Terminar o reducir la pobreza, ha sido, cuando menos de palabra, uno de los principales objetivos de todos los gobiernos en México; es ésta una de las promesas que más hemos oído en boca de candidatos presidenciales, a gobernador o a algún congreso; porque terminar con la pobreza, ciertamente es una de las necesidades más grandes de un país como el nuestro, razón por la cual es también una de las promesas que atrapan al electorado y los políticos lo saben.
Para acabar con la pobreza no basta con atacar los síntomas con programas sociales, por muchos que estos sean, porque así la política social es eminentemente electorera y dejan de lado el fin último.
Así podemos entender por qué, en el presupuesto público de todos los gobiernos independientemente de su filiación política contempla la entrega de programas sociales, en particular los asistenciales como los programas monetarios actuales, como paliativos de la pobreza, pero que en realidad tienen como objetivo principal, granjearse el agradecimiento y el compromiso de la ciudadanía que se ve beneficiada con los mismos, para que quienes ostentan el poder político se mantengan en él, es decir, es más el interés que la preocupación genuina por disminuir las necesidades de la clase trabajadora.
El presupuesto de los programas y acciones sociales federales promete 1.15 billones de pesos entre 2008 y 2022 anualmente, de acuerdo con el inventario de programas del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval). Es decir, se gastaron cerca de 17.21 billones de pesos en programas y acciones sociales federales desde 2008 y la pobreza, medida con ingresos, no sólo no ha bajado, sino que creció de 49 por ciento a 52.8 por ciento entre 2008 y 2020.
Si bien en 2022 según cifras del mismo Coneval, el porcentaje de personas en pobreza disminuyó a 36.3 por ciento, esto equivale a que todavía 46.8 millones de mexicanos permanecen en esta condición, un número bastante alto, sin dejar de lado que de estos 9.1 millones de personas vive en pobreza extrema.
Es decir, a pesar de la proliferación de programas sociales en los últimos años, las cifras revelan que estos no han sido suficientes para resolver un problema tan profundo y estructural. Las transferencias monetarias, aunque útiles para paliar necesidades inmediatas, no logran transformar las condiciones que perpetúan la pobreza, misma que no se mide sólo en números, sino también en la calidad de vida de la gente que la padece.
Muchas de estas personas enfrentan inseguridad alimentaria severa, llegando incluso a pasar días sin comer por la falta de recursos económicos. Aunque existen programas sociales como transferencias directas y becas escolares, estos esfuerzos no han logrado erradicar la pobreza alimentaria, porque el enfoque está centrado en transferencias monetarias e ignora aspectos clave como la alimentación nutricional, el acceso a alimentos frescos y la infraestructura para garantizar su distribución.
El impacto más preocupante de la pobreza alimentaria recae precisamente en los niños: la desnutrición crónica durante esta etapa crítica genera daños irreversibles en su desarrollo físico y cognitivo, limitando sus oportunidades educativas y laborales en la adultez, fenómeno que perpetúa un círculo de pobreza intergeneracional.
La pobreza alimentaria es un problema que nos afecta a todos, no sólo a quienes la padecen directamente porque si queremos un país más justo y próspero, no debemos permitir que millones de personas sigan viviendo con hambre. Es evidente que el gobierno, por sí solo, no ha logrado ni logrará resolver este problema; primero, porque él solo no es suficiente y segundo, porque no es su prioridad; por tanto, se requiere construir una genuina y gran causa colectiva que unifique los intereses de todos los mexicanos para enfrentar este problema social.
Para acabar con la pobreza no basta con atacar los síntomas con programas sociales, por muchos que estos sean, porque así la política social es eminentemente electorera y dejan de lado el fin último, ya que es más o menos sencillo -y redituable políticamente- dar transferencias monetarias que mejorar la calidad de los servicios educativos y de salud para la población más pobre.
El nuevo gobierno federal encabezado por la Dra. Claudia Sheinbaum Pardo, prioriza esta política social en el Presupuesto de Egresos de la Federación 2025, cuyo monto es de nueve billones 226 mil 200 millones de pesos, de los cuales casi el 60 por ciento se destinará a los programas de apoyo del Bienestar creados en el sexenio anterior y los nuevos de su administración; en contraparte se realizaron recortes al gasto público en áreas sensible como seguridad pública, salud, Semarnat, cultura y educación (porque aunque incrementa ligeramente por becas, no se contempla de manera suficiente el mejoramiento de infraestructura), entre otros.
Es claro que el criterio utilizado en las políticas públicas para combatir la pobreza, seguirá siendo insuficiente si no se contemplan medidas de envergadura económica y política como la implementación de una política fiscal progresiva, para que no sean los que menos tienen los que carguen sobre sus endebles hombros la pesada carga impositiva y reorientar el gasto social a los sectores empobrecidos, dotándolos de infraestructura social y servicios de calidad de salud, educación, cultura y deporte. No basta darle pequeñas cantidades de dinero a la gente, se deben crear empleos suficientes y bien pagados, suficientes para resolver las necesidades materiales de los ciudadanos, así como de esparcimiento y cultura.
Finalmente, los pobres de este país no debemos olvidar que no serán nuestros gobernantes quienes lograrán erradicar la pobreza y la desigualdad con programas sociales, que más que remedio son anestesia pura, para los más desvalidos no se revelen en contra de este sistema injusto existente en nuestro país.
Los mexicanos debemos unirnos, organizarnos, conocer la realidad que vivimos y disponernos a transformarla en beneficio de todos; eso no lo harán ni los gobernantes con sus programas sociales electoreros, ni quienes viven bien, sino quienes lacerados por la pobreza sintamos la necesidad de cambiar nuestro entorno. Las grandes transformaciones sociales las hacen las grandes masas populares: obreros, campesinos, colonos, amas de casa, estudiantes, profesionistas, a condición de que se eduquen y politicen y en esta tarea, contribuimos quienes militamos en el Movimiento Antorchista Nacional aportando nuestro granito de arena.
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