En octubre de 1789, una multitud de mujeres marchó desde París hasta Versalles exigiendo pan. El hambre asfixiaba al pueblo francés, mientras la corte vivía rodeada de lujos, banquetes y óperas privadas.
Cuando los manifestantes llegaron al palacio, Luis XVI no los recibió de inmediato. Se decía que ni siquiera entendía del todo por qué protestaban. Para él, el reino marchaba bien.
En octubre de 1789, una multitud de mujeres marchó desde París hasta Versalles exigiendo pan. El hambre asfixiaba al pueblo francés, mientras la corte vivía rodeada de lujos, banquetes y óperas privadas.
Cuando finalmente se dirigió a ellos, ofreció palabras vagas y promesas huecas, convencido de que su autoridad era incuestionable. A los pocos años, ese mismo rey caminaría hacia la guillotina. No lo mató solo la revolución, lo mató la arrogancia de no escuchar.
Morena, el partido que llegó al poder prometiendo justicia social, hoy se comporta como una nueva corte de Versalles. Sus líderes se aíslan del dolor del pueblo, se niegan a reconocer errores y repiten con desprecio las mismas prácticas que criticaban.
Como el viejo PRI, creen que su mandato es eterno, que no tienen por qué rendir cuentas, que cualquier crítica es un ataque de la “derecha”. Han cambiado la sensibilidad por soberbia y la autocrítica por propaganda.
Pero la historia enseña que ningún poder es para siempre. Cuando los gobernantes se ciegan, cuando se burlan del sufrimiento y se ríen de las reglas, el pueblo cobra factura. Hoy, Morena está repitiendo la misma ruta que llevó a Luis XVI a perder la cabeza: la del desprecio a quienes dice gobernar.
En Jalisco, colectivos de búsqueda de personas desaparecidas encontraron restos humanos y cientos de prendas en el hoy tristemente conocido como Rancho Izaguirre. Todo apunta a un campo de exterminio, un sitio donde el crimen organizado asesinó a decenas —posiblemente cientos— de víctimas.
Lo desgarrador es que ese hallazgo no fue producto de una acción del Estado, sino de los propios familiares que, con recursos propios, investigan lo que las instituciones ignoran.
Pero en lugar de solidaridad, lo que recibieron fue burla y desprecio por parte de figuras de Morena. Uno de los casos más infames fue el de Gerardo Fernández Noroña, quien sugirió que todo podría tratarse de un “montaje de la derecha” para atacar al gobierno. No fue el único.
Otros simpatizantes del partido pusieron en duda los hallazgos, se negaron a reconocer la magnitud del horror o simplemente guardaron silencio.
Esa reacción no sólo es insensible, es inhumana. ¿Qué clase de poder político desacredita el dolor de madres, hermanas y padres que buscan desesperadamente a sus desaparecidos?
Sólo uno que se siente por encima del pueblo. Sólo un partido que cree que todo es una guerra de propaganda, incluso los cadáveres. La arrogancia de Morena no sólo niega la realidad, la pisotea.
Por otro lado, en Chihuahua, la senadora morenista Andrea Chávez ha desplegado una estrategia que ejemplifica la nueva arrogancia del poder.
Usando el pretexto de realizar “jornadas de salud”, su imagen aparece en lonas, espectaculares, brigadas, redes sociales y spots disfrazados de labor social, es decir, todo un operativo de campaña anticipada que viola soberbiamente las leyes electorales.
Lo más grave no es sólo el uso electoral de la necesidad, que ya de por sí es repudiable, sino la forma descarada en que la propia senadora reconoció que esas jornadas están financiadas por empresarios.
¿Dónde quedaron los principios de austeridad, transparencia y anticorrupción? ¿Qué pasó con la crítica al poder económico metido en la política?
Lo que vemos es la construcción de una figura personal con dinero privado y con estructuras que violan las reglas electorales. Y Morena no dice nada. Porque en su nuevo código moral, lo que antes era delito hoy es estrategia.
Lo que antes era “la mafia del poder”, hoy es “aliado táctico”. El partido ha aprendido muy rápido a torcer la ley para impulsar a sus cuadros con la misma impunidad que criticaban al PRI, sólo que ahora se sienten más listos, más hábiles, más intocables.
El tercer caso es tan grotesco como revelador. El exfutbolista y actual diputado federal Cuauhtémoc Blanco, acusado de violación y violencia de género, fue señalado por diversas víctimas que exigen justicia.
Para que la Fiscalía pueda proceder, se necesita retirarle el fuero. Pero el Congreso de la Unión, donde Morena tiene mayoría, bloqueó el juicio de desafuero. ¿La razón? Protegerlo.
Y no lo hicieron solos. Morena se alió con el PRI, su supuesto “enemigo histórico”, para frenar el proceso. En un acto de cinismo absoluto, el partido en el poder demostró que está dispuesto a proteger a los suyos, aunque tengan cuentas pendientes con la justicia.
La lealtad al grupo está por encima de las mujeres, por encima del derecho, por encima de la dignidad.
Ese gesto no fue un error, fue un mensaje muy claro: esto somos y háganle como quieran. No hay otra forma de leerlo. Morena ya no pretende convencer, ni dialogar, ni justificarse. Se ha instalado en la lógica del poder absoluto, la de quienes creen que la historia se detiene en sus zapatos.
En su momento, el PRI también creyó que podía hacer y deshacer. Que ningún escándalo le costaba votos. Que ningún agravio era suficiente para perder el poder. Hasta que un día lo perdió todo. Morena va por ese camino.
Su base aún es amplia, pero la soberbia crece más rápido que la simpatía. Cada mentira defendida, cada delito encubierto, cada burla lanzada al pueblo los acerca más al hartazgo de millones.
Luis XVI no entendió a tiempo que el poder sin empatía se convierte en condena. Morena, como él, sigue convencido de que todo va bien. Pero la historia no perdona a los soberbios.
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