MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La destrucción de lo palestino: del objetivo político al desastre geopolítico

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La incursión asesina del Estado de Israel en territorio palestino no se ha detenido desde finales de 2023. Los objetivos que el gobierno de Benjamín Netanyahu y los portavoces de sus fuerzas armadas han mencionado más recurrentemente, es decir, el de destruir al grupo Hamas y el de lograr la liberación de los rehenes tomados por ese grupo el 7 de octubre de 2023, parecen cada día más alejados de lo que realmente está ocurriendo durante las operaciones de las fuerzas armadas de Israel sobre la Franja de Gaza y Cisjordania. Asesinan diariamente a decenas o cientos de ancianos, hombres, mujeres, niños, bebés y destruyen todas las infraestructuras existentes sobre las áreas palestinas: están vaciando y convirtiendo el espacio en una serie de áreas inhabitables. Sin embargo, ese camino hacia el exterminio está provocando cambios mayúsculos en Medio Oriente.

 Los armamentos para sostener la operación actual de las fuerzas armadas israelíes son mayoritariamente suministrados por los norteamericanos, pues el Estado judío no tiene capacidad industrial para sostenerse a largo plazo

Para aproximar al lector a la cuestión, considero que es muy útil parafrasear con detalle y comentar lo que expuso recientemente en un foro de Australia el reconocido profesor y politólogo John Mearsheimer de la Universidad de Chicago. Éste dice que la finalidad geoestratégica del gobierno de Netanyahu –así como del grupo Hamas– es controlar lo que puede denominarse como “Greater Israel” o Gran Israel. Esto es el área comprendida entre el río Jordán y el mar Mediterráneo (poco más de 28,000 km2), que incluye los territorios de Cisjordania, Israel y Gaza, y contiene una población aproximada de 7.3 millones de israelíes y 7.3 millones de palestinos. Evidentemente, Israel cuenta con la supremacía militar sobre esa superficie, a pesar de que su predominio es cuestionado por la mitad palestina de los habitantes. 

Desde el punto de vista de ese profesor norteamericano, hay cuatro maneras en las que ese territorio y esa población podrían ser administrados:

1) Establecer un gobierno democrático constitucional en el área. No conviene a la clase política que dirige Israel en tanto que su implementación suprimiría la posibilidad de existencia de un Estado judío. Una democracia tendría que incluir y respetar en la ley los valores e intereses de la mitad palestina, significativamente musulmana, de la población. 

2) La solución de dos Estados, uno palestino y otro israelí, es decir, la propuesta que apoyan la ONU y la mayoría de los gobiernos que han abogado por una solución pronta del conflicto. Esta medida es apoyada por los gobiernos palestinos, pero no les interesa ni les ha interesado nunca –al menos desde antes de la década de 1950– a los grupos dirigentes de Israel. 

3) El apartheid, es decir, la situación actual o, más bien, la situación existente hasta inicios de octubre de 2023: la segregación racial de la población palestina, su reclusión carcelaria y su represión dentro de las murallas que delimitaban Gaza y dentro del área cisjordana. 

4) La limpieza étnica o genocidio. Borrar del espacio a una parte de la población, lo que, en este caso, dada la circunstancia de la absoluta superioridad militar de Israel, implicaría la supresión de un número significativo, si no la totalidad, de la población palestina para asentar un predominio indiscutible del Estado judío sobre el Gran Israel.

Ahora bien, ese mismo académico señala, palabras más, palabras menos, que la actualidad está marcada por una transición abierta del apartheid a la limpieza étnica. Si hasta septiembre del año pasado el objetivo visible del gobierno de Israel era mantener a los palestinos separados de los judíos (ya fuera encerrados en la cárcel a cielo abierto que era la Franja de Gaza, ya asentados en Cisjordania), a partir de la toma de rehenes por Hamas el objetivo israelí se amplió hacia el exterminio de todo aquello que pueda ser adjetivado como palestino y se encuentre sobre aquellos 28,000 km2. ¿Cuál es la lógica de esto? Es algo que Mearsheimer ilustra con el caso de la Franja, donde inició la operación israelí de 2023.

La clase dirigente de los judíos consideró: primero, si se acaban los palestinos en la Franja, termina esa situación de apartheid; en segundo lugar, si se acaba Palestina, naturalmente se acaba Hamas, pues ese pueblo es quien nutre las filas de este grupo armado, y, en tercer lugar, la realización de lo anterior facilitaría el control y la administración total de los judíos sobre ese espacio, en la medida en que ya no habría nadie a quien mantener bajo control y estricta vigilancia.

