No nos cansaremos de decir que el crimen contra don Manuel Serrano, cometido el 6 de octubre de 2013, fue político y tenía como objetivo la liquidación del Movimiento Antorchista en el Estado de México.
Nunca será suficiente recordar que aquella mañana en el municipio de Tultitlán se llevaron a una persona inocente, cuyo único "delito" fue ser el padre de la luchadora social y dirigente antorchista, Maricela Serrano Hernández.
Tampoco será suficiente afirmar que, desde ese momento, Manuel Serrano se convirtió en un símbolo de progreso y desarrollo para Ixtapaluca.
Tampoco será suficiente afirmar que, desde ese momento, Manuel Serrano se convirtió en un símbolo de progreso y desarrollo para Ixtapaluca.
Aquel secuestro ocurrió como parte de la guerra a muerte que el sistema político de México desató contra Antorcha, utilizando todo su poder mediático, su capacidad para amenazar, calumniar y, finalmente, destruir físicamente a quienes consideraban sus enemigos.
Durante 2012, incluso antes de iniciar la campaña política por el gobierno municipal de Ixtapaluca, los ataques fueron brutales, especialmente contra la maestra Maricela Serrano Hernández. Recibía mensajes amenazantes por teléfono, en redes sociales e incluso en anónimos, en los que le advertían que se fuera de Ixtapaluca, que abandonara la candidatura o que "se atuviera a las consecuencias" (todo está documentado en los artículos, conferencias de prensa y denuncias publicados en ese año y los que siguieron).
Sin embargo, el temple, la fortaleza y la convicción no permitieron que "la maestra", como muchos le solemos decir, se doblegara. Por el contrario, el orgullo antorchista se engrandeció y se materializó en el triunfo en las urnas, lo que marcó el inicio de la administración del pueblo organizado.
Pero los perdedores, personas rapaces de los gobiernos anteriores, respaldados por otros niveles de gobierno, como el nefasto gobierno estatal de Eruviel Ávila, no se resignaron a la derrota. Querían recuperar el poder a toda costa, por supuesto, con fines económicos, pues veían en Ixtapaluca un "pastel" que podían repartirse a su antojo.
Los ataques se intensificaron hasta el punto de inventar el famoso "ahí vienen los antorchistas", que sonaba en los altavoces de patrullas municipales y estatales. La gente, asustada por individuos desconocidos que corrían y vociferaban, cayó en una ola de terror colectivo, cerrando sus negocios, encerrándose en sus hogares e imaginando un escenario apocalíptico.
Ya en 2013, se orquestó una potente campaña que no escatimó en recursos para calumniar a los antorchistas. ¿Cómo olvidar los espectaculares (custodiados por agentes de la policía estatal) sobre la autopista México-Puebla con mensajes sangrientos, noticias falsas y acusaciones contra la maestra Maricela Serrano y el biólogo Jesús Tolentino Román? También el transporte público llevaba la leyenda "Fuera Antorcha", y miles de volantes con difamaciones fueron lanzados en las calles, incluso desde avionetas.
Fue, como dijo el maestro Aquiles Córdova Morán, una guerra liquidacionista contra la organización que, a pesar de todo, no detuvo su trabajo ni pausó su gobierno. Se daban banderazos de inicio de pavimentaciones, se instalaban drenajes, se construían techumbres y se conectaban kilómetros de redes de agua. En el primer año de gobierno (2013), la administración antorchista ya había aplicado más recursos que los tres gobiernos anteriores juntos (Armando Corona, 2003-2005; Mario Moreno, 2006-2008; Humberto Navarro, 2009-2012).
El impulso al desarrollo era impresionante. El gobierno antorchista, es decir, el gobierno del pueblo organizado, daba muestras de vanguardia, insuperable capacidad, visión y resultados.
Fue en ese contexto, en medio de la guerra contra el pueblo organizado, orquestada por las fuerzas más nefastas de la política, y un desarrollo inconmensurable en Ixtapaluca, que la contradicción llegó al punto de inflexión: la mañana del 6 de octubre de 2013. Manuel Serrano había salido de su casa para ir a instalar su puesto de periódicos y revistas en una esquina, pero en su lugar, desapareció sin dejar rastro. Desapareció sin piedad, sin un adiós, sin un respiro, sin un testigo que pudiera dar alguna evidencia de quiénes se lo llevaron o por dónde se fueron.
Inició entonces otra batalla: la batalla por encontrarlo sano y salvo. Se organizaron kilómetros de vallas humanas en Reforma exigiendo justicia. Se hizo una denuncia pública contra posibles responsables, quienes, de hecho, se defendieron con más calumnias (“El pe…z por la boca muere”, ACM, 15 de octubre de 2013). Se repartieron millones de carteles y volantes a lo largo del país. Sin embargo, la justicia no alcanzó a los verdaderos culpables.
Desde entonces, don Manuel se convirtió en un símbolo de progreso y desarrollo material. Pero, como mencioné al principio, es insuficiente verlo solo desde esa perspectiva. Don Manuel se convirtió en un símbolo de resistencia, convicción y fortaleza. Es una muestra de la capacidad del pueblo organizado no solo para gobernar, sino también para no sucumbir, para crecer y florecer en nuevos y nuevos elementos que ven en esa experiencia el precio de la lucha por el porvenir. Aquellos que comprenden esto crecen como girasoles, con la cabeza en alto, mirando al sol.
Por eso, aquel suceso está presente en nuestra lucha, en nuestra convicción y en nuestros actos cotidianos, por eso decimos que don Manuel Serrano fue una semilla sembrada hace 11 años.
0 Comentarios:
Dejar un Comentario