Muchos años tuve en otro concepto al columnista Javier Arellano. Se me hacía un escritor con inteligencia para escribir y algunas columnas suyas me parecían interesantes. Pero el miércoles 04 de diciembre me doblé de la risa con un texto que publicó en El Sol de Puebla, titulado: “Llegó la hora de meter en orden al transporte”, en el que lanza duros ataques contra los choferes del transporte público poblano (sobre todo contra los antorchistas), para quedar bien con la gente de poder en la Secretaría de Movilidad y Transporte del gobierno estatal.
El análisis del señor Arellano es tan infantil que la verdad no me detendría a contestar. Cualquier lector inteligente seguro también se dobló de la risa al leerla. Pero como el aumento al precio del pasaje en Puebla es un tema actual, que ha generado debate entre los transportistas, el gobierno y la población, entonces me veo obligado a no dejar pasar, y respondo. Vamos, pues, por partes.
Desde su texto lanza la amenaza: que la Secretaría de Movilidad los sancione con la retención de las unidades o la cancelación de las concesiones. Ese es el hilo de todo su texto: condena, ofende y amenaza
Javier Arellano inicia su columna así: “Desde hace unas semanas organizaciones del transporte urbano de la ciudad de Puebla exigieron un aumento en las tarifas”. En efecto, un grupo de transportistas ha pedido que se aumente el precio del pasaje de 8.5 a 19 pesos, una cantidad que, dicen ellos, es necesaria. El Gobierno del estado que está por terminar su periodo se ha negado a incrementar el costo del pasaje y deja la tarea para el próximo gobierno.
Sin analizar si el aumento es viable, necesario, ni si con eso se puede resolver el grave problema del transporte en el estado y la capital, Javier Arellano de inmediato se lanza al ataque: los que piden el aumento son “conductores groseros, atrabiliarios que maltratan a los usuarios y se pasan los semáforos en rojo”; es decir, según nuestro columnista, son delincuentes al volante que no pueden, por esa razón, pedir nada. Es la aplicación fascista de la lógica retorcida. Pero no solo eso: esos mismos choferes, dice el señor Arellano, solo tienen “unidades viejas que circulan destartaladas” y no se da cuenta de que, siguiendo una lógica común y corriente, esas carcachas le gritan a él que urge una política del transporte moderna, que beneficie a usuarios y a transportistas.
¿Eso implica, señor Arellano, un aumento en el precio del pasaje? Depende. Si el gobierno no diseña ni pone en marcha una reforma seria al asunto del transporte y deja a los transportistas a su suerte (como han hecho todos los gobiernos estatales hasta este momento), entonces sí es necesario un incremento sustancial al pasaje para que el transporte pueda, en unos años, tirar a la basura las carcachas viejas y comprar nuevas unidades. Pero si el gobierno diseña, le invierte dinero y ejecuta una política moderna con el transporte, entonces es probable que no sea necesario un aumento y, quizá, hasta pueda haber una reducción en el costo del pasaje en beneficio de los ciudadanos, dado que el gobierno ayudaría a financiar, por ejemplo, las nuevas unidades del transporte o crearía nuevas formas de comunicación, como el metro subterráneo en la capital, o pondría en marcha trenes de última generación para el traslado de la población de una ciudad a otra o rutas con camiones modernos para la comunicación entre los pueblos. En un análisis básico, de eso depende, señor Arellano.
Pero al columnista no le interesa analizar. Claro que no. ¡Qué horror! Por eso, se lanza contra los choferes y nos recuerda que “hace unos años se les autorizó un aumento considerable”. O sea, con el gobierno de Miguel Barbosa, se les “incrementó” de 6 pesos a 8.5 pesos el pasaje, pero se les quitó el pasaje de la tercera edad, de los discapacitados, se redujo el de los estudiantes. O sea que el incremento fue un engaño: se les dio, pero se les quitó, como lo entenderá cualquier gente inteligente. De todas formas, los 8.5 pesos no es de las tarifas más altas del país. Las más altas son: BC 17.5 pesos, Nuevo León 17 pesos, Tlaxcala 14 pesos, Coahuila 13 pesos y el Edomex hasta 26 pesos. Yo no soy defensor del aumento, no. Antorcha lo que pide es una política nueva y moderna con el transporte.
Pero el señor Arellano tiene muchas cosas que decirle al transporte y sigue: “sexenio tras sexenio vemos cómo las organizaciones transportistas imponen sus condiciones y amagan a los gobiernos”. Ah, canijos. ¿En verdad, señor Arellano? Tantos años de columnista y me salió usted tan ingenuo. Salvo que el gobierno esté lleno de puros capirotes, nadie puede “amagar” al gobierno. El gobierno es el que manda, ordena y hace que se cumpla lo que él dice, con la ley o la fuerza pública.
Pero eso lo dice Arellano, porque para él “llegó el momento de que el gobierno del estado exija que cumplan con su compromiso de moderar las unidades, capacitar a sus toscos choferes y comenzar a respetar las reglas de vialidad”. Mi duda es, señor Arellano: ¿llegó el momento? Porque a este Gobierno del estado le quedan pocos días de vida. Insisto: el señor Arellano no sabe lo que escribe ni el tiempo en que escribe. Y, de todas formas, desde su texto lanza la amenaza: que la Secretaría de Movilidad los sancione con la retención de las unidades o la cancelación de las concesiones. Ese es el hilo de todo su texto: condena, ofende y amenaza. ¿Para gusto de quién?
Ah, ¡todo tiene una razón! Javier Arellano quiere quedar bien con el actual secretario. Vea usted: “Un funcionario que demostró tener el talante para enfrentar a esas organizaciones es Omar Álvarez Arronte. Lamentablemente hasta el momento no se tiene considerada su inclusión en el próximo gobierno, pero se trata de un operador ‘todo terreno’”. Ya ven, esa columna tiene una explicación.
Puebla no ha tenido una gente eficaz en el transporte desde hace varios sexenios. De lo contrario, tendríamos todos un mejor servicio de transporte público, con unidades mejores, sin tantos problemas, sin tantas mafias delincuenciales (algunas solapadas por gente con mucho poder), en el que todos los poblanos nos sintiéramos cómodos y seguros para viajar. Pero no. Nada de eso.
Y como a alguien debe culpar, entonces se lanza contra los transportistas de “la organización chantajista Antorcha Campesina”. Lo que indica que, en efecto, la columna sólo busca quedar bien con gente muy poderosa en la secretaría o entre los ricos verdaderos del transporte. ¿Por qué no habla de las verdaderas mafias del poder en el transporte poblano? ¿Por qué no denuncia usted a las organizaciones que toman rutas en la ciudad o en los municipios por la vía de las armas? Ah, quizá porque esas están protegidas, ¿o no?
Antorcha en el transporte le pide, de manera muy respetuosa, al gobierno que entrará el 14 de diciembre una cosa muy sencilla: escuche a los choferes y a los poblanos, para que diseñe una política del transporte que modernice al estado y los pasajeros viajen a gusto, cómodos y seguros. Eso pedimos. Es lo necesario.
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