MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Los chalecos amarillos y los trabajadores mexicanos

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Con el reciente cambio de gobierno en México y la velocidad con la que se ha movido la agenda pública en las últimas semanas, se vuelve difícil prestar atención a ciertos fenómenos interesantes que están desarrollándose en otras partes del mundo y que encierran lecciones valiosas para los mexicanos. Es el caso del movimiento social que desde hace un mes tiene a Francia de cabeza, y que recibió el nombre de "chalecos amarillos" por ser esa prenda -propia de los trabajadores del volante- la que usan los participantes para identificarse como miembros del movimiento. Revisemos brevemente por qué surgieron los chalecos amarillos, cómo han influido en la política francesa, y qué reflexiones podemos extraer de ese movimiento para México.

El movimiento se hizo visible por primera vez el 17 de noviembre, cuando 300 mil franceses con chalecos amarillos marcharon por las principales ciudades del país en protesta por el aumento que el gobierno de Emanuel Macron pretendía hacerles a los precios del diésel y la gasolina. Como se sabe, al ser un bien indispensable para la circulación de las mercancías, una elevación en los precios de los combustibles tiene como consecuencia directa la elevación de los precios de todas las demás mercancías. El precio del diésel en Francia se ha incrementado un 23% en los últimos 12 meses; por eso, y por la dificultad que enfrentan vastos sectores para cubrir el alto costo de la vida, el nuevo aumento que buscaba Macron se estrelló con la indignación general. En cuestión de semanas, los chalecos amarillos ganaron las calles de París y se granjearon el apoyo del 70 por ciento de los franceses. Los chalecos amarillos crecieron tanto, y ganaron tanta popularidad, que, no encontrando otra forma de frenar el movimiento, el presidente Macron decidió cancelar el alza en los precios de los combustibles. Los chalecos amarillos -los trabajadores franceses- ganaron la batalla.

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¿Por qué en Francia las capas trabajadoras de la sociedad salieron a protestar ante el intento de subir los precios de los combustibles, y en México, donde los problemas que enfrentan los trabajadores son más graves, no ocurren protestas de este tipo? Para responder esta pregunta se necesitaría hacer una revisión detenida de muchos factores; aquí solo hablaré de uno: la diferencia que existe entre los pueblos de Francia y México en cuanto a la capacidad de luchar para defender sus intereses. En Francia, aunque el nivel de vida de los trabajadores es superior al de los mexicanos, los chalecos amarillos lucharon para que no aumentara el costo de la vida; en México, según la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el poder adquisitivo de los trabajadores ha caído 80 por ciento en los últimos 30 años, y uno de cada cinco mexicanos no tiene dinero suficiente para alimentarse, de acuerdo con el Coneval (Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social), pero esto no ha provocado protestas importantes. En México es más difícil que los trabajadores se indignen y decidan luchar por sus intereses.

Un estudio que realizó la Secretaría de Economía determinó que en México existen seis clases sociales. En la clase baja-baja se encuentra el 35 por ciento de la población, 40 millones: fundamentalmente son trabajadores temporales, comerciantes informales y desempleados; sus ingresos son insuficientes. La clase baja-alta agrupa a los obreros y campesinos, y suma 29 millones; recibe un pago apenas superior al salario mínimo. En la clase media-baja hay 23 millones de oficinistas, artesanos calificados y técnicos; son personas con ingresos "no muy sustanciosos, pero estables". A continuación está la clase media-alta, 16 millones, en la que forman los hombres de negocios y los profesionistas con éxito; tienen buenos y estables ingresos económicos. Sigue luego la clase alta-baja: 5.6 millones que pertenecen a familias de riqueza reciente (tres o cuatro generaciones atrás); ingresos cuantiosos y muy estables. Por último, en el lugar más alto de la pirámide social, está la clase alta-alta, donde se encuentran "antiguas familias ricas que durante varias generaciones han sido prominentes"; que representa el 1 por ciento de la población que, según Oxfam, concentra casi la mitad de la riqueza en México.

Si sumamos las tres clases más bajas, da un total de 92 millones de mexicanos, lo que coincide con el informe sobre riqueza global publicado este año por el banco Credit Suisse. Según este, México es un país de contrastes: por un lado existen 96 millones en situación de pobreza (moderada o extrema), y por el otro 39 mexicanos que individualmente tienen riquezas superiores a los 500 millones de dólares. A pesar de su abrumadora mayoría, y de lo precario de su vida, los trabajadores mexicanos no protestan enérgicamente para defender sus intereses. Lo que ocurre es que, a fuerza de pasar décadas -o siglos- en la miseria, esos millones de familias mexicanas han aceptado la pobreza como una condición normal, como si esa fuera la forma normal de transitar por la vida. Son pocas las esperanzas de un cambio positivo, mientras que los cambios negativos son perfectamente asimilables, pues son tan frecuentes. Así, porque el trabajador mexicano no imagina que las cosas pueden ser distintas, mejores, las injusticias que se cometen en su contra no lo mueven a luchar. Porque las vejaciones contra el trabajador siempre han existido, piensan que siempre existirán.

Pero no necesariamente tiene que ser así. Lo que ocurre en Francia con los chalecos amarillos es una muestra de que cuando los trabajadores se organizan y luchan en defensa de sus intereses son capaces de lograr verdaderas transformaciones. En México es más difícil que los trabajadores tomen las calles para protestar, como pasó en París, pero no es imposible. La lucha de Antorcha está orientada en esa dirección: se necesita que el trabajador tome conciencia de lo poderoso que puede ser si se organiza con otros trabajadores y deciden luchar para defenderse. Primero es la conciencia y la educación, pero eso no basta, se requiere de una organización bien estructurada, una organización que sea el vehículo para que, en un futuro no lejano, los trabajadores tomen el poder político de este país. Porque ninguna persona ganará para los trabajadores lo que los trabajadores no ganen por sí mismos. Sirva el caso francés para impulsar a los trabajadores mexicanos a organizarse en Antorcha.

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