La pobreza y la marginación de la población campesina no son problemas nuevos, sino fenómenos antiquísimos: siglos de miseria y abandono de quienes proveen de alimentos a la sociedad para que esta pueda vivir. Por tanto, erradicarlos no es cosa sencilla, dado que no son situaciones que se resuelvan con medidas superficiales, sino con la instrumentación de políticas efectivas y serias que reviertan el proceso de deterioro del campo y, como consecuencia, mejoren la calidad de vida de los campesinos y sus familias.
El relevo generacional en el sector agrícola se desvanece, dejando miles de hectáreas de tierra sin manos que las trabajen y poniendo en riesgo el futuro de un sector que aporta el 8 % del empleo nacional y el 3.3 % del Producto Interno Bruto.
Para nadie es novedad que los campesinos constituyen el sector más pobre y económicamente rezagado de nuestro país. Todos sabemos, desde hace décadas, que es en el área rural donde se encuentran los índices más altos de insalubridad, analfabetismo y desnutrición; de falta de vivienda, de servicios fundamentales como agua potable, luz, drenaje, caminos y demás medios de comunicación, y ya ni hablar de centros de recreo y esparcimiento.
Esta situación, ya de por sí grave, tiende a empeorar aceleradamente en los últimos años, pues la falta de programas gubernamentales serios y bien pensados, de carácter sustantivo y no asistencial, que brinden verdadero apoyo a los productores pequeños y medianos, provoca desinterés entre la población campesina por cultivar la tierra. Por tanto, se dejan de sembrar vastas extensiones de tierra debido a las pobres o nulas ganancias que obtienen los productores, la sobreexplotación e informalidad laboral (jornaleros sin seguridad social ni prestaciones), la renta de parcelas para la producción agroindustrial, la migración, la sequía e incluso el cobro de piso por parte del crimen organizado.
El campo mexicano está en crisis, y por tanto, la seguridad alimentaria también. El sector está al borde del colapso porque predominan la pobreza y la precariedad entre los campesinos, ya que el 54 % de los hogares rurales vive en pobreza, frente al 37 % de las zonas urbanas (Coneval).
La población rural, en particular la joven, migra a las grandes ciudades en busca de oportunidades. El relevo generacional en el sector agrícola se desvanece, dejando miles de hectáreas de tierra sin manos que las trabajen y poniendo en riesgo el futuro de un sector que aporta el 8 % del empleo nacional y el 3.3 % del Producto Interno Bruto (PIB).
Queda claro que los programas que aplica el gobierno federal actual en el sector, como “Sembrando Vida” y “Producción para el Bienestar”, siguen siendo insuficientes, pues no abordan de manera integral las necesidades del campo mexicano; son mejorales para tratar la enfermedad terminal que padece el campo. Se entregan tarjetas del Bienestar, que no combaten de raíz la pobreza que padecen el campesino y su familia, y tampoco fomentan ni incentivan la producción agrícola y pecuaria.
Aunque autoridades federales aseguran que “el campo es prioridad”, las acciones concretas brillan por su ausencia. Por ejemplo, el presupuesto para desarrollo rural ha venido disminuyendo cada vez más; en 2024 bajó un 9 % y, para este 2025, disminuyó en 493 millones de pesos con respecto al año anterior.
El gobierno no invierte en el mejoramiento de los métodos de cultivo, no dota a los campesinos de los insumos necesarios para la siembra, no los ayuda con tecnología de punta para abaratar costos y mucho menos los ayuda a comercializar sus cosechas. “Cosechando Soberanía” tampoco es la panacea al problema que vive el campo.
Urge que el gobierno de la República reconozca los peligros que entraña el grave rezago económico y social en que se debaten los campesinos mexicanos, y la necesidad consecuente de instrumentar políticas agrarias efectivas que reviertan el proceso y transformen la agricultura, de lastre que frena el desarrollo nacional, en firme sostén y eficaz impulsora del mismo.
Hablar de rezago económico del campo, de pobreza, de la miseria en que se debaten los campesinos, es hablar del fracaso de la política agraria que se ha venido practicando hasta la fecha por los distintos gobiernos en turno, ya que es una realidad que en las poblaciones rurales de nuestro país, el consumo de las mayorías está disminuyendo y sufre hambre; que las nuevas generaciones emigran a las grandes ciudades, incluso a los Estados Unidos (exponiendo la vida), en busca de empleo y mejores salarios para la sobrevivencia familiar.
No es con tarjetas ni con programas mediatizