MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Lucha de clases, motor de la historia

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La historia de la humanidad es también la historia de la lucha de clases. Desde los esclavos que se alzaron contra el Imperio Romano hasta los obreros que tomaron las fábricas en la Revolución Industrial, los movimientos sociales han sido la manifestación de las tensiones entre quienes ostentan el poder y quienes exigen justicia. Cada avance significativo en derechos sociales y laborales ha sido arrancado a los privilegios de las élites gracias a la resistencia organizada de las mayorías.

Hoy, la lucha de clases sigue vigente, aunque las dinámicas han cambiado. En México, el 10 % más rico concentra el 58 % de la riqueza nacional, según datos del Banco Mundial.

El concepto de lucha de clases, planteado por Karl Marx, sigue siendo una herramienta fundamental para entender las dinámicas sociales. Las revoluciones burguesas del siglo XVIII, como la Revolución Francesa, marcaron el fin del feudalismo y el ascenso del capitalismo.

Sin embargo, esta nueva estructura económica no erradicó las desigualdades, sino que las perpetuó. La opresión de los campesinos dio paso a la explotación de los obreros, lo que dio origen a nuevos movimientos que, desde el marxismo, buscaban redistribuir la riqueza y eliminar las jerarquías económicas.

En el siglo XX, las luchas obreras conquistaron derechos fundamentales, como la jornada laboral de ocho horas, el derecho a sindicalizarse y las primeras leyes de seguridad social. En México, los trabajadores jugaron un papel central en la Revolución mexicana, luchando por la tierra y mejores condiciones laborales. 

Sin embargo, estos logros nunca fueron regalos de los poderosos; fueron el resultado de huelgas, manifestaciones y enfrentamientos que, muchas veces, se pagaron con sangre.

Hoy, la lucha de clases sigue vigente, aunque las dinámicas han cambiado. En México, el 10 % más rico concentra el 58 % de la riqueza nacional, según datos del Banco Mundial. Al mismo tiempo, más de 30 millones de personas viven en pobreza laboral, incapaces de cubrir sus necesidades básicas con su ingreso.

En Querétaro, aunque la industrialización ha traído empleo, los contrastes son evidentes: zonas residenciales de lujo coexisten con colonias marginadas como La Negreta o El Jaral, donde los servicios básicos son insuficientes y las oportunidades de desarrollo son escasas.

El auge de los movimientos feministas y ambientalistas también puede entenderse desde la lucha de clases. Las mujeres, históricamente relegadas al trabajo no remunerado, exigen igualdad en un sistema que sigue concentrando el poder en manos de hombres.

De forma similar, las comunidades indígenas y campesinas luchan contra megaproyectos que saquean sus tierras en beneficio de corporaciones transnacionales. Estos conflictos son un recordatorio de que el poder económico y político sigue siendo el mayor obstáculo para una sociedad equitativa.

En Querétaro, los retos son claros. La expansión inmobiliaria y la industrialización están beneficiando principalmente a unos pocos, mientras que las comunidades marginadas enfrentan despojo, precarización y exclusión.

Si algo nos enseña la historia es que el cambio no llegará por la buena voluntad de quienes detentan el poder. Será el resultado de la organización, la resistencia y la movilización de quienes sufren las consecuencias de este modelo desigual.

Ahora nos toca a los queretanos tomar conciencia de esta realidad y actuar. Es hora de unirnos para exigir justicia social, salarios dignos, acceso igualitario a los servicios y una verdadera redistribución de la riqueza. La lucha de clases no es cosa del pasado; es el motor que puede transformar nuestro presente.

Como escribió Marx, “los proletarios no tienen nada que perder, salvo sus cadenas”. El Querétaro del futuro será el que construyamos hoy con nuestras manos, nuestra voz y nuestra resistencia.

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