Tres tragos amargos llevamos ya los mexicanos en menos de una semana, entre los días del 19 al 23 de septiembre; tres han sido los sustos telúricos que nos han sorprendido. En otras circunstancias parecería una broma, pero el 19 de septiembre se ha convertido en una fecha emblema para el miedo, y con toda la razón. Todos los mexicanos fuimos testigos de la tragedia que cimbró al corazón de nuestro país en 2017, y jamás olvidaremos la tragedia histórica que significó el terremoto de 1985.
No se sabe con exactitud el número de fallecidos que dejó el sismo de 1985, la cifra oficial es de 3 mil 692, pero la Cruz Roja Mexicana señala que fueron más de 10 mil. El sismo de 2017 dejó un saldo de 369 muertos, la mayoría en la Ciudad de México donde 228 personas fallecieron, 49 de ellas en el edificio Álvaro Obregón 286, en la alcaldía Cuauhtémoc. Las estampas del silencio, desesperación y frustración son imágenes que a los que lo vivimos nos acompañarán por el resto de nuestras vidas.
La tristeza, sin embargo, no fue el único tono con que se pintaron los días de la tragedia, cometeríamos un enorme error si no recordamos también que en aquellos momentos, los faros de la esperanza eran cargados por las manos callosas de miles de mexicanos que desinteresadamente se lanzaron a las calles desbordados de solidaridad a cargar piedra por piedra, repartiendo comida gratis a las víctimas y voluntarios, brindando un servicio social ejemplar, y alimentando una luz infatigable en la búsqueda de los desaparecidos.
No eran mentira aquellos comentarios que aseguraban que en esos momentos los mexicanos éramos mucho paquete para tan poco gobierno. La inoperatividad o los débiles esfuerzos del gobierno en turno se vieron superados por mucho ante la impecable intervención de los miles de mexicanos que salieron a las calles a ejercer el papel de una autoridad minúscula.
Dijo en aquel momento Omar Carreón Abud, uno de los comentarios más atinados que escuché sobre la coyuntura: “¿De qué se admiran? ¿Cuál es la novedad? El pueblo siempre ha sido el héroe, siempre el que produce, construye, lleva el agua y da de comer. Sólo que en los días ordinarios está oculto, silencioso, anónimo, desdeñado en las fábricas, en los talleres, en las parcelas, en las bodegas, en las cocinas, en las cabinas de los transportes o vendiendo arrinconado en las banquetas. Nada cambia que ahora su labor colosal irrumpa, salga a la calle y haga presencia en multitudes abarcando todo, en nuevas y duras circunstancias, torne a ocuparse del consuelo, del cobijo, del agua, del alimento, de la vida, de todo”.
Aquél gigantesco héroe que vimos cimbrarse en 2017, sin embargo, hoy se encuentra dormido, tres alarmas han sonado ya, y no cabe duda de que gran preocupación han generado entre nosotros. De antemano sabemos que este tipo de tragedias no se pueden prevenir por eso uso de este espacio para decir que yo no comparto la idea de que el 19 de septiembre sea una fecha cabalística con la que los mexicanos debamos tener algún resentimiento o trauma, comparto la idea del Sismológico Nacional Mexicano, respecto a que se deberían de abrir nuevas líneas de investigación en torno a estas coincidencias, pero para nada resta valor al hecho de que este tipo de accidentes no se pueden predecir.
No podemos sujetarnos a las predicciones, lo que sí podemos hacer es siempre estar preparados ante este tipo de situaciones. México ya contaba con un fondo de ayuda para este tipo de eventualidades, FONDEN se llamaba, pero desde que inició el sexenio del presidente Andrés Manuel López Obrador él decidió desaparecer ese fideicomiso con la intención de que, a cambio el recurso, se destinará a los programas clientelares del actual mandatario.
No perdamos el dedo del renglón, aquel gigante dormido necesita ponerse en acción, recuperar lo que ya le pertenecía, el FONDEN debe de regresar, y es el pueblo unido el que debe desenterrarlo de las ruinas que ha dejado este gobierno de cuarta.
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