MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La Independencia de México

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Mes patrio. Así es como se le conoce a septiembre. Todos los años, como un acto mecánico, los presidentes municipales, los gobernadores y el Presidente de la República, realizan una representación simbólica del grito que diera el cura Hidalgo el 16 de septiembre de 1810. Es un acto que se repite anualmente sin que nadie cuestione el sentido de este evento festivo. El 16 de septiembre es ya solo una fecha en la que los mexicanos gritan "Viva México", se exalta la identidad nacional, y se conmemora la Independencia. Todo como un mero protocolo que las autoridades y el pueblo deben cumplir. ¿Pero qué hay en el fondo del protocolo nacionalista que se celebra en estos tiempos? La independencia de México, motivo de los festejos que recorren el país, y causa del aire nacionalista que inflama el pecho de los mexicanos, es en realidad una ficción.

México nunca ha sido un país independiente. La historia puede remontarse a 1521, año de la caída de Tenochtitlan. En esa época México no existía todavía como país -era un conjunto de señoríos con culturas y organizaciones sociales muy variadas- sin embargo, desde entonces las potencias del mundo han visto nuestro territorio como un rico botín de guerra. Durante la Conquista y la Colonia, la Nueva España -que abarcaba desde el estado de Oregon, Estados Unidos, por el norte, hasta Costa Rica en el sur- fue la posesión de ultramar más importante de la corona española. Las riquezas naturales y la fuerza de trabajo nativa, fueron explotadas por los grandes potentados de España para sostener el funcionamiento general del imperio español. Gracias a las riquezas extraídas de la Nueva España, y en menor medida del Virreinato del Perú, España pudo conservar su preponderancia en el plano internacional. Fue solo hasta el siglo XVIII cuando Francia e Inglaterra le arrebataron al imperio español la hegemonía mundial.

Los territorios americanos siempre fueron un botín muy codiciado por las metrópolis europeas. Cuando España perdió su poder, Francia e Inglaterra comenzaron a disputarse el control de tan abundante fuente de riqueza. Fue precisamente la conquista de España a manos de Napoleón Bonaparte, lo que abrió la posibilidad de comenzar los procesos de emancipación de las ciudades hispanoamericanas. Francia fracasó en sus primeros intentos de conquista, si bien durante todo el siglo XIX las expediciones militares no cesaron; incluso hubo momentos en los que los franceses lograron apoderarse de México, como el imperio encabezado por Maximiliano de Habsburgo, que fue sostenido por Napoleón III. Por su parte, los esfuerzos de Inglaterra por aprovecharse de las riquezas americanas solo prosperaron en zonas relativamente muy aisladas, como las 13 colonias y algunas islas del Caribe.

Puede decirse que después de la independencia de las 13 colonias, en 1776, los Estados Unidos ocuparon en América el lugar que hasta entonces habían desempeñado los ingleses. Impulsados desde su nacimiento por ideales imperialistas, los estadounidenses colonizaron primero los territorios del centro y este de lo que hoy es Estados Unidos. Después, durante el siglo XIX, apoyaron con armas y dinero las guerras de independencia de los territorios controlados por las potencias europeas. Fue en esa época cuando los estadounidenses acuñaron la famosa Doctrina Monroe –"América para los americanos"-, planteamiento político que buscaba expulsar a los europeos de América, para que así Estados Unidos se quedara como potencia única de todo el continente, objetivo que lograron al poco tiempo.

Los casos de México y Cuba son ejemplos muy claros de la creciente influencia que fueron cobrando los estadounidenses. En México, apenas 25 años después de la consumación de la independencia, los norteamericanos comenzaron una guerra que concluyó con el arrebato de más de la mitad del territorio mexicano en 1848. De ese momento en adelante, la dominación estadounidense sobre México se convirtió en una constante. En Cuba, Estados Unidos luchó por la expulsión de los colonizadores españoles. La isla era el último bastión que tenía de España en América, pero por su importante posición geoestratégica, los norteamericanos ambicionaban su control. Expulsados los españoles, Cuba quedó en las garras del ejército y los capitales de Estados Unidos, que se volvieron los nuevos amos de la mayor de las Antillas. Tanto en México como en Cuba, se pasó del sometimiento español al sometimiento estadounidense.

Durante la Guerra de Reforma, Juárez y los liberales salieron triunfantes del proceso, en buena medida, por el apoyo que los estadounidenses les brindaron. Mientras los conservadores buscaban en la nobleza europea el apoyo necesario para hacer de México una monarquía controlada por las casas reales de Europa, los Estados Unidos le apostaron al triunfo de los liberales, quienes al final se impusieron. En la Revolución se vuelve a hacer patente la dominación norteamericana. Los principales bandos en pugna, quizá con excepción de los zapatistas, todos acudieron a los estadounidenses en busca de apoyo. Los norteamericanos no solo fraguaron, con Victoriano Huerta, el derrocamiento de Madero en 1913, sino que a los pocos meses enviaron una flotilla de barcos para tomar el puerto de Veracruz, como una forma de mostrar de lo que eran capaces con tal de defender los bienes de sus compañías en suelo mexicano. Apoyaron también a Carranza y a Villa en distintos momentos, según cambiaba la correlación de fuerzas en el proceso revolucionario. Al terminar la Revolución, los Estados Unidos habían logrado mantener a salvo los bienes de sus compañías, y habían tutelado la sucesión de presidentes hasta quedar convencidos de que había quedado salvaguardada su influencia sobre el vecino del sur.

Pero este carácter de México, el de ser un país sometido a los intereses de las grandes potencias, no pertenece al pasado: se alarga al presente. Para no ir más lejos, pongamos como ejemplo la humillante posición en la que Donald Trump ha colocado a López Obrador en el tema referente a los flujos migratorios. So pena de imponer aranceles a las exportaciones mexicanas y provocar una crisis económica, el magnate estadounidense obligó al Gobierno de México a arrodillarse ante él y a cumplir con todas sus exigencias: ahora el Gobierno Federal mantiene desplegados en las calles más soldados de los que tuvieron Calderón y Peña Nieto fuera de los cuarteles, y ha iniciado una cacería de migrantes centroamericanos desde la frontera sur hasta la frontera norte; todo para mantener contentos a los Estados Unidos.

Vemos, pues, que el grito de independencia que celebramos cada septiembre es en realidad un símbolo que fomenta la identidad nacional, pero solo eso, porque la independencia de México sigue siendo una ficción. De las manos de España a las de Francia y Estados Unidos, la senda que ha transitado el país ha sido el camino de los pueblos sometidos. México sigue siendo un país que responde más a los intereses de las grandes potencias del mundo, que a los intereses de su propio pueblo. Solo siendo un país verdaderamente independiente, los mexicanos podremos mejorar las condiciones de vida de nuestro pueblo. Que el mes patrio no nos obnubile: la independencia de México todavía está por llegar.

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