MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Aprender de la historia

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A. Manfred, en su obra "La Gran Revolución Francesa", analizando la situación económica y política que dio origen al movimiento revolucionario, descubre, como uno de los factores esenciales, la situación económica que se vivía en la Francia de esa época al arribo al trono de Luis XVI. El rey encontró vacías las arcas del reino, al pueblo hambriento y revueltas populares por todo el país provocadas por la carestía del trigo.

Luis XVI inició su reinado planteando algunas medidas transformadoras a través de sus inspectores generales de finanzas, primero Turgot y después Necker, quienes tropezaron con la decidida oposición de la nobleza y de los grandes de la corte que no quisieron perder ni un ápice de sus privilegios. Como siempre sucede, para contentar a los poderosos, Luis XVI cesó a Turgot y en su lugar nombró a Necker, quien por los mismos motivos y por las mismas razones corrió igual suerte.

Las tímidas reformas efectuadas fueron abolidas, todo regresó a su antiguo estatus y con una acentuación más reaccionaria por parte del gobierno absolutista. El gobierno feudal creaba obstáculos inmensos para impedir el desarrollo de la industria, llegando, incluso, a prohibir a los campesinos cosechar el centeno con la hoz. El estancamiento de los negocios, el cierre de numerosas empresas y el paro en la construcción, provocaron un gran número de desocupados en las ciudades. La crisis industrial, comercial y financiera, así como las malas cosechas, agravaron al máximo el hambre y la miseria de las masas trabajadoras, elevándose la mortalidad a cifras muy altas. Los obreros de St. Antoine asaltaron las casas de los ricos y la fábrica Reveillon. El gobierno reprimió a sangre y fuego a los amotinados, quienes lanzando piedras opusieron fuerte resistencia, pero como es de imaginar, muchos cayeron muertos a manos de la tropa. El hambre, la miseria del pueblo, el descontento general, la crisis industrial, comercial y agraria fueron prueba del agotamiento e inoperancia del régimen absolutista feudal.

En el terreno político los cuadernos de quejas, al mismo tiempo que reflejaban el odio de los campesinos al régimen absolutista y feudal, también recogían las inconformidades de la burguesía, que reclamaba la abolición de la división de la sociedad por estamentos; la abolición de las limitaciones impuestas al comercio y la industria, y la concesión de derechos políticos que le abriesen el acceso al poder. En la apertura de los Estados Generales el rey fue recibido con aplausos unánimes y con la esperanza de que se hiciera eco de las inconformidades del pueblo; pero, en su discurso, el rey no dijo ni una sola palabra sobre las reformas, por el contrario, llamó a rechazar las "innovaciones peligrosas", terminando de extinguir las últimas esperanzas que albergaba el pueblo. Estalló la revolución y, con ella, la caída de la monarquía y el régimen feudal.

Sin exagerar, creo que esta situación vivida por el pueblo francés, hace más de 200 años, guarda enorme paralelismo con la situación que vive nuestro país. Los obreros, los campesinos, los sin trabajo, los trabajadores informales, los choferes, que habitan en los cinturones de pobreza de las grandes ciudades, se están muriendo de hambre. El campo no produce, viven en miseria, sin salud, sin educación, sin vivienda y con una tasa de mortandad enorme, elevada ahora por la pandemia del covid-19. El gobierno de la 4aT, convertida en una monarquía absoluta, no crea empleos, no incentiva la inversión privada, tiene detenida la rama de la construcción, no hay nuevas industrias. No se crean empleos para atacar de manera seria y responsable la pobreza en nuestro país. Se reparten recursos de transferencia directa, mediante programas sociales, pero no para resolver el problema de la miseria, sino buscando conservar el poder que el pueblo equivocadamente le confirió.

Al hambre y la miseria en que vive el pueblo se ha venido a sumar la pandemia del coronavirus. Se aplican medidas "dizque" para librarlo de la enfermedad, pero lo someten a tormentos mayores: vivir hacinados, sin agua, sin ventilación y sin recursos para sortear los gastos de manutención que se requieren para vivir recluidos durante los meses que persista la pandemia. Lo único que el gobierno le da a escoger al pueblo es la manera de morir: por coronavirus o por hambre. Busca así acabar con los pobres, como los nazis intentaron acabar con los judíos: allá, asesinándolos en los campos de concentración, aquí, dejándolos morir de hambre y por la covid-19.

Como el pueblo francés hacia Luis XVI, los mexicanos esperaban de López Obrador las reformas necesarias para llevar a México a su plena y total transformación. Hoy, igual que los franceses de aquella época, los mexicanos están total y absolutamente desencantados de su "rey": No hay trabajo, el número de desempleados crece día con día, se reducen los sueldos a los trabajadores, y el gobierno descarga sobre ellos la tarea de resolver las necesidades sociales de la población. Nada de reformas sustanciales para transformar al país, se usa el poder para satisfacer caprichos personales, se asignan obras de manera directa, fomentando así la corrupción que dicen combatir. La ley se sigue usando a discreción para someter a todos aquellos que difieren o critican las ocurrencias del mesías, se han liquidado y están en etapa de extinción todos los organismos autónomos. Se fabrican delitos para reprimir a organizaciones e individuos, para así acabar con toda oposición consciente. Se niega el registro a partidos políticos que los puedan tirar del trono o abollarles su corona. Se lanzan iniciativas de Ley para consolidar a la 4T como un gobierno absolutista, aunque presuma de democrático.

Desgraciadamente, este paralelismo con la Revolución Francesa también podría conducir a las mismas medidas para resolverse. En el siglo XXI, en México la situación es grave, muy grave, pero hoy, como ya lo he dicho en ocasiones anteriores, la forma de resolverla es distinta: todos los mexicanos debemos conocer la realidad que vivimos y la necesidad de cambiarla, pero ahora mediante el juego democrático, para lograr con ello el arribo de un gobierno auténticamente popular y democrático que, tomando en cuenta los intereses de todos los sectores, los una para transformar a México en beneficio de todos, y enrumbar al país por el camino de la justicia, el progreso y el bienestar. Tiene que ser ahora, porque mañana puede ser tarde.

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