Gracias a una serie de excelentes entrevistas de la periodista Niria Andrade, publicadas recientemente por expreso.com.mx, en Sonora hemos obtenido un panorama estatal revelador acerca del lamentable estado en que se encuentran las actividades culturales, pero sobre todo del nulo papel que juegan en ellas el pueblo, el más bajo y sus organizaciones, a no ser por sus impactantes festividades y tradiciones que, maltrechas, han sobrevivido a pesar de la política oficial y de la voracidad privada. Aunado al cuestionado nivel de calidad en varios de los eventos culturales oficiales celebrados en territorio sonorense, el trabajo periodístico mencionado ha dejado claro su escaso número y, por ende, su reducido poder catártico; es decir, ha quedado clara una vez más la ausencia de un movimiento cultural masivo destinado a elevar el espíritu y la sensibilidad fraterna que tan necesaria es para la convivencia humana y sólo queda aceptar que la rusticidad del meme, la manipulación televisiva y la superficialidad informativa y educativa han ganado la mente del pueblo en general, sin que se escapen a esta terrible influencia los sectores más acomodados. Y en esta dinámica se ha debatido el pueblo pobre durante por lo menos seis décadas, desde que se abandonaron en los años cincuenta y sesenta los viejos programas educativos que al menos enfatizaban ciertos valores humanistas. De entonces para acá, cada gobierno ha puesto su granito de arena para dejar cada vez más indefenso al pueblo sonorense en el aspecto cultural, cada uno ha hecho su aporte a la línea general de ascenso de la ignorancia que nos echan en cara las encuestas y exámenes internacionales.
Para iniciar su corrección el pueblo debe hacer el diagnóstico correcto para comprenderse a sí mismo y comprender que el desolado panorama cultural que hoy nos muestra el periodismo es el resultado de al menos seis décadas de gobiernos de la misma clase social vestida con camisetas políticas variopintas y que hoy usa la de color Pantone. No ha sido interés de esa clase gobernante sacar de la ignorancia y de la pobreza cultural (ni económica) al pueblo. Por más melosos discursos que dispare a la conciencia de los trabajadores: los resultados culturales no mienten, y aquí radica la importancia de este periodismo.
Así, en las entrevistas mencionadas dice el coreógrafo sonorense Aldo Siles que en esta entidad no hay trabajo para profesionistas que estudian Danza, Música, Artes plásticas y Teatro y como resultado se van de aquí (son migrantes que, igual que las masas hondureñas, huyen de su insatisfactorio terruño, diríamos para comparar, con un lenguaje poco aceptable para el orgulloso chovinismo local), que las exposiciones y galerías no se llenan (o sea, que ni las moscas se paran) y en sus propias palabras sostiene que la educación es tecnocrática y sin humanidades. Gerardo Gonzalo Bernal, director de La Matraka Teatro, afirma que los promotores culturales reciben escaso apoyo del gobierno, que la Danza folclórica difícilmente puede sostenerse por sí misma (Pascola, Matachines y otras danzas de los Mayos y los Yaquis). El escritor Imanol Caneyada y el compositor Oscar Mayoral acusan que sólo hay presupuesto para 15 días de cultura en Sonora (el Festival Alfonso Ortiz Tirado, que es la perla de la corona sonorense y el Festival del Pitic, (y agregaríamos que al primero de ellos no asisten los trabajadores humildes como no sea para asear el teatro después de la fiesta) y nada el resto del año, que el recurso destinado para Cultura se gasta en su mayor parte en pagar a los funcionarios, y que la introducción de cantantes de pop para espectáculos masivos banaliza al único festival de ópera que tiene Sonora; agregan que desde hace más de 30 años no se invierte en la infraestructura cultural, a excepción del Museo de Arte Sonorense (Musas).
