Algunas de las situaciones que relata Mariano Azuela en la popular novela de la Revolución Mexicana, Los de Abajo, publicada en 1915, son los errores cometidos por los rebeldes y los líderes revolucionarios que obnubilados por la exasperación y ante la falta de organización, de concientización y de un programa de lucha propio, la fuerza del movimiento de masas se diluyó y diseminó en el decurso de los acontecimientos, hasta llegar al punto en que el grupo de revolucionarios encabezado por Demetrio Macías, personaje principal de la obra literaria, es emboscado por el enemigo apostado en las laderas de un cañón ubicado en Zacatecas, en cuyo interior transitaban para toparse con un grupo de carrancistas. El enemigo se les adelantó y tomó posiciones ventajosas. El resultado de aquella emboscada terminó en tragedia para los rebeldes; fueron vapuleados. Años atrás, en ese mismo cañón, fuerzas federales fueron masacradas por quienes en esta ocasión recibían fulminantes balas en los exangües cuerpos. La trampa que otrora les favoreció, ahora los asesinó. Los rebeldes no se percataron del error hasta que estaban adentrados en el accidente geográfico a merced del enemigo.
En vísperas del acorralamiento y masacre del contingente revolucionario, el desgaste físico y moral hizo mella en el ánimo de la tropa, originando cuestionamientos dirigidos a los líderes: ¿Por qué luchamos? ¿Contra quién luchamos? ¿Hacia dónde vamos? Demetrio Macías y su estado mayor no tenían una respuesta clara y precisa. Los mal delineados ideales se desvanecían entre el cansancio, el hambre y la desgracia. Mientras que Luis Cervantes, otro personaje sobresaliente de la narración, proveniente de la clase media, profesionista, y que se unió a los rebeldes por tener los "mismos ideales", tras desertar, huye hacia Estados Unidos, llevándose pingües "avances" de la revolución. Desde El Paso, Texas, escribió una carta dirigida a Venancio, un barbero integrante de la tropa y aspirante a médico, que compartió con los menguados revolucionarios el contenido de la epístola: "...me ocurre una idea que podría favorecer nuestros mutuos intereses y las ambiciones justas que usted tiene por cambiar de posición social...No vacile, querido Venancio; véngase con los fondos y podemos hacernos ricos en muy poco tiempo". Luis Cervantes invitaba a su antiguo correligionario a la deserción para dirigirse en pos del éxito personal.
Otro pasaje en el que se manifiesta el sentido crítico de la novela, es cuando los insurgentes ingresan a las casas abandonadas de los ricos para destruir y apropiarse objetos valiosos en el nombre de la revolución. "La Pintada", mujer que frecuentaba los lupanares que bullían de rebeldes y contaban orgullosos las hazañas del campo de batalla; enamorada, por supuesto, de Demetrio Macías, acompañaba en su recorrido a los revolucionarios en busca de "avances". En uno de aquellos registros domiciliarios, la mujer recrimina a sus acompañantes: "Entonces ¿Pa’ quién jue la revolución? ¿Pa’ los catrines? Si ahora nosotros vamos a ser los meros catrines..." ¿Se debe decir que esta actitud es solo responsabilidad de la clase desposeída, que nunca tuvo la posibilidad de disfrutar de la riqueza material y espiritual existente en la sociedad, y que de pronto se encuentra con una fortuna entre sus manos? Pienso que no. Más bien, la vanguardia del movimiento revolucionario quedó rezagada con respecto al desarrollo del movimiento de masas, no tuvo la preparación necesaria para educar, concientizar y guiar con éxito a los explotados que, justificadamente, buscaban cambiar sus miserables condiciones de vida. La vanguardia actuó como retaguardia.
Mariano Azuela pudo recopilar en campo las experiencias y testimonios que a la postre plasmaría en la popular novela Los de Abajo, gracias a que participó como médico en un campamento de Francisco Villa, además de ser un opositor declarado de la dictadura de Porfirio Díaz.
Para el pueblo mexicano, la experiencia revolucionaria es un faro que alumbra el camino ascendente del movimiento de masas hacia su liberación; es necesario evitar los errores de antaño para no chocar contra las rocas y naufragar en el agitado mar de la lucha de clases. La clase trabajadora no debe darle armas al enemigo que puedan ser usadas en su contra. He aquí la importancia de la crítica revolucionaria de la Revolución, que nos permite aprender de los aciertos, pero también de los errores; retomar lo útil para seguir construyendo sobre la base de la experiencia teórica y práctica la indefectible victoria de los explotados.
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