Podría haber sido poderoso, imponente, majestuoso; pero no lo era y es que, su aspecto era famélico, débil, de piel rugosa y sus costillas denotaban, a leguas, que no comía o comía poco; seguramente también tendría sed y, tanto la falta de alimentos como de bebida, daban, al pobre elefante, un aspecto cadavérico, miserable y lastimoso.
Los demás animales de la selva lo miraban con una especie de lástima y respeto haciéndose conjeturas sobre cómo o por qué había llegado a tal estado.
Recordaban su imponente e imparable paso por la selva, tronchando ramas, aplastando arbustos, haciendo vibrar la tierra con su peso y, su señorial grito que paralizaba a cualquier animal de la jungla e incluso hacerlos huir despavoridos. Pero eso había sido antes, ahora ahí estaba y andaba, en esa lamentable situación y cada uno de los animales que veía y con los que convivía explicaba su tesis de por qué había llegado a dicha situación.
El rinoceronte decía:
- Es porque es flojo, no quiere caminar, no busca pastos, ni hojas para comer.
El hipopótamo exclamaba:
- Está sucio y feo porque no se baña, como yo.
La alta y gorda jirafa, decía:
- Está flaco porque no sabe buscar alimentos donde hay, es un ignorante.
Las cebras comentaban:
- Pobre, tan fuerte, grande y mira que lástima da.
Las hienas se atrevían a decir:
- Está flaco porque tiene pulgas y garrapatas.
Y así, todos los demás animales explicaban la flaqueza del elefante.
Todos explicaban la pobreza del elefante según su imaginación y criterio.
Pero, de lo que no se daban cuenta era que, la gorda jirafa, el obeso hipopótamo y, el inescrupuloso rinoceronte, así como otros herbívoros de esa selva se habían apropiado de la inmensa mayoría de los recursos del bosque y que, si bien ellos estaban gordos, era precisamente porque habían usado y comido todo lo que el elefante necesitaba y al pobre elefante solo le habían dejado unos cuantos arbustos casi secos, algunas charcas malolientes y todo lo demás lo habían aprovechado ellos, condenando al elefante a ser un miserable en su propia tierra.
Y por las noches, cuando las manadas de animales se juntaban para pasar la noche los comentarios eran:
- ¡Se lo merece por flojo!
- ¡Su Dios lo ha castigado!
Otros decían:
- ¡Eso y más merece por ignorante, sucio y por haber nacido elefante!
Y había quien sostenía que.
- Ese es su destino; ser elefante y morirse de hambre.
Pero los animales tienen miedo y no quieren que ocurra.
Que un día el elefante despierte y vuelva a ser el poderoso gigante que es, y ponga en su lugar a todos abusivos animales de la selva.
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