Por su parte, Guillermo Ornelas Romero, gerente general del inegi (Instituto Nacional de Estadística y Geografía), reconoce que en Sonora se destinan siete pesos trimestrales por hogar para la compra de libros (22 a nivel nacional, lo que tampoco es muy alentador), o sea 28 pesos al año: todos sabemos que no hay ningún libro que tenga hoy ese precio, es decir, el dato es una forma eufemística de decir que el pueblo sencillamente no compra libros. No es descabellado pensar que el gasto real aludido es el que hace una mínima parte de la sociedad, la mejor acomodada, cuyo total permite tener ganancias a unas cuantas librerías, pero que al dividirse entre el total de los hogares sonorenses, tanto ricos como pobres, les promedia a todos por igual un gasto que en realidad no hacen y arroja ese irreal promedio de siete pesos. Así se explica que haya 25 librerías en todo Sonora, "que son un excelente negocio" al mismo tiempo que el grueso del pueblo nunca compre un libro. También Raúl Ortiz, experiementado actor ganador de la estatuilla Desierto ícaro, en su reciente artículo publicado en cooltourarte.com.mx, dice todo en su título: En este estado no hay teatros (exageración que se permite el autor para resaltar que hay cuatro y sólo uno funcional y, por nuestra cuenta diríamos que para los autores de la dramaturgia universal de veras no hay, porque sus representaciones han sido casi inexistentes en Sonora por décadas). Agreguemos que desde hace ocho años los niños y jóvenes de Sonora no han estado en contacto con importantes testimonios de su historia cultural: el único museo importante, el Regional de Sonora, lleva ese tiempo cerrado. No es, pues, exagerado afirmarle al pueblo humilde sonorense que tiene a su juventud ciega, que le han apagado las luces de su ilustración, que con esta oscuridad cultural provocada le han mutilado a sus hijos toda curiosidad intelectual y le han matado a sus vástagos toda ansia de superación espiritual prefiriendo, cuando pueden acceder a alguna educación superior, convertirse en tecnócratas que desprecian la cultura y las humanidades, que terminan reproduciendo el sistema que los hizo ajenos a sí mismos y a su clase social: la de los olvidados.
Ciertamente Niria Andrade equilibra la información dando voz también al responsable oficial de la Cultura, a Guillermo Welfo álvarez Beltrán, titular del Instituto Sonorense de Cultura, de quien resumo sus respuestas: sí se ha ido aumentando el presupuesto para cultura, sí hay gasto en obras para infraestructura (60 millones de pesos), no puede el gobierno ser el único empleador de artistas, no se puede ser invasivo (de funciones gubernamentales) en el ámbito cultural y educativo, se debe fortalecer la diversidad musical integrando a grupos y artistas pop al festival de ópera y otras similares. Sin embargo, los resultados allí siguen y para muestra pongo un botón (además de lo denunciado por los personajes atrás mencionados): tres años lleva gobernando y no se ha reabierto el Museo Regional: esto contradice todo. Sin embargo lo más importante es que no existe una campaña masiva y bien financiada para involucrar al pueblo en la creación, desarrollo y retroalimentación de su cultura.
En este mar de incultas aguas negras, una gota de agua dulce y clara perfila una esperanza: hasta esta lejana tierra sonorense llega un rayo de luz que ilumina ya a miles: la xx Espartaqueada Cultural Nacional del Movimiento Antorchista, a la que ya se alistan para participar grupos de entusiastas jóvenes de origen humilde, quienes con muchos esfuerzos y sacrificios han preparado sus bailes y danzas, aprendido sus poesías, afinado sus cantos y refinado sus discursos. Este es el único movimiento masivo cultural auténticamente popular que representa una alternativa real y efectiva al oscurantismo medieval que aherroja la mente de nuestra juventud. Queda usted invitado a seguir este evento y sus antecedentes a través del portal www.movimientoantorchista.org.mx. Le invito a estudiar con detenimiento y sin prejuicios esta opción para que se convenza de que no todo está perdido, que aún hay esperanza, de que, parafraseando a José Martí, aún se puede liberar de su infortunio al siervo moderno y salvar de su infamia al rico descuidado e inconsciente. Así sea.
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