Sin duda alguna la profesión de docente o educador no es nada sencilla, ya que implica observar detalladamente para conocer a los alumnos y así poder diseñar actividades que permitan a sus educandos acceder a los aprendizajes necesarios para poder acceder al conocimiento.
Mucho hemos oído que de que la vocación es importante para poder ejercer como maestro, como doctor, enfermero y como sacerdote, pero ¿qué es la vocación?; pues bien es el llamado o inclinación que se tiene por un determinado trabajo y es tan importante para poder ejercerlo con total entrega y pasión, ya que los esfuerzos que implican el estudiar e incluso llevar a cabo el mismo empleo serán más livianos si se tiene interés y deseo por esta profesión.
No hay duda de que para ser profesor se requiere hoy una alta dosis de vocación, ya que esta permite desempeñar la labor con amor, dedicación y esmero, dando lo mejor de cada profesor y enfrentando los obstáculos que se presenten en el quehacer cotidiano con optimismo, logrando con esto demostrar a los alumnos su cariño hacia ellos obteniendo así lo mejor de ellos. Todo maestro o profesor tiene algo de Quijote, pero sólo algo, al menos hoy. Y es que el maestro tradicional ha utilizado muchas veces para imponer sus propias reglas e ideas la fuerza, unas veces física y otras psicológica o social.
La enseñanza ha sido durante la mayor parte de nuestra historia "adoctrinamiento". Los dos términos proceden del sustantivo abstracto latino doctrina, derivado del verbo doceo, que suele traducirse por enseñar. Doceo, a su vez, traduce el griego dokéo, creer, parecer, de donde procede el sustantivo dóxa, opinión, creencia. Esas opiniones constituían los llamados tópoi o loci communes, que eran los que el maestro debía transmitir a sus discípulos. Por supuesto, no se trataba de razonar, ni de discutir; se trataba de adoctrinar, de hacer que las nuevas generaciones conocieran el depósito de tópicos o lugares comunes, la doctrina. Quien la conocía pasaba a ser doctus, instruido, a diferencia del indoctus, ignorante. Y quien se dejaba adoctrinar era el docilis. Del alumno no se esperaba otra virtud que la docilidad.
La antítesis de ese modelo dogmático e impositivo lo constituye el modelo liberal moderno, en el que la libertad ha pasado a ser el valor máximo, que además actúa como protector de todos los demás (ése es el sentido de la libertad de conciencia). De esta forma el docente se ve incapaz de «educar», es decir, de conducir al niño, niña o adolescente. Nuestra cultura ha aceptado como principio que lo único que interesa en el proceso formativo son los "resultados" que los "valores" son subjetivos y dependen de cada uno, y que sobre ellos no cabe discusión posible. Más aún, hablar sobre ellos se considera, las más de las veces, de mala educación.
En el mundo de los valores es preciso conservar la más estricta "neutralidad", frente al adoctrinamiento, la neutralidad. Es bien sabido que hace décadas hubo todo un movimiento internacional de enorme éxito entre los profesores de enseñanza media, llamado Values clarification, dejando claro que la función del profesor es "informar", nada más, en lo demás, el profesor debe ser neutral.
Estos dos modelos funcionan como tesis y antítesis, pero es necesario un modelo educativo que no busque el adoctrinamiento ni la mera información, sino que busque la formación. Tratando de obtener lo mejor que se posea cada uno de los educandos y así formar alumnos verdaderamente preparados. Esto no se puede llevar a cabo imponiendo, ni tampoco simplemente informando de hechos.
Se requiere de un método que permita que el alumnado razone, dialogue, delibere, dicho método exige que el profesor haga carne de su carne eso que quiere enseñar, y que el alumno actúe por mímesis, imitando lo que hace el profesor, es decir, rehaciendo en su interior la propia experiencia que el profesor le transmite. No hay otro modo de enseñar más eficaz que la "formación".
ésta es una gran misión que requiere de vocación docente, en donde el profesor se enamore y suscita en él lo que se ha llamado el "eros pedagógico", como lo dice Platón (en el Banquete), por boca de Diótima: "[El maestro] debe tener por más valiosa la belleza de las almas que la de los cuerpos, de tal modo que si alguien es discreto de alma, aunque tenga poca lozanía, baste ello para amarle, mostrarse solícito, engendrar y buscar palabras tales que puedan hacer mejores a los niños y jóvenes" (Banq 210 b-c).
El famoso "eros pedagógico", es básico en la vida de un profesor, es decir, de quien ha hecho de la educación de los niños o jóvenes la profesión de su vida. El eros pedagógico es la otra cara de la vocación. Sólo quien hace las cosas con verdadera y profunda vocación tendrá profundo amor a eso que hace. Sólo él irá al trabajo henchido de las tres virtudes teologales, la fe, la esperanza y el amor, pues la docencia no puede hacerse sin amor, sin dar amor y sin recibir amor
En las escuelas antorchistas tomamos en cuenta todo esto y es por ello que buscamos formar alumnos mediante una educación critica, científica y popular, en donde el alumno acceda y desarrolle aprendizajes significativos que le permitan desenvolverse en su vida presente y futura, para lo cual se requiere de parte de nuestros docentes amor por su profesión con el fin de que sean dedicados y comprometidos con sus alumnos, tan es así que varios de nuestros maestros fundan escuelas en colonias y comunidades donde no hay servicios, pero es tanto su amor por la docencia que caminan varios kilómetros para llegar a donde los esperan sus alumnos con ganas de aprender, incluso en aulas improvisadas y sin materiales adecuados.
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