Nuestro Presidente es pésimo para hablar en público. Y eso no es una peccata minuta, si tomamos en cuenta que es político de carrera, toda su vida se ha dedicado a esto e hizo una carrera universitaria sobre ellos (que a "gritos y sombrerazos" terminó). La política es, por definición debate, en tanto que es disputa del poder. También es pluralidad de ideas (posturas), cualidad indispensable de toda democracia. Las cámaras legislativas fundan su razón de ser en este aspecto. Y si partimos de que todo político representa una corriente, se convierte en representante de algún sector social; un político debe hablar con diáfana elocuencia para el bien de sus representados. Pero esto no ocurre.
El nivel deplorable de la oratoria del tabasqueño no es una excepción, es singular ciertamente, pero no una rareza. La clase política contemporánea carece de oratoria porque el debate se extinguió. Por principio porque la pugna en Política se desvaneció en la medida en que la burguesía hizo un poder político a su completa conveniencia, es decir, desplazó paulatinamente el debate porque completó su hegemonía en el poder. Los ardientes debates de los políticos burgueses liberales del siglo XIX -admirados por López Obrador- por ejemplo, cultivaron esta cualidad porque, en aquel entonces, no eran dueños plenamente de las instituciones del Estado y peleaban por poseerlas.
Hoy, dueños ya del Estado, someten a la clase política a un espectro de discusión limitado, dentro de las fronteras que establece los intereses burgueses. Este campo para el debate es lánguido. Las voces que pugnan por mejorar sus condiciones de vida están fuera, casi siempre, de los recintos de legislación. Al no haber debate, el arte de la oratoria no se cultiva con profundidad. Recordemos los debates presidenciales: únicamente acusaciones y ofensas mutuas.
Es, pues, AMLO una muestra de la inopia argumentativa de esta clase en el poder.
Basta oír unos segundos de su discurso para saber que su expresión oral es deficiente, ya no solamente desde el punto de vista técnico de un orador -fuerza, inflexión de voz, exordios, etc- sino, sobre todo, desde la esencia de sus divagaciones, es decir, la complejidad de las ideas. No están equivocados quienes piensan que sus intervenciones en público son monótonas hasta el hartazgo. El tono, las palabras, las referencias poco cambian; no busca explicar, pretende agradar.
Levantó simpatías en los procesos electorales porque su discurso denunciaba la realidad lamentablemente que dejó el PRI y toda la clase política, pero no se ocupa en profundizar más en sus denuncias. Ir por la superficie, porque Morena, ni él, tienen como propósito esencial educar políticamente a las masas, esto es, hacer participar a los grandes sectores empobrecidos de manera consciente en la palestra política. La labor es, desde luego, titánica y un partido electoral común y corriente, como Morena, no tiene metas tan altas, concibe fines más inmediatos: ganar elecciones para obtener puestos públicos y nada más.
El eje central de su discurso electoral fue, pues, la denuncia. Acusar, condenar, criticar, denunciar, a veces acertadamente, otras, las más, de forma difusa, con abierta tergiversación o con grosera imprecisión.
No es una percepción. Así lo aseguró el equipo de Fact Checking, Verificado, donde analizaron varias frases al azar dichas por AMLO, de las cuales sólo el 43.5 por ciento son verdaderas.
Entonces, miente y confronta (menos a Trump donde su política es toda mansedumbre y servil diplomacia). Su recurso rutinario son las falacias ad hominem, razonamientos incorrectos, donde se cree invalidar un argumento descalificando (incluso ofendiendo) al ser humano que argumenta o crítica. Se sabe con plena certeza que actúa con rabia contra quienes se oponen a sus ideas, ora con parsimoniosas ironías, ora con vehemencia.
Este actuar devela su falso humanismo. Si el 55 por ciento de sus frases son erróneas, entonces sus acusaciones también toman ese rumbo. No es el liberal tolerante que dice ser: al crispar el ambiente político con sus calumnias y descalificaciones fomenta la violencia y la persecución.
Desde la tribuna presidencial -con todo el poder mediático que implica- intenta enlodar al Movimiento Antorchista Nacional, lo acusa y condena con aires de ridículo patriotismo. Pero nunca presenta pruebas. Caricaturiza al antorchismo como una cúpula de líderes corruptos y olvida alevosamente que Antorcha es una organización de más de dos millones de mexicanos pobres que son dañados moralmente por sus ataques. Y él lo tiene claro. Aunque nunca lo reconocerá, Antorcha ha transformado municipios enteros, colonias y pueblos que han expulsado el atraso para convertirse en modelos de desarrollo social. Miles de escuelas formadas en zonas marginadas son auténticos centros de desarrollo educativo. Y el inmenso trabajo cultural y deportivo que todo el año realiza el antorchismo nacional no puede ser ignorado por la inteligencia de un Estado moderno como lo es el mexicano. No.
Su discurso es malo en su sentido técnico y también moral; ¿todos estamos obligados a hacernos buenos con los dictados de la Cartilla moral menos el Presidente que miente y calumnia? ¿Ser mentiroso es de buen cristiano, señor Presidente?
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