Una de las funciones del estudio del marxismo-leninismo que debe desarrollar la vanguardia intelectual debe ser despertar las conciencias adormecidas y desestabilizar el orden establecido, ejercitar hoy más que nunca la conciencia crítica de la sociedad.
Los programas sociales en México, especialmente los Programas del Bienestar, han sido vendidos como un logro en la lucha contra la pobreza, sin embargo, más que ser una solución, operan como una herramienta de control social.
La vanguardia debe estar preparada y ser un ente comprometido con la esfera social, pero, sobre todo, con la clase trabajadora. Generar una conciencia crítica del poder demoledor, y no solo criticar al poder o los distintos poderes, entre ellos los medios de comunicación, sino a la sociedad adormecida, apática y anestesiada.
Además, deben ser personas creíbles por su congruencia ideológica, organizativa y de acción, capaces de criticar a los mismos que se dicen “intelectuales críticos del sistema”, cuando en vez de ejercer la función de críticos se instalan cómodamente en el orden establecido y disfrutan de las prebendas del sistema.
Elaborar una narrativa sustanciosa de la historia, alternativa a la visión oficialista, contribuir a la construcción de espacios de convivencia y diálogo, romper los guetos, las sociedades amuralladas, reconocer la riqueza que supone la diversidad, no caer en el fundamentalismo que afirma que la verdad está en uno u otro lado, promover las condiciones a favor de la paz, y no de la paz de los cementerios, claro que no, luchar por la justicia a favor de la individualidad, no el individualismo, a la solidaridad y la fraternidad de la sociedad en su conjunto.
Despertar las conciencias adormecidas, desestabilizar y desterrar el orden injusto establecido, sólo la lucha social genera avances que derivan en beneficio de los más desafortunados.
Contribuir a cambiar los hábitos de vida, porque si no vivimos como pensamos, acabamos pensando como vivimos. La vanguardia Marxista-Leninista debe evitar a toda costa instalarse cómodamente en la realidad, debe soñar cosas que nunca han existido, ir contra la idea de que las cosas son como son y no pueden ser de otra manera “porque las cosas son en realidad como nosotros las hacemos”.
Siempre hay que cuestionarse cómo debe ser la realidad y cómo se puede transformar. Es muy importante que la clase intelectual piense la realidad de otra forma y que sueñe despierto que otro mundo es posible. Porque dentro del régimen establecido la cultura, la educación, la familia tienden a sofocar los sueños.
La razón debe ir acompañada de la esperanza, hay que armonizar la vida con el pensamiento, en un mundo plural como el nuestro, el principio de coexistir es la rebelión organizada y educada, no la acomodación. Es necesario que convivan ciencia y sociedad son de las fuerzas más influyentes, es claro que la ciencia y la sociedad tienen una responsabilidad compartida para superar los problemas socioeconómicos.
Hoy por hoy los programas asistenciales, presentados como un alivio a la pobreza, operan como un anestésico social, adormecedores de conciencia, que lejos de transformar la realidad de la clase trabajadora, la mantienen en una especie sedativa, donde la precariedad se vuelve tolerable, no erradican la desigualdad ni modifican las estructuras que la generan; sólo administran la miseria de manera dosificada. Y, en el proceso, desactivan la conciencia de clase, esa herramienta fundamental para la brega colectiva, organizada y educada.
El problema central de estos programas no radica en su existencia, sino en su función dentro del sistema, se presentan como políticas de justicia social, pero en realidad refuerzan la dependencia hacia el Estado, sin ofrecer alternativas reales de cambio.
¿Acaso un apoyo bimestral de unos cuantos pesos compensa la explotación laboral, la falta de acceso a vivienda digna, a educación de calidad y a servicios de salud eficientes? No. Pero es suficiente para mantener a la población en un estado de enajenamiento de su realidad, de resignación.
Sí, la urgencia de la supervivencia se mitiga momentáneamente, el impulso para cuestionar y transformar la realidad se diluye. Es aquí donde los programas asistenciales operan como sedantes, un mecanismo de control social, se vuelven un sustituto de la organización política, desplazando la necesidad de exigir derechos estructurales.
