, somos los menos afortunados en este acuerdo, pero nos permite tener más fuentes de trabajo, acceso a mayor diversidad de productos, así como exige una constante preparación de la clase trabajadora. 

La verdad sea dicha, a nadie sorprende la actitud beligerante del inquilino de Palacio Nacional, desde su arribo a la política, siempre ha mantenido su mismo perfil de golpeador, de desestabilizador, nunca ha podido pasar de porro universitario, a estadista de la nación y, eso lo sabemos todos, propios y extraños. Por eso es necesario levantar la voz y decir que exigimos que la nación sea conducida por razonamientos lógicos y, no por ocurrencias mañaneras, que los tres poderes del país se coordinen en beneficio de todo México y, no solo de un partido en el poder y sus titiriteros (léase el establishment), que las condiciones laborales se vayan equilibrando, teniendo los mexicanos mejores salarios que les permitan tener una vida más digna.

Ningún acuerdo, por muy internacional que sea, puede estar sobre la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y tampoco por sobre las leyes que de ella emanan, pero tampoco nadie, absolutamente nadie, defeca en el mismo plato donde come, a menos que sea un loco. Y solo a un loco se le ocurre pelear con nuestro principal socio comercial. ¡Uy qué miedo!

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