Ha pasado ya más de un mes desde que inició el "voluntario" encierro y, tristemente, las estadísticas oficiales afirman que la situación agudizará su crueldad. En esta colaboración no intentaremos descubrir el hilo negro, dejaremos la exquisitez teórica y los retruécanos de la lógica para otro momento. Hoy sólo nos abocaremos a los testimonios de la gente, testimonios convencionales, que no por ello carecen de veracidad y sincretismo. "Pero yo, que aunque parezco padre, soy padrastro de este escrito, no por eso quiero irme con la corriente del uso, y suplicarte con lágrimas en los ojos, lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres, que ni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrio como el más pintado, y estás en tu casa donde eres dueño de tus alcabalas, y sabes lo que comúnmente se dice, que debajo de mi manto al rey mato, todo lo cual te exenta y te hace libre de todo respeto y obligación". Dicho ello, vamos adelante.
Las calles, avenidas, plazas y mercados, antes concurridos y donde la muchedumbre insaciable de vivir transita día con día, hoy se encuentran semivacías y, los pocos transeúntes o automovilistas que aún transitan, ora por obligación, ora por distracción, inhalan profundamente el aire fresco que ofrece más que nunca para su sosiego la ciudad de Culiacán. Los cines están cerrados, no hay domingos de parque, no hay diversión en las plazas ni clases en las escuelas, ni trabajadores en el volante estresados por el tránsito y, en las calles se contempla una inquietud y una intriga dignas de un análisis, no hay misas, ni conciertos, ¿dónde están todos? En sus hogares, atendiendo el gran llamado QuédateEnCasa, ya porque los "descansaron" en sus trabajos, ya porque se quedaron sin trabajo. Pero, existen muchos que trabajan "por su cuenta", sin seguridad social, es decir, en la informalidad, ¡y vaya que son muchos!, que continúan trabajando, aunque la vida les vaya en ello, ¿por qué?, ¿acaso son tan insensibles que no entienden la gravedad del problema?, ¿son terroristas suicidas? ¡Nada de eso! Simplemente tienen hambre y, si no trabajan no comen, y si no comen se mueren y la muerte no es una opción para ellos como no la es para nadie, amable lector.
Recibí una llamada telefónica hace dos días que puso a temblar mis sentidos, y echó a volar mis pensamientos guardados en un baúl de antaño. Me decían que en la colonia Los Huizaches, de esta ciudad capital, muchas familias están en espera de una despensa, reclaman que el gobierno federal, estatal o municipal les ayude porque su situación es crítica, infinitamente cruel e insospechada, hay familias que han vivido de la bondad de sus vecinos desde hace quince días; otras que tuvieron que decidir entre pagar la renta habitacional o alimentar a sus pequeños hijos, y otras, como la de la llamada, en el peor de los casos, que con lágrimas en los ojos y un sollozo cuyos lamentos se han clavado como una estaca en mi memoria, que detrás del teléfono ruegan ayuda casi a gritos.
En un perifoneo en la colonia Progreso, cuyo progreso, por cierto, solo lo lleva en el nombre y en donde viven muchas familias en situación marginal, andábamos como a las 3 de tarde aproximadamente, cuando ante nuestros ojos un hombre, de más o menos 50 años de edad, se acercó presuroso y con la estructura gesticular digna del náufrago al pisar tierra firme, a preguntarnos: "ey, viejón, ¿traen despensas?", cuando nuestra respuesta fue negativa, su silueta se transformó radicalmente y, una expresión sombría, llena de melancolía inundó su rostro y dijo trémulo de desesperación: ¡ayúdanos, mi familia y yo no tenemos nada que comer, mira ven, pásale y mira que estoy calentando unas tortillas duras para alimentarlos, yo vendía dulces, pero ya no tengo nada, la policía me ha regresado varias veces a mi casa, que porque dicen que mi actividad no es fundamental, y no tenemos comida, por favor ayúdanos". ¡Nunca olvidaré ese rostro, nunca olvidaré el terrible pavor de ese individuo!
En un recorrido vecinal en la colonia ampliación 5 de febrero, colonia ejemplar cuando de definir la pobreza y la injusticia se trata, dos compañeros y yo, nos encontramos con lo que sigue: un grupo de vecinos todos de una familia, distraían su tiempo en juegos de azar, cuando, al percatarse de nuestra presencia, de manera espontánea nos arribaron y uno de ellos dijo, "compañeros, ayúdenos a gestionar despensas, nos descansaron en el trabajo y no hay para cuándo podamos volver, tengo a mi esposa embarazada, tres hijos pequeños y lo poquito que tenía ahorrado ya se me terminó, por favor, si requieren que vayamos a una marcha yo quiero ir, no quiero que mis hijos sufran de hambre, el gobierno debe apoyarnos, porque de otro modo tendremos que salir a pedir limosna, ¡por favor auxíliennos, compañeros!"
"Piedad, piedad para el sufre, piedad, piedad para el que llora, un poco de calor en nuestras vidas y una poca de luz en nuestra aurora...", ¡qué triste realidad, qué terrible tormento! El pueblo humilde de Culiacán, pero seguro estoy que, de todo el estado y el país entero, clama ayuda de sus gobernantes, pero esa ayuda debe ser hoy, no hasta cuando vengan las elecciones. Esas suplicas me acompañarán hasta el último de mis días, esos rostros inauditos, inundados de desesperación jamás saldrás de mi corazón, los llevaré a donde quiera que vaya para que nunca olvide que así sufrieron mis hermanos de clase, para que hagamos un pacto de por vida, que al salir de esta (porque sin duda saldremos, camaradas) sepamos bien, quiénes son los amigos del pueblos, quiénes estuvieron en su dolor y quiénes derramamos lágrimas en nuestra soledad provocadas por todas nuestras penurias, "¡vengan todos los dolores del mundo, que nosotros los convertiremos en esperanza!", vale.
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