La clase trabajadora, en lugar de luchar por mejores salarios y condiciones de vida, se conforma con la limosna institucionalizada, y el problema se agrava cuando estos apoyos se usan como moneda de cambio electoral, consolidando redes clientelares que perpetúan el mismo sistema de explotación.
Los programas sociales en México, especialmente los Programas del Bienestar, han sido vendidos como un logro en la lucha contra la pobreza, sin embargo, más que ser una solución real, operan como una herramienta de control social.
No erradican la desigualdad, no empoderan a la clase trabajadora y, sobre todo, no modifican las estructuras que generan explotación. Se convierten en un artilugio de administración de la miseria: alivian la precariedad lo suficiente para evitar la revolución, pero nunca para transformar la realidad.
La gran falacia detrás de estos programas radica en que no generan autonomía ni desarrollo real. “Jóvenes Construyendo el Futuro”, por ejemplo, es presentado como una oportunidad para que jóvenes desempleados adquieran experiencia laboral, pero en la práctica, muchas empresas los utilizan como mano de obra barata, sin derechos sociales, ni estabilidad económica.
Al término del programa, la mayoría vuelve al desempleo, enfrentándose a un mercado laboral con salarios indignos y condiciones precarias. ¿Dónde está el cambio estructural? No lo hay. Solo se les dio una beca temporal para evitar un estallido social, que más temprano que tarde se puede dar, si no se pone remedio.
“Sembrando Vida” sigue la misma lógica. En lugar de una reforma agraria que garantice soberanía alimentaria y justicia para el campo, el gobierno opta por repartir apoyos económicos que no modifican la relación de dependencia de los campesinos con el Estado, no hay acceso a mercados justos ni a una política integral que fortalezca la producción rural. Se mantiene el espejismo de la autosuficiencia mientras el campo sigue siendo explotado y marginado.
Y luego está la Pensión para el Bienestar de los Adultos Mayores, que, si bien colabora en mejorar la calidad de vida de muchos, no soluciona el problema de fondo: los bajos salarios y la precariedad laboral que impiden que millones de personas accedan a una jubilación digna.
Es un subsidio que disfraza el fracaso del Estado para garantizar derechos laborales. La pregunta es obvia: ¿por qué no revolucionar el sistema de pensiones en lugar de reformar y repartir apoyos insuficientes? Porque eso implicaría confrontar a las élites económicas y cambiar el modelo de explotación.
Y eso, claramente, no está en la agenda, el problema no es que existan estos programas, sino que sean la única respuesta a la desigualdad. Se han convertido en un sedante social que evita que la clase trabajadora tome conciencia de su condición. En lugar de organización sindical, resistencia y lucha política, se fomenta la pasividad: “el gobierno nos da, así que no hay que quejarnos”. Se domestica el descontento, se entierra la conciencia de clase bajo una lógica asistencialista que perpetúa la dependencia, tristemente la cruel realidad es innegable, a pesar de estos programas la inequidad prevalece y la desigualdad sigue creciendo, el acceso a derechos básicos sigue siendo un privilegio y la riqueza se sigue concentrando en unas cuantas manos.
Los apoyos no cambian la estructura de explotación; la refuerzan, y mientras tanto la clase trabajadora seguirá esperando que el gobierno resuelva su situación con subsidios en lugar de luchar y exigir transformaciones reales, es claro que el sistema seguirá intacto.
La única salida es romper con esta lógica, los derechos no son concesiones del Estado; son conquistas a base de luchas tenaces de la organización colectiva. No basta con recibir apoyos: hay que exigir salarios dignos, seguridad social, educación de calidad y un sistema económico que no se sostenga sobre la explotación de las mayorías.
Porque mientras sigamos conformándonos con migajas, la élite seguirá comiendo y disfrutando lo que no produce, la mayor parte del pastel será para la burguesía sin mayor esfuerzo.
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