MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Shostakovich: la guerra y la música como única esperanza

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Las guerras mundiales en el siglo XX demostraron palmariamente hasta dónde puede llegar la ambición de ganancias de los empresarios que dirigen la política en los países desarrollados. Los actuales conflictos armados son resultado, en sus últimas causas, de la ética capitalista del “triunfo personal” a costa de lo que sea; sin importar el trauma a la humanidad que heredan, no sólo por las millones de muertes —con todas sus dolorosas implicaciones— sino también el sufrimiento y el dolor (en su sentido más profundo), hambre, insalubridad, enfermedades, desnutrición; pensemos también en el angustiante temor, el terrorífico shock emocional de perder toda esperanza en el futuro; millones de familias destruidas por la ausencia de padres, hijos; el desplazamiento forzoso de millones de personas que huyeron (como ocurre actualmente en varias partes del país por causa del crimen y la violencia), dejando el hogar, el pueblo, el país… cientos de ciudades demolidas, sin servicios básicos, sin hospitales, sin escuelas, sin iglesias, sin medicamentos, ni agua potable, sin comida salubre. Y la violencia como abominable constante: la persecución, la tortura, la violación sexual a mujeres y niños. ¿Y todo por qué? Simple y vergonzosa razón: por la lucha de unos capitalistas contra otros; unos millonarios, con sus poderosas empresas, que ambicionan obtener más dominio económico; la guerra por arrebatarles mercados y recursos económicos. Pero ellos no pusieron los muertos y heridos; la destrucción la pagaron los mismos que dan vida a las civilizaciones: los trabajadores, no los dueños del dinero.

Shostakovich experimentó la amargura de la guerra: un tercio de la población en la ciudad había fallecido y la que sobrevivió estaba aterrorizada por los bombardeos nocturnos.

La Segunda Guerra Mundial superó a la Primera en cuanto a catástrofe; modernizó la forma de aniquilar masivamente, la prueba: las bombas nucleares que detonaron los Estados Unidos en Japón. Pero lamentablemente no fue lo único sanguinario; más arriba hablamos del sufrimiento masivo, un ejemplo claro fue el dolor que padeció el pueblo ruso en su era soviética; el ejército de la Alemania nazi invadió el país y sitió varias ciudades.

La más recordada por su duración y valentía en la resistencia fue Leningrado, hoy San Petersburgo. En medio de la oscuridad que produce el hambre y la desesperanza de la guerra surgió en 1941, como rayo de luz, la Séptima sinfonía (en do mayor, opus 65, conocida como “Leningrado”) de Dmitri Shostakovich, una impactante obra musical programática (una composición que tiene por fin evocar ideas e imágenes en la mente del escucha, representando musicalmente una escena, imagen o estado de ánimo).

Shostakovich experimentó la amargura de la guerra: un tercio de la población en la ciudad había fallecido y la que sobrevivió estaba aterrorizada por los bombardeos nocturnos, viviendo en un estado permanente de terrorífica angustia e incertidumbre.

El compositor y combatiente del Ejército Rojo, deseaba que fuera la Filarmónica de Leningrado quien estrenase su obra, sin embargo, el Gobierno soviético, por protección de los músicos, evacuó a esta Orquesta.

En el sitio se mantuvo la Orquesta de la Radio de Leningrado, quienes a pesar de la precariedad de la situación (famélicos y literalmente muertos de hambre) se aferraron a su labor y en abril de 1942 acordaron realizar el único ensayo y su consecuente interpretación.

La disciplina de interpretar una obra de tales magnitudes exige mucha concentración y energía, condiciones imposibles en una ciudad asolada por la carencia más absoluta. Algunos perecieron por el esfuerzo durante el ensayo.

Durante el estreno, fue necesario un aseguramiento de artillería para evitar un ataque directo al teatro, donde se hallaba la plana mayor del Ejército Rojo, integrantes del Partido Comunista y el Gobierno soviético de la ciudad; la ejecución de la sinfonía se transmitió por radio a todo el pueblo a través de altavoces; los alemanes intentaron atacar los altoparlantes y el teatro, pero no lograron su propósito.

El efecto anímico de esta larga sinfonía en las tropas comunistas y del pueblo en general fue asombrosamente glorioso y esperanzador. Su estreno en la Unión Soviética fue noticia mundial y los prestigiosos directores de orquesta Arturo Toscanini, Leopold Stokowski y Serguéi Kusevitski se disputaron los derechos de estreno en Occidente.

El primero dirigió el estreno estadounidense el 19 de julio de 1942 en Nueva York. La Séptima sinfonía de Shostakovich es el símbolo musical de la hazaña histórica del pueblo soviético, pero también, de resurrección prodigiosa de la fe por una humanidad mejor y en paz. Para darse cuenta de su resonancia, otórguese, lector, un tiempo para escucharla con paciencia.

Nuestra sociedad nos aniquila en un agrio egoísmo capitalista. Las guerras asesinan a miles de niños (como en Palestina) y con ellos agoniza nuestra ilusión por un mundo mejor; pero el Arte, en todas sus expresiones, contribuye a brindarnos el aliento necesario para considerar que no todo está perdido.

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