Sin embargo, la incursión de las fuerzas armadas israelíes está arrojando resultados negativos dentro del área palestino-israelí, así como en la región de Medio Oriente. Estos resultados, sostiene Mearsheimer, hacen de Israel y de Estados Unidos los grandes perdedores. Por un lado, el Estado judío está en graves problemas: no puede terminar de conquistar ese espacio tan pequeño que es Gaza (365 km2), Hamas goza de una buena salud y los palestinos no tienen la intención de irse. A esas circunstancias se suma otro error: la destrucción de las infraestructuras habitacionales, comerciales, etc. en Gaza y más recientemente en Cisjordania. Y es que, si los palestinos no desaparecen, ¿dónde los va a localizar el Estado de Israel? 

Por otro lado, Netanyahu hizo escalar la situación por otros malos cálculos. Primero, dice ese académico, Israel entró en guerra con Hezbolá a resultas de su invasión de las tierras palestinas. Este grupo es una organización libanesa bien armada, dotada de misiles, aliada de Hamas, y respondió al genocidio lanzando bombardeos y operaciones por el flanco norte de Israel. Asimismo, por solidaridad con Palestina, los hutíes de Yemen también se han volteado contra Israel, han estorbado el tránsito de suministros por el mar Rojo, y han demostrado capacidad para golpear al Estado Judío con misiles de largo alcance. 

En segundo lugar, las fuerzas israelíes bombardearon la embajada de Irán en Siria. Esto determinó la entrada decisiva de esa potencia regional en el conflicto: lanzó un bombardeo limitado contra Israel. La contraofensiva iraní no fue más que una muestra insignificante de la potencia de fuego real de ese país (así lo acepta el propio Mearsheimer) y únicamente pudo detenerse gracias a la intervención directa de Estados Unidos y el Reino Unido, cuyas tropas, bases y flotas en la región neutralizaron gran parte de los proyectiles. Es decir, Irán tiene la capacidad de aniquilar a Israel de un golpe y está dispuesto a hacerlo si ese Estado vuelve desplegar hostilidades en su contra.

Todo esto produce una huella de pánico entre los habitantes de Israel. Se sienten amenazados porque cualquiera de esos tres actores (Irán, los hutíes y Hezbolá) pueden atacar de manera efectiva, unidos o por separado, a su enemigo común. De ahí se comprenden la efervescencia y el creciente estallido de manifestaciones públicas masivas de israelíes en contra de Netanyahu. Pero no es el único apoyo que está perdiendo el Estado judío. 

El expositor sostiene que Israel no puede hacer prácticamente nada sin ayuda de Estados Unidos. Incluso, señala, los armamentos para sostener la operación actual de las fuerzas armadas israelíes son mayoritariamente suministrados por los norteamericanos, pues el Estado judío no tiene capacidad industrial para sostenerse a largo plazo. No obstante, este apoyo está decayendo porque la reputación genocida que están adquiriendo los israelíes ha alcanzado de manera inédita a la opinión pública norteamericana. 56% de los estadounidenses, recupera el profesor, consideran que Israel está cometiendo genocidio; también, dice, 57% de los “votantes de Biden”, es decir, de los votantes del partido en el poder, considera que se está cometiendo un genocidio en Gaza, 27% no está seguro, y apenas el 15 % considera que no hay genocidio. Esto supone una transformación muy notable en las percepciones políticas de la población de ese país.

Posiblemente en su calidad de estadounidense, Mearsheimer no exige, ni plantea la necesidad de un alto a su propio gobierno. No propone que Estados Unidos, el verdadero interesado en que exista la “nación” construida artificialmente en Palestina que es Israel, saque las manos de la región y deje, por ejemplo, de suministrar dispositivos de matanza al señor Netanyahu. No refiere que el Estado judío ha sido, desde hace casi 80 años, un peón que mantiene artificialmente el gobierno estadounidense para asegurar un control geopolítico de la región por medio del amedrentamiento y la destrucción de los países asiáticos que deseen autodeterminar sus destinos.

Sin embargo, a ese académico le preocupa una cosa: Estados Unidos es un gran perdedor por las acciones de Israel. Y es que, concluye el profesor, las agresiones de las clases judías dirigentes de este Estado están llevando a los países más poderosos de Medio Oriente, notablemente a Irán, a protegerse con la fabricación de armas más poderosas y a cambiar de postura política; a abandonar a los agresores para caer en brazos de quienes le ofrecen cooperación justa e igualitaria: los gobiernos de Xi Jinping y Vladimir Putin. Es decir, Estados Unidos está perdiendo aceleradamente su hegemonía en la región, la posición de su mayor aliado (Israel) está debilitándose y la situación empuja a Irán a devenir una potencia nuclear aliada de China y Rusia. En ese sentido, los grandes ganadores en términos geopolíticos son estas últimas tres naciones.
 

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