Desde hace varias décadas, México ha enfrentado una crisis de seguridad y violencia sin precedentes, la cual sentimos cada día al abrir el periódico, encender la televisión o revisar las redes sociales. La violencia, esa sombra que persigue a nuestro país, no da tregua. Varios gobernantes han proclamado a los cuatro vientos ser los únicos con la verdadera solución; sin embargo, sexenio tras sexenio, y partido político tras partido, han fracasado en pacificar verdaderamente a nuestra nación. El proyecto de la 4T no es la excepción, destacándose, sobre todo, por su nueva estrategia: "abrazos, no balazos".
Si bien el discurso oficial sigue apuntando a una transformación estructural, la percepción en las calles es otra: la violencia no ha desaparecido.
Esta frase resonó en su momento con la frustración de millones de mexicanos cansados de la fallida guerra contra el narcotráfico, ya que hablaba de pacificación y de atender las raíces de la violencia: la pobreza y la desigualdad. Aunque esas intenciones siguen siendo relevantes, la realidad es que la violencia no solo no disminuyó, sino que alcanzó niveles nunca antes vistos en la historia de México. "El gobierno del expresidente Andrés Manuel López Obrador concluyó con 199 mil 619 personas asesinadas durante el sexenio, un promedio de 94 por día, la cifra más alta en la historia reciente del país. Cabe destacar que aún falta consolidar la cifra de homicidios ocurridos en 2024, por lo que es altamente probable que, una vez que ello ocurra, el sexenio que recién termina supere los 200 mil asesinatos" (El Financiero, 2 de octubre de 2024). Las desapariciones forzadas también siguen al alza, con más de 100 mil personas no localizadas. Las fosas clandestinas continúan apareciendo en estados como Jalisco, Veracruz y Guerrero, evidenciando una crueldad que parece no tener fin.
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) nunca reconoció el fracaso de su estrategia, que, aunque bien diagnosticada, nunca estuvo verdaderamente encaminada a cambiar la situación. Por ello, se vislumbra que la 4T, ahora bajo el liderazgo de la presidenta Claudia Sheinbaum, replique esta fallida táctica durante otro sexenio más. La diferencia principal es que, tras seis años, esta misma situación ya le está cobrando factura al gobierno federal, que desde los primeros días de esta nueva administración enfrenta un baño de sangre sin precedentes.
Un claro ejemplo es el caso de Sinaloa, que lleva más de un mes de enfrentamientos entre grupos criminales, los cuales no han podido ser controlados ni por el ejército mexicano. En los últimos cinco días, Sinaloa ha registrado al menos 39 asesinatos, a pesar de la llegada de 450 soldados del Ejército Mexicano para reforzar la seguridad en el estado. La violencia en Sinaloa ha incrementado notablemente en los últimos meses. En septiembre, los homicidios casi se triplicaron respecto a agosto, pasando de 45 a 142 casos (La Unión, 16 de octubre de 2024). En estas zonas bajo control criminal, la ciudadanía vive en un estado de terror permanente. El cobro de piso, las extorsiones y los desplazamientos forzados son el pan de cada día. No solo hablamos de los cárteles, sino de una red más compleja, donde se mezclan grupos criminales y autoridades corruptas.
Si bien el discurso oficial sigue apuntando a una transformación estructural, la percepción en las calles es otra: la violencia no ha desaparecido. Más aún, parece que las estrategias del pasado, tan criticadas, persisten disfrazadas de nuevas políticas. Basta con ver las primeras horas del nuevo sexenio, cuando el ejército asesinó a personas inocentes sin ningún escrúpulo: "El asesinato de estos migrantes ocurrió en la noche del martes 1 de octubre, en un tramo entre Villa Comaltitlán y Huixtla, municipios de Chiapas. Según la información que se conoce hasta ahora, dos miembros del Ejército de México habrían confundido a 33 migrantes que viajaban en dos camionetas con presuntos criminales, por lo que abrieron fuego y dejaron en el lugar de los hechos a 4 muertos y 12 lesionados, dos de los cuales murieron camino a un centro médico" (France 24, 3 de octubre de 2024).
La violencia en México no es nueva, ni comenzó con este sexenio; es el resultado de años de abandono institucional, de una pobreza estructural que afecta a gran parte de la población mexicana y de un vecino que se beneficia económicamente de los negocios de la guerra. Sin embargo, aunque estas causas no son recientes, es clara la incapacidad del gobierno para enfrentarlas de manera efectiva, además de la incesante obstinación por no aceptar y corregir los errores, que ahora desbordan la entrada a su "segundo piso" de sangre y balas. Es necesario un proyecto de nación popular que no ignore las vidas perdidas y que deje los abrazos por un combate real contra la violencia y sus causantes, además de atacar sus raíces estructurales, ofreciendo pan, trabajo y oportunidades a quienes lo necesitan. Solo así evitaremos el camino cada vez más violento por el que nos lleva la 4T.
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