A lo largo de la historia humana, el papel de la mujer ha sido trascendente y muy diverso. En la comunidad primitiva reinó el matriarcado y la vida social giraba en torno a las actividades que la mujer realizaba. Como dice Federico Engels en su obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, la mujer era quien finalmente determinaba la continuación de la especie y, por tanto, la descendencia y la herencia de bienes sólo contaban por línea materna. La mujer se encargaba de cultivar y proporcionar los alimentos vegetales para la familia, desempeñando entonces el papel principal en el terreno económico, regulaba también la vida social y, por tanto, ejercía el poder. Así las cosas, la influencia de los lazos de parentesco materno constituían el eje central de aquellas tribus.
Posteriormente, aparece la propiedad privada y la comunidad primitiva es sustituida por el esclavismo. El régimen familiar queda completamente sometido a las relaciones de propiedad. Con arreglo a la nueva división del trabajo dentro de la familia, correspondía al hombre procurar la alimentación y los instrumentos de trabajo necesarios para ello. El hombre fue adquiriendo en la familia una posición más importante que la mujer: los hijos y los bienes pertenecían ahora al padre. Surge el patriarcado y quedaron abolidos la filiación y el derecho hereditario maternos, lo que significó la gran derrota histórica del sexo femenino en el mundo. La mujer fue separada de la producción social y relegada exclusivamente al ámbito doméstico.
Desde entonces, la mujer ha sido humillada por el predominio del hombre y la competencia de las esclavas. Léase en la "Odisea" cómo Telémaco interrumpe a su madre y le impone silencio. Los vencedores aplacan sus apetitos sexuales en las jóvenes capturadas: los jefes elegían para sí, por turno y conforme a su categoría, a las más hermosas. En cuanto a la mujer legítima, se exige de ella que tolere todo esto y, a la vez, guarde una castidad y una fidelidad conyugal rigurosa. En el régimen de Atenas las doncellas no aprendían sino a hilar, tejer y coser, a lo sumo a leer y escribir. Prácticamente eran cautivas y sólo tenían trato con otras mujeres. Su habitación era un aposento separado, sito en el piso alto o detrás de la casa. Las mujeres no salían sin que las acompañase una esclava y dentro de la casa se veían sometidas a vigilancia. Eurípides nos dice que se designaba a la mujer como un “oikurema” (cosa destinada al hogar), y, fuera de la procreación de los hijos, no era para el ateniense sino la criada principal.
Con el agotamiento del sistema esclavista surge el feudalismo, sin embargo, la mujer siguió siendo vista como un ente pasivo, sin poder de decisión, absorta en los deberes familiares, confinada al hogar y totalmente subordinada al hombre, relegándola cada vez más a las labores domésticas. Sin importar la casta a la que perteneciera, la mujer asumió el papel que la Iglesia determinaba. Si bien se fue incorporando en las actividades sociales a través de la educación, lo cierto es que se pretendía arraigar en ella sólo principios religiosos y hábitos de devoción. Fuera de ello, la participación de la mujer en el ámbito público o privado, era muy restringida o casi nula.
El sistema capitalista suprime al viejo sistema feudal en interés de la incesante acumulación de capital. La clase burguesa asciende al poder. Movida entonces, no por el deseo justiciero de restablecer los derechos de la mujer ni de crear condiciones favorables para su desarrollo, sino obedeciendo a su insaciable sed de ganancia, la burguesía nuevamente incorpora a la mujer a las actividades productivas en la sociedad moderna.
En México, por ejemplo, en 1953 las mujeres pudieron expresar su opinión electoral a través del voto. Adquieren derechos civiles y políticos conforme a las reformas de los artículos cuatro, 34 y 35 constitucionales donde se otorgan a la mujer los mismos derechos y libertades que al hombre. Conquista nuevos espacios en la sociedad mexicana, incrementa su participación económica, política, laboral y académica, ocupando importantes puestos de dirección en los ámbitos público y privado. Sin duda, el papel de la mujer es, hoy en día, determinante en el desarrollo de nuestro país.
Así las cosas, en 1975 la Organización de las Naciones Unidas (ONU) establece el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer a favor de su participación social en igualdad con el hombre. Pero que nadie se engañe, bajo un régimen de explotación como el capitalista no es posible acabar con la opresión que existe contra la mujer.
La realidad se impone ante semejantes logros: la incorporación activa de la mujer en todas las esferas de la sociedad moderna, la hacen, junto al hombre, víctima de los estragos del sistema de explotación capitalista imperante en el mundo; pobreza, salarios de hambre, desigualdad económica, desempleo, malas condiciones de vivienda, etcétera, etcétera.
Así pues, el concepto de igualdad tan buscado por la mujer no puede reducirse, exclusivamente, a una igualdad de género frente al hombre, sino que ambos tengamos las mismas oportunidades de desarrollo frente a una sociedad más igualitaria. Que cada hombre y cada mujer creadores de la riqueza de este país, gocemos de mejores condiciones de vida, de empleos suficientes, dignos y bien remunerados, vivienda decorosa, atención médica del más alto nivel, alimentación, vestido y educación de calidad.
En suma, la mujer, tras conquistar ante la ley su igualdad frente al hombre, tendrá ahora que luchar junto con él para transformar la sociedad y hacer valer sus derechos, mismos que establece la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. No basta entonces con que estén plasmados en nuestra Carta Magna y se modifiquen y agreguen artículos a favor de las mayorías, sino que se apliquen verdaderamente y se generen condiciones para que puedan cumplirse. Sin duda, hombres y mujeres, unidos, necesitamos luchar juntos por una patria donde exista una mejor distribución de la riqueza.
0 Comentarios:
Dejar un Comentario