Una de las grandes batallas exitosas que dio nuestro pueblo ocurrió en 1963. Mientras el país se debatía en una pobreza apabullante y muchos jóvenes se decidían a convertirse en guerrilleros para intentar cambiar el sistema injusto de explotación y despojo de sus tierras a muchas comunidades rurales, el Gobierno de aquel entonces, encabezado por el presidente Adolfo López Mateos, convocó a la población a luchar contra el mosquito Aedes aegypti, transmisor del dengue, entre otras enfermedades y, maravillosamente, la población hizo caso: con su ayuda y participación consciente se exterminó al mosquito en nuestro suelo patrio, que estuvo ausente de México ¡por trece años!
Aquel Gobierno represor permitió la organización y participación popular sólo hasta el nivel que le convino para combatir una enfermedad que amenazaba a todos por igual, ricos y pobres.
Insistir en que se declare la epidemia no es alarmista, porque el momento de dar la alarma ya pasó: ya estamos en plena crisis de salud pública y es de esperarse que con las lluvias los casos aumenten.
Esta experiencia demostró que cuando un pueblo se organiza debidamente y actúa, puede lograr incluso lo que parece más imposible. Por inferencia, sin estructura popular estamos indefensos no solo ante el dengue, sino ante cualquier mal, natural o social.
Conviene recordar esta hazaña mexicana ahora que tenemos encima de nuevo al monstruo y que las campañas oficiales son tardías y débiles.
En efecto, según datos proporcionados tanto por la Organización Panamericana de la Salud (OPS), como por las autoridades mexicanas, la situación ya es de crisis de salud, pero, a diferencia del México de la década de 1960, el pueblo está ajeno al peligro, desunido, desorganizado, apático, más interesado en los videos del feis que en su propia seguridad.
Según la OPS, para el pasado 27 de junio había en todo el continente casi 10 millones de casos probables de dengue y cinco millones confirmados, lo que representa 231 % más casos que hace un año y 420 % más que hace cinco. El monstruo avanza a paso incontenible.
En el caso de Baja California Sur, por el bien de la población debe declararse ya oficialmente una epidemia de dengue en Los Cabos y asumir las consecuencias sociales, pero se tiene miedo al impacto que tenga por la disminución del turismo; se cuidan los bolsillos de los ricos, con el pretexto de cuidar los empleos, pero al igual que con la covid-19, se sacrifica la salud del pueblo humilde, que es el más azotado por la enfermedad.
De hecho, en el documento Panorama Epidemiológico de Dengue, de la semana 25, de la Secretaría de Salud federal, nuestro estado, por el número de casos confirmados y probables, aparece ya en la zona roja de epidemia, pero no se le da importancia, y el discurso oficial fuerza a los medios de comunicación a minimizar la gravedad y, por tanto, ahogar la intensidad del reclamo social ante su irresponsabilidad.
El documento señala que mientras que en 2022 Baja California Sur tuvo sólo 91 casos de dengue, en 2023 saltó a 897, es decir, aumentó diez veces lo que hubo aquel año, se incrementó 885 %; al momento, de enero a la semana 25 ya llevamos 299 casos confirmados contra 8 en el mismo periodo de 2023, un pavoroso incremento de 3,637 %, de los cuales 244 han sucedido en Los Cabos; y falta lo peor por venir.
Hacer una franca declaratoria y darle profusa difusión, deberá obligar a las autoridades a destinar urgentemente cuantiosos recursos para prevención y, sobre todo, ya con el mal encima, para la curación.
También obligará, sobre todo a sus funcionarios más nobles y humanitarios, a actuar con todavía mayor empeño del que hasta el momento han hecho y, a la par, ello obligará a la población cabeña a tomar mayor conciencia del peligro y a actuar masivamente en colaboración con el heroico personal del sector salud, para combatir la reproducción del mosquito transmisor, hasta con aislamientos y cuarentenas, si fuere necesario.
Insistir en que se declare la epidemia no es alarmista, porque el momento de dar la alarma ya pasó: ya estamos en plena crisis de salud pública y es de esperarse que con la llegada de las lluvias los casos confirmados aumenten. Tampoco es cuestión de querer causar mal a la sociedad y al turismo, porque el mal ya está aquí.
La profunda relación que tenemos con el hermano estado de Guerrero, por provenir de allá un alto porcentaje de nuestra población, nos ubica como un estado de alta transmisión, sobre todo luego del huracán “Otis”, con la aparición aquí de peligrosas variedades de dengue llamadas serotipos DEN-1 y DEN-2, que al reinfectar a quienes ya la sufrieron los arriesgará gravemente.
Pero la clase política se ocupó y preocupó por los votos, no por la prevención; hasta después de las elecciones fue cuando algo empezaron a hacer.
Los expertos, como Sofía Sánchez, académica de la Facultad de Enfermería y Obstetricia de la UNAM, coinciden en que se abandonaron las campañas de prevención, y nosotros afirmamos que los gobiernos de la 4T prefirieron invertir con mucha antelación en campañas electoreras, fueron más importantes para ellos sus vergonzosos pleitos internos y hoy estamos pagando las consecuencias.
Tampoco están interesados en activar estructuras sociales fuertes, permanentes, para combatir cualquier enfermedad. Son tan incapaces e incumplidos que en poco tiempo se les salen de control y el chirrión se les voltea por el palito.
Además, el incremento de desechos, especialmente botellas y llantas, generados por el consumismo alentado por el capitalismo, ofrece millones de recipientes para el desarrollo del mosquito y la pasividad criminal de los Gobiernos para combatirlos y regularlos agrava la situación.
Hay que recordar que, según la OPS, por cada caso confirmado hay entre ocho y diez casos más de personas también contagiadas que, si bien no necesariamente llegan al extremo fatal, sí sufren ellos y sus familias, afectando su rendimiento laboral y quebrantando su salud por mucho tiempo y quizá para siempre, así como su economía.
Recordemos que el sistema de salud mexicano es sumamente deficiente: carecemos de medicina social eficaz y la gente tiene que asumir sus propios gastos en medicamentos, y lo que dan las tarjetas del Bienestar no alcanza, ni alcanzará nunca para este tipo de emergencias; sólo una gigantesca inversión en medicina social puede salvarnos definitivamente.
Mientras tanto, hay que organizarse, la experiencia de 1963 y muchas otras demuestran que tenemos que aprender a organizarnos independientemente de los gobiernos, y con la fuerza del poder popular exigir más acciones gubernamentales. Claro, hay que colaborar con lo poco que están haciendo las autoridades; peor es no hacerlo, pero hay que superarlas.
La mejor medicina para curar a esta sociedad enferma es, no sólo nuestra unión, sino un tipo de unión superior, con una estructura popular que garantice nuestra propia supervivencia.
Nosotros creemos que Antorcha es la estructura que necesita México, y por eso es tan atacada por los opresores del pueblo. Le invitamos a conocernos.
Una recomendación final: el artículo científico “Participación comunitaria en la prevención del dengue: un abordaje desde la perspectiva de los diferentes actores sociales”, publicado en la revista Salud Pública de México, vol. 48 no.1 Cuernavaca ene./feb. 2006, proporciona utilísimas consideraciones acerca de la participación de la sociedad en la lucha para combatir al dengue.
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