Hay especialistas que afirman que la actual crisis inflacionaria encuentra sus verdaderas causas en el mundo globalizado y que esto obliga a los dueños del dinero a repensar y a empujar en sentido contrario; estamos viendo el impensable fenómeno de ver a los paladines de la globalización trabajando en su contra.
Esto es así, afirman, pues “durante las últimas tres décadas, las empresas y los consumidores se beneficiaron de las conexiones transfronterizas que mantuvieron un suministro constante de aparatos electrónicos, ropa, juguetes y otros productos que era tan abundante que sirvió para mantener precios bajos… Sin embargo, debido a que la pandemia y la guerra en Ucrania siguen afectando el comercio y los lazos comerciales, parece que ese periodo de abundancia está experimentando una reversión parcial. Las empresas están repensando dónde conseguir sus productos y abastecer sus inventarios, aunque esto signifique una menor eficiencia y costos más altos”.
Esta explicación parece razonable y acorde con lo que estamos viendo en todo el planeta y que se convierte en una situación cada vez más angustiante para las familias más pobres, que son la inmensa mayoría de los más de siete mil 700 millones de seres humanos que habitamos el planeta.
Algunos precisan que la globalización, el comercio mundial (siempre pensado y estructurado para generar ganancias a los capitales mundiales que lo empujan), generó una etapa de inflación a la baja, gracias a las cadenas productivas creadas por las grandes empresas y consorcios, interesados en disminuir los costos de producción y aumentar la productividad, que son los mecanismos que tiene el sistema para aumentar las ganancias de las empresas. Estamos hablando de toda una red de comercio creada, paso a paso y minuciosamente, con el fin de abaratar los productos, cadenas que van más allá de las fronteras nacionales y de las culturas, lenguajes, tradiciones, etc. y que le permitió al capital crecer como nunca se había visto.
Solo que, en esta loca carrera de organización productiva, el capital cayó en su propia trampa, y demostró así su verdadera incapacidad para ser el sistema que permanezca en el futuro del mundo, si queremos que ese futuro sea mejor.
En esta competencia de reducción de costos, de libre mercado globalizado, los buitres del capital no se percataron oportunamente de que las economías emergentes estaban creando las condiciones para ganarles en su propio terreno. Las mercancías baratas y de cada día mayor calidad fabricadas en China, así como los recursos naturales y materias primas baratas originarias de Rusia, permitieron a las economías de Estados Unidos (EE. UU.) y de la Unión europea (UE), por un lado, que el mercado tuviera un inmenso arsenal de mercancías baratas accesibles para las clases más pobres, y por otro contar con una amplia gama de productos de alta gama y de precio accesible, para ganar en la competencia del mercado mundial.
Solo que este proceso llevó a China a dominar el mercado mundial, ya que en dos décadas su comercio presentó un ascenso meteórico que lo llevó a la cima del comercio mundial. Del uno por ciento que representaba, se ha pasado a un arrollador 15 por ciento, y es el único estado del mundo que hoy puede presumir de dos dígitos.
Por el lado de Rusia, aunque es cierto que su Producto Interno Bruto (PIB) no es mayor que el de otros países como Italia, país que basa su PIB en la fabricación de productos de lujo, que han elaborado a menores costos a pesar de ser caros, gracias a los combustibles que le compraban a Rusia, que se convirtió paso a paso en el principal proveedor de materias primas de la UE, de manera que en esta crisis inflacionaria el comercio de los artículos de lujo (no olvidar que los capitalistas nunca van a vender nada que no les genere ganancia), ha disminuido su demanda y por ello, su precio va a la baja, mientras que la demanda de materia primas crece, y por ello su precio, provocando una dependencia peligrosa de UE respeto al gas y el petróleo rusos.
Una vez que se dan cuenta, ahora quieren retroceder, no admiten su derrota en el terreno económico y, de ser los paladines del libre comercio (mientras este les favorecía) ahora son los más devotos enemigos de este con el único objetivo de mermar el poder económico de esas potencias, y de cualquier otra que pretende levantar la cabeza más allá de lo permitido, para mantener su hegemonía y seguir dominando al mundo y acrecentando sus arcas.
Por eso las sanciones a Rusia, pues cada día es más evidente que la causa de la ruptura de las cadenas de comercio y productivas, después de la Pandemia, no es el conflicto en Ucrania, sino las sanciones del mundo occidental que ha decidido sacrificar al mundo sin inflación y castigar a los más pobres con tal de derrotar, a la mala y causando hambre, guerra, enfermedad, a sus oponentes a quienes no pudo derrotar en el terreno en el que ellos, supuestamente, son los reyes.
El objetivo es destruir a Rusia y después a China, sin importar que estos le hayan ganado a la buena con sus propias reglas. No es, pues, la libertad, el libre comercio, sino su libertad para tragarse al mundo como sea y contra lo que sea. Ahora se entiende porque apoyan tan descaradamente a los neonazis en Ucrania y en todo el mundo y sus baladronadas acerca de usar el gatillo nuclear. No se los debemos permitir.
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