Desde que surgió el sistema capitalista el asunto de la vivienda para los trabajadores fue siempre un mercado más para obtener riquezas a como dé lugar y la habitación de los proletarios una mercancía destinada a exprimir sus escasos ingresos. Es un problema antiquísimo que sigue presentando hoy en el mundo las mismas características fundamentales; ya desde el siglo XVII había denuncias de una situación horrible en las viviendas del pueblo bajo inglés, en tanto que la ciencia económica, desde mediados del siglo XIX, estableció claramente las siguientes características del sistema burgués –conocimiento por demás accesible a cualquier estudiante serio de Economía Política-: las viviendas del pueblo pobre están situadas en los alrededores de las fábricas y de las ciudades, no en sus centros ni en las zonas donde viven los ricos (obviedad que tiene caso repetir); la extensión de las grandes ciudades modernas da a los terrenos, sobre todo en los mejores barrios y el centro, un valor artificial, a veces desmesuradamente elevado; los edificios ya construidos sobre esos terrenos, lo mismo que las casas de obreros, son derribados para construir en su lugar tiendas, almacenes o edificios públicos; todo está destinado para la estafa y el enriquecimiento privado. Esa misma ciencia desde aquéllos tiempos ha demostrado que el resultado es que los obreros van siendo desplazados del centro a la periferia; que las viviendas obreras y, en general, las viviendas pequeñas, son cada vez más escasas y más caras, llegando en muchos casos a ser imposible hallar una casa de ese tipo, pues en tales condiciones, la industria de la construcción encuentra en la edificación de casas de alquiler elevado un campo de especulación infinitamente más favorable, y solamente por excepción construye casas para obreros. Este desarrollo de la vivienda obrera, su movimiento a lo largo de la historia del capitalismo rapaz, pues, tiene causas económicas profundas: la dinámica de la vivienda obrera se ajusta a leyes económicas de la sociedad que son independientes de la conciencia, y la principal se deriva de la explotación del trabajador y de la injusta distribución de la riqueza, que son inseparables de este sistema: para que la riqueza esté concentrada en pocas manos, como sucede hoy día, tiene que faltar en muchas manos, y la vivienda no se escapa de esta forma en que existe la sociedad actual. Esta manera de entender el problema quedaría borrado de un plumazo si usted, amigo lector, declarara, como lo hizo el presidente López Obrador, que ni la explotación ni el capitalismo existen (¡ya decretó que el neoliberalismo "se acabó"!). Entonces, si así piensa usted, no tiene caso que siga leyendo, pero si la curiosidad le gana, sea bienvenido, y disculpe la extensión, pero el tema no es para menos.
Si continúa, le recordaré que la ciencia de la Economía Política desde el siglo XIX demostró que la carencia de vivienda o su existencia en lamentables condiciones para los trabajadores es un producto necesario del régimen social burgués; que no podría existir sin penuria de la vivienda una sociedad en la cual la gran masa trabajadora no puede contar más que con un salario y, por tanto, exclusivamente con la suma de medios indispensables para su existencia y para la reproducción de su especie (porque eso es precisamente el salario); una sociedad donde los perfeccionamientos de la maquinaria, etc., privan continuamente de trabajo a masas de obreros; donde el retorno regular de violentas fluctuaciones industriales (crisis económicas) condiciona, por un lado, la existencia de un gran ejército de reserva de obreros desocupados y, por otro lado, echa a la calle periódicamente a grandes masas de obreros sin trabajo; donde los trabajadores se amontonan en las grandes ciudades y de hecho mucho más de prisa de lo que, en las circunstancias presentes se edifica para ellos, de suerte que pueden siempre encontrarse arrendatarios para la más infecta de las pocilgas; en fin, una sociedad en la cual el propietario de millares de casas tiene, en su calidad de capitalista, no solamente el derecho, sino también, en cierta medida y a causa de la concurrencia, hasta el deber de exigir sin consideración los alquileres más elevados (y, permítame agregar, los cobros de intereses inmobiliarios más espeluznantes). En semejante sociedad, la penuria de la vivienda no es en modo alguno producto del azar; es una institución necesaria que no podrá desaparecer, con sus repercusiones sobre la salud, etc. (Engels, 1872).
Luego de cinco décadas de implantado el sistema del New Deal ("nuevo trato") por el imperialismo en la década de 1930, que dio a los trabajadores un respiro -y la ilusión de que el capitalismo no era tan malo como pensaban—, con la caída de la Unión Soviética (1991) ya no había necesidad del "nuevo trato", ya no había necesidad de aparentar, por lo que los capitalistas se quitaron la careta y retomaron el liberalismo que siempre los caracterizó, sólo que ahora le llamaron "neoliberalismo", es decir, la forma de ser y pensar de los capitalistas modernos. Con el "nuevo trato" hecho trizas, se incrementó la penuria de la vivienda a grado tal que la última gran crisis capitalista (2008) que sufrió el mundo se manifestó como una crisis inmobiliaria, que no fue otra cosa sino la imposibilidad real de millones de trabajadores de pagar su vivienda. Si el New Deal había creado en México al Infonavit y al Fovissste, ya sin la amenaza de que el ejemplo de la Unión Soviética conquistara la mente y el corazón de los trabajadores mexicanos, los capitalistas modernos, con todo el poder político bajo su control (la Comisión Nacional de Salarios Mínimos y los Consejos de Administración de ambas instituciones), ahogaron a los trabajadores con salarios en extremo bajos y sofocaron a esas instituciones hasta transformarlas en meras agencias de venta de casas de empresas privadas, para dejar de nuevo el camino libre al mercado capitalista de la vivienda. Resultado: cinco millones de viviendas abandonadas en México (tan sólo en Hermosillo, capital de Sonora, se reportan 40 mil, o sea, una de cada cinco existentes), en tanto que la demanda anual en el país es de 633 mil viviendas nuevas y el rezago hasta 2017 era de ¡14 millones! Esta es la verdadera cara del capitalismo rapaz.
En la raíz de este monstruoso problema de los trabajadores mexicanos, pues, se encuentra un sistema económico que funciona sólo por la ganancia, que pone por delante la ganancia antes que la vivienda digna y decorosa de que habla la Constitución Mexicana. En palabras de buzos (867), "Problemas como la incapacidad para adquirir una vivienda; su pérdida al no poder pagarla; el abandono de cientos de miles de casas de interés social, confiscadas para ser revendidas; el contubernio entre las instituciones de gobierno y el sector privado para producir casas, convirtiendo los programas de beneficio a la población en un negocio lucrativo; y la modificación de las leyes de desarrollo urbano a favor de intereses empresariales son fenómenos íntimamente ligados" a la crisis inmobiliaria. Pero los burgueses modernos y sus ideólogos, escritores y defensores, no se atreven en modo alguno a explicar la penuria de la vivienda por razón de las condiciones actuales. No les conviene explicar el desastre como consecuencia de su voracidad. No les queda, pues, otra manera de explicarla que por medio de sermones sobre la maldad de los hombres y su corrupción, no pueden hacer otra cosa más que predicar moral a los capitalistas...es decir, a sí mismos.
¡Y qué predica el presidente López Obrador? Eso exactamente, con variaciones de forma y circunstancia, pero lo mismo. En otra de sus "espectaculares" declaraciones para atrapar la simpatía de los mexicanos, con motivo de la 118 Asamblea General del Infonavit, el pasado 30 de abril, sostuvo que muchos de los excesos cometidos en los créditos y la construcción de viviendas "huevito" en zonas inadecuadas o muy alejadas de los centros de trabajo, "donde nadie se va a ir a vivir" eran "esquemas de corrupción" y prometió una "nueva política nacional de vivienda". Nosotros no negamos que exista la corrupción, pero eso no basta para explicar un problema estructural. Así nada más: "esquemas de corrupción": ¿Y todo el desarrollo del pensamiento económico profundo de siglos qué?, ¡a la basura la ciencia! López Obrador oculta a los trabajadores el fruto del pensamiento social, la principal herramienta ideológica de su propia liberación. Dijo que hay vínculos entre los políticos y las inmobiliarias para que se hicieran las construcciones en esas áreas, pero "eso se acabó", porque se va a limpiar de corrupción la política de vivienda. ¿Cómo? Con "austeridad", "nada de malos manejos" y "con más eficiencia". ¿De veras creerán los trabajadores que con que los "austeros" funcionarios ganen menos las casas que los capitalistas venden a precio de oro bajarán su precio? Pues aunque usted no lo crea, el engañoso presidente asegura que "así nos va a rendir el presupuesto y se va hacer más con menos, todo en beneficio de los trabajadores". El embustero presidente también asegura que "celebra" que se logren acuerdos en beneficio de los trabajadores entre el sector empresarial, obrero y público, o sea, celebra que continúe vigente el mismo esquema que ha conducido al enriquecimiento de unos cuantos, a la pobreza y la penuria de la vivienda de las mayorías, con la complicidad de las cúpulas de los sindicatos charros en los organismos de dirección del Infonavit y del Fovissste, ¡así nomás! ¿Cambios estructurales? ¿impuestos a los ricos? Nada de eso. ¿Incorporación de las organizaciones populares e independientes a los organismos de dirección de las instituciones mencionadas? ¡Menos, si lo que pretende es extinguirlas! En realidad, la "mala planeación" en la construcción de casas de interés social fue bien planeada para garantizar la ganancia capitalista, y eso lo oculta López Obrador. La "ineficiencia" de las viviendas "huevito" ha sido por décadas un eficiente sistema de enriquecimiento capitalista a costa de los trabajadores. Eso es lo que celebra. La "mala planeación" y la "ineficiencia" de décadas en materia de vivienda en México responden a las leyes económicas del capitalismo y el presidente evita explicarlo así, llenándose la boca de embustes. Así, cuando López Obrador "da instrucciones" -que presenta como grandes logros de su Presidencia- de que se prohíban los desalojos y se den facilidades a los derechohabientes para que puedan ponerse al día y paguen sus escrituras ("Programa de Responsabilidad Compartida"), en realidad se trata de otro engaño porque sólo podrán ser "responsables" los que ganen al menos cuatro salarios mínimos, tengan más de 40 años de edad y no hayan dejado de pagar durante 24 mensualidades, sin interrupción (¡!) ¡Pero si hay tantas decenas de miles de casas abandonadas es precisamente porque los que las dejaron no pueden cumplir estos requisitos, porque "pagan y pagan y no terminan de liquidar su vivienda" hasta que ya no pueden más! El señor no concluye, como sería lógico, que si los constructores privados ya recibieron varias veces el pago del inmueble lo más justo sería que ya no cobrarán; pero eso no le importa, a ellos no los toca, aunque tenga todo el poder del Estado para investigarlo y hacer justicia. No, el Estado es para proteger intereses que no son los de los trabajadores, a quienes simplemente les pide que "sean responsables" y vuelvan a pagar. ¿No que primero los pobres? Otro embuste. Pero además, no hace referencia ninguna a los miles de familias que habitan casas de Infonavit o Fovissste y no son derechohabientes. Esas están en una situación peor porque carecen de derechos de manera total. Para ellos, los más pobres, López Obrador no dice nada. Se queda callado porque no le conviene. Y si les diera alguna oportunidad ¿qué les propondría? No podrá ser otra cosa más que el mismo esquema anterior: paga, paga y paga, aunque el capitalista ya haya recuperado su inversión y obtenido una jugosa ganancia. Seguramente los pobres querrán hacerlo, pues requieren de certeza jurídica para no ser desalojados, pero no cumplen los requisitos para ser "responsables", y no tienen ninguna garantía hasta el momento de no ser nuevas víctimas de los mismos esquemas de "reestructuración" que han conducido a esta terrible crisis. Así que, si el susodicho programa falla, no será por culpa de los capitalistas, ni de su gobierno, sino de los "irresponsables trabajadores" que, tercamente, no "comparten" los embustes de López Obrador.
0 Comentarios:
Dejar un Comentario