MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

En Cancún existe una marcada disparidad entre lujo y pobreza

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En Benito Juárez, al norte de Quintana Roo, existe una marcada disparidad entre el lujo y la pobreza, con una concentración significativa de la riqueza en manos de unos pocos y una gran parte de la población enfrentando dificultades económicas. La desigualdad es un problema estructural en la entidad, donde un reducido grupo de potentados concentran una gran proporción de los ingresos totales, mientras que el 37.9 % de la población más pobre carece de lo esencial para sobrevivir.

A pesar de ser una ciudad con una economía próspera basada en el turismo y reconocida por sus hoteles lujosos, playas paradisíacas y diversas atracciones, el municipio de Benito Juárez enfrenta graves problemas de marginación, desigualdad y pobreza.

La carencia de servicios esenciales refleja la falta de planeación urbana y la ineficacia en la gestión de recursos para obra social en las colonias populares.

Lamentablemente, la ciudad de Cancún, a sus 55 años de existencia, muestra signos de envejecimiento debido a diversos factores que han deteriorado su infraestructura; entre ellos destacan la grave ola de inseguridad, el desempleo, los negocios abandonados, la contaminación ambiental, la falta de acceso a servicios públicos y la pobreza desenfrenada, factores que afectan directamente la calidad de vida de los quintanarroenses.

Existen zonas donde la pobreza y desigualdad son evidentes. La carencia de servicios esenciales como agua potable, drenaje y vivienda digna refleja la falta de planeación urbana y la ineficacia en la gestión de recursos para obra social en las colonias populares. Además, la injusta distribución de los recursos ha agravado la situación de los habitantes de la ciudad más grande del estado.

Hay muchas áreas con altos niveles de pobreza y desigualdad. En la Región 97, sobre la avenida Chichen Itzá, en el lote 50 vive una familia de seis miembros originaria de Chiapas. Si bien no están en situación de calle, viven sin acceso a agua potable ni servicios básicos, en una humilde vivienda en medio de la maleza.

Los niños de cuatro y cinco años deben bañarse con una manguera y, aunque la casa es resistente, se cuela el aire frío en las madrugadas, sufriendo frío debido a la falta de cobijas o chamarras, comentó Alma, madre de familia y ama de casa.

Los habitantes de asentamientos como El Jordán y Tekach, en el sur de Cancún, sobre la avenida de Las Torres y a un kilómetro de la José López Portillo, donde por lo menos hay unas 200 familias, han denunciado durante 20 años la ausencia de atención gubernamental.

“No tenemos servicios de salud, parques, escuelas ni calles pavimentadas. Hay otras colonias irregulares que sí han pavimentado, pero la nuestra sigue en el olvido, y durante las lluvias, el dengue es un problema constante y la inseguridad es una preocupación diaria”, lamentó Andrea Martínez, residente de la zona.

Esto es sólo un ejemplo de la pobreza, de lo mal que vive la gente en Cancún, pero he de decir que en la ciudad hay más de 200 colonias irregulares dispersas, fuera y dentro de la mancha urbana, sin mencionar las zonas de invasión que también abundan, y cuyos habitantes históricamente se han quejado de que sólo existen para las autoridades cuando están en campaña y, una vez que termina, siguen siendo los olvidados y apestados de un destino turístico con diversos rostros, pero en donde resalta el de la pobreza y la marginación.

Sin embargo, a pesar de ser un estado con importantes ingresos por parte del turismo, el dinero que ingresa se concentra en unas cuantas manos, principalmente las de empresarios y políticos.

Entre algunos de los apellidos con más propiedades y concentración de riqueza destacan: la familia Zozaya, de AMResorts; la familia Azcárraga, de Grupo Posadas; la familia Chapur, de Grupo Palace Resorts; la familia Cosío, dueña de Las Brisas; la familia Vela, de Grupo Velas; entre otros empresarios millonarios, en las que sobresalen las familias políticas: Ricalde, los Borge, los González Canto, los Villanueva y, sin duda, la familia de Jorge Emilio González, el llamado “Niño Verde”, quienes cuentan con negocios millonarios por todo el país y que han tenido varios cargos políticos y poder en el estado.

Todas estas familias tienen más que satisfechas sus necesidades, cuentan con residencias en cotos o colonias de privilegio y, además, pueden pagar servidumbre, guardaespaldas, automóviles del año, ropa de marca, relojes de pulsera de cientos de miles de pesos, teléfonos celulares de 50 o 60 mil pesos, comidas en restaurantes de platillos y vinos de miles de pesos, membresías de clubes exclusivos, viajes en primera clase, hoteles de 15 mil a 30 mil pesos por noche, acciones bursátiles o negocios de ingresos millonarios: están en la gama del lujo.

Muchas veces estos millonarios cubren sus gastos con dinero no proveniente de sus salarios o negocios legítimos, sino de origen oscuro, turbio y, muy probablemente, por sus maniobras políticas; entonces caen en el renglón de la sospecha por la dilapidación, el derroche y el desprecio a las personas que no pueden siquiera tener para alimentarse medianamente.

Sin duda alguna, Quintana Roo es un espejo de la polarización evidente de la inequitativa distribución de la riqueza, que es producto del esfuerzo del pueblo trabajador. Sin embargo, la riqueza generada no está proporcionalmente recompensada con el salario que obtienen los trabajadores en la llamada industria sin chimeneas.

Los millones de ingresos económicos producidos por el trabajo de los quintanarroenses no se dice a dónde va a parar dicha riqueza, aunque se puede deducir que va a manos de los ricos y poderosos nacionales y extranjeros que representan una diminuta porción de la población. Por supuesto, sin asumir el esfuerzo del trabajo, gozan del incremento millonario de sus fortunas, dejando las miserias a los creadores de riqueza.

Esta es la otra cara de Cancún, donde existe una marcada disparidad entre lujo y pobreza a solo unos pasos: por un lado, los suntuosos hoteles, hermosas playas y boutiques de lujo comerciales casi similares a cualquier centro turístico llamado primer mundo o neoliberal; cerca, pero al mismo tiempo separados, las casas humildes con pocos metros cuadrados para habitar y convivir, sin áreas de recreo, cuyos habitantes deben desplazarse en transporte público para ir al trabajo o a la escuela.

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