En el Nuevo León del desarrollo industrial, donde las máquinas no descansan y el reloj marca la pauta, la clase trabajadora parece enfrentarse a un enemigo tan cruel como el cansancio: el transporte público. Con la reciente alza en los precios de los camiones, la movilidad urbana se ha vuelto no solo más cara, sino más inaccesible para quienes dependen de ella para sobrevivir.
Sin embargo, el problema no se limita al costo del pasaje; también reside en las pésimas condiciones del servicio, la insuficiencia de unidades y los tiempos de espera interminables.
Los usuarios de transporte público pueden esperar en promedio 30 minutos en las paradas, un tiempo que puede duplicarse en zonas periféricas, donde el acceso a unidades es todavía más limitado.
Con un incremento que elevó el costo del pasaje a 17 pesos por viaje, los trabajadores de Nuevo León destinan una parte considerable de su salario únicamente a trasladarse. Para alguien que percibe el salario mínimo, que en 2025 es de 278.80 pesos diarios, gastar 34 pesos al día equivale a más del 12 % de sus ingresos solo para llegar y regresar de su jornada laboral.
Si consideramos que muchos trabajadores necesitan realizar trasbordos o múltiples viajes para sus actividades diarias o que no todos tienen el salario mínimo, este porcentaje se eleva significativamente, afectando directamente su capacidad para cubrir otras necesidades básicas como alimentación, vivienda y salud.
Pero el costo económico es solo una parte del problema. La clase trabajadora no sólo paga con dinero, sino también con tiempo y, en muchos casos, con dignidad.
Tomar un camión en Nuevo León es, para muchos, una experiencia frustrante y agotadora. Las unidades, frecuentemente abarrotadas, llegan tarde o no llegan en absoluto.
Los usuarios de transporte público pueden esperar en promedio 30 minutos en las paradas, un tiempo que puede duplicarse en zonas periféricas, donde el acceso a unidades es todavía más limitado.
La realidad es que la expansión urbana, que empuja a las clases trabajadoras hacia las periferias, no ha sido acompañada de una actualización en las rutas de transporte ni de un aumento en la cantidad de unidades disponibles.
Para un trabajador que debe cruzar la ciudad, no es raro que el trayecto le tome hasta dos horas por viaje. Esto significa perder cuatro horas diarias en el transporte, tiempo que podría dedicar al descanso, la convivencia familiar o la educación.
A esto se suma que muchas unidades están en condiciones deplorables: asientos rotos, ventanas que no cierran, motores desgastados y sin aire acondicionado, lo que convierte cada trayecto en un suplicio.
La falta de inversión en transporte público es evidente. En cambio, los recursos se dirigen a proyectos de infraestructura vial que benefician principalmente a quienes tienen automóvil, perpetuando un modelo de exclusión social.
Es evidente que las autoridades no están priorizando las necesidades de la clase trabajadora. En lugar de justificar el alza con promesas de “mejoras en el servicio”, es hora de que las y los trabajadores se organicen para exigir un sistema de transporte digno, eficiente y accesible.
La historia nos ha demostrado que los grandes cambios sociales no llegan por voluntad política, sino por la presión de un pueblo unido.
No se trata sólo de bajar el precio del pasaje, sino de transformar un sistema que actualmente es un privilegio para unos pocos en un derecho para todos.
Exigir rutas más eficientes, horarios puntuales y unidades en buen estado es un primer paso, pero también es necesario que la sociedad se involucre activamente en la planificación y supervisión de los servicios públicos.
El problema de la movilidad en Nuevo León no se resolverá con discursos ni promesas vacías. La solución está en las manos del pueblo trabajador, que debe unirse para exigir un transporte público que no sea una carga, sino una herramienta para alcanzar mejores condiciones de vida.
Mientras la clase trabajadora siga pagando el precio más alto por un servicio deficiente, cualquier discurso sobre desarrollo será sólo una fachada.
La pregunta es: ¿seguiremos esperando que otros solucionen el problema o tomaremos las riendas para construir una sociedad más justa y equitativa? La respuesta, como siempre, está en nuestras manos.
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