Desde el pasado 20 de enero, fecha en que el magnate y millonario Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos, su "popularidad" comenzó a bajar, llegando en días recientes hasta el 38 por ciento de aceptación entre los estadounidenses, según el sondeo realizado por la Universidad de Quinnipiac, quien también advierte que el 55 por ciento del pueblo estadounidense lo considera deshonesto, el 55 por ciento cree que no tiene buenas habilidades de liderazgo y 53 por ciento que no se preocupa por el ciudadano promedio. Incluso, el subdirector de encuestas de la Universidad de Quinnipiac (que se encuentra en el estado de Connecticut), Tim Malloy, señaló que "la popularidad del presidente Donald Trump se está hundiendo como una roca".
Entre los días 17 y 20 de noviembre, unos días después de las elecciones, esta misma Universidad publicó los datos de una encuesta, que el 55 por ciento de los estadounidenses se oponía al muro entre México y el país vecino, uno de los ejes que usó el magnate neoyorquino en su campaña; 55 por ciento de los encuestados se manifestó a favor de sus medidas para prohibir la entrada de inmigrantes cuyo origen sean los países donde exista actividad terrorista; pero en el tema de las ser deportados, el 60 por ciento de los entrevistados se manifestó porque se les permita seguir en el país y solicitar la ciudadanía; sólo el 12 por ciento opinó que deben seguir en el país sin la posibilidad de obtener la ciudadanía y el 25 por ciento que tenían que salir del país.
El conocimiento de estos datos es de suma importancia; el presidente de EE. UU. es el gobernante del país más poderoso del mundo, una potencia capaz de influir en todos los rincones del planeta; por supuesto que en las elecciones presidenciales en nuestro país, que están ya a la vuelta de la esquina, juega un papel decisivo la temperatura de las relaciones diplomáticas con nuestro vecino del norte.
Martín Barón, director del diario The Whashington Post (TWP) alertó recientemente acerca de los ataques y la cruzada trumpista contra los medios de comunicación; a partir de ese hecho, ese diario comenzó un seguimiento pormenorizado, día por día, de las mentiras y falsedades del presidente de EE. UU.
Como resultado de su observación, TWP asegura que Trump incurrió al menos en 133 falsedades, con una media de cuatro por día; la acusación va más allá y señala que al mentir o torcer la verdad, el tema que más impacta es el relacionado con la inmigración, pues existen 24 afirmaciones falsas; las mentiras en torno a su vida personal suman 18 y el tema del empleo acumuló, según TWP 17 falsedades. Se dice, incluso, que todos los discursos de Donald Trump son objeto de análisis periodístico especializado para comprobar los hechos y verificar si dice o no la verdad.
El drástico descenso en su popularidad y el monitoreo que los medios hacen de su discurso para detectar mentiras deben servirnos como un ejemplo de la poderosa influencia de los medios para modificar los niveles de aceptación popular de los gobernantes; la información que difunde la prensa local e internacional es un arma de manipulación social capaz de convertir a un presidente en un santo o un demonio según los dictados de los poderosos intereses detrás de cada medio.
Dos hechos, consignados por los principales medios de comunicación del mundo, destacan la semana pasada: la visita de los dos secretarios de Estado, Rex Tillerson, y de Seguridad interna de Estados Unidos, John E. Kelly; mucha tinta corrió para consignar las contradicciones entre el discurso de Kelly y el de Trump, además de mencionar que se descartaba una operación militar y una deportación masiva; las declaraciones, quedaba claro, buscaban suavizar la relación, evitando el aumento de la irritación social que han causado las agresivas declaraciones y las medidas antimexicanas del nuevo presidente de EE. UU. Pero la realidad es otra; el mismo 24 de febrero, tras una reunión del presidente Peña Nieto con los secretarios de estado de EE. UU., se publicó que el representante del país dijo: "Digan a Trump que los mexicanos estamos enojados" (sic).
El diálogo de nuestras autoridades con EE. UU. será largo y difícil; tanto el Presidente como el canciller mexicano deben tener muy clara la posición de nuestro país en la geopolítica y las consecuencias que puede acarrear retar así como así a los representantes de la potencia vecina.
No es tan sencillo el análisis de estas contradicciones entre el discurso de Donald Trump y la postura de sus secretarios de Estado, que los medios internacionales se han encargado de magnificar; y más bien habría que desentrañar a quién beneficia fortalecer o minar la imagen pública de tal o cual jefe de Estado.
Es fácil saber cuándo miente Donald Trump y cuándo dice la verdad; lo difícil es cuándo está provocando o cuándo carece de los elementos necesarios para hablar de un tema. Su ataque a los medios y a los reporteros, a quienes ha calificado de "asquerosos" y "basura", también puede ser una estrategia para negociar con ellos un cambio en el trato que hasta ahora le han dispensado. Hay quienes afirman que ahora el pueblo estadounidense cree más en la prensa que en su mismo presidente, pero hay que entender que esto no se debe a que los medios digan siempre la verdad. Sin embargo, la estrepitosa caída de la popularidad de Trump no puede ser sólo un espectáculo mediático, es evidente que algo está sucediendo en la conciencia del adormecido pueblo norteamericano.
Recordemos que la clase del dinero es quien controla en todo el mundo las manifestaciones ideológicas, entre las que se cuentan los medios de comunicación; y recordemos también que la opinión pública se moldea todos los días mediante la oferta mediática, a través de miles de contenidos que, en su mayoría, solo expresan otros tantos intereses de la clase dominante; lamentablemente, los mensajes mediatizantes pronto se convierten en creencias y penetran tan profundamente en la mente de los ciudadanos poco educados, que éstos las adoptan, sostienen y muchas veces actúan en tal o cual circunstancia con esas creencias-verdades sin someterlas a un análisis mínimo para confirmar su veracidad.
Con la expansión de la prensa, primero escrita y luego digital, la manipulación de la sociedad ha crecido; una mentira puede circular por todo el mundo, volverse "viral" con la simple condición de que resulte verosímil y que sirva a los intereses de los señores del dinero, que son también los dueños de los medios de comunicación más poderosos. La prensa no está al servicio de la verdad ni fueron creados para mantener informados a los ciudadanos; la prensa responde a intereses específicos de poder y grupos económicos a nivel mundial, tiene la encomienda y la misión de difundir esos puntos de vista y salvaguardar los intereses políticos y económicos de la clase dominante. Esperar de la prensa una visión equilibrada y objetiva de la realidad es simplemente un sueño, algo que no sucederá mientras no cambien las relaciones sociales de producción.
La prensa de Estados Unidos sigue siendo una caja de resonancia de lo que su presidente quiere y necesita; y si no está a su servicio, seguramente lo está al de alguno de los grupos de poder, a quienes interesa divulgar sus puntos de vista, aunque aparentemente se opongan a los del presidente de EE. UU.
Hablar de generalidades no sirve al pueblo mexicano para analizar la crisis diplomática que los medios se obstinan en acentuar. Habrá que ver a quién beneficia la actual posición de los medios estadounidenses que aparentan un enfrentamiento radical con el presidente de su nación; la manipulación de la opinión pública ha llegado a tal grado, que se llega a afirmar que los ciudadanos norteamericanos "confían más en la prensa que en Trump"; pero si esto no fuera ya de por sí saltar de la sartén a la lumbre, aunque los medios no hicieran más que decir la verdad, a ellos no corresponde realizar un cambio social, porque, nos guste o no, ellos responden a los intereses económicos y políticos de la clase dominante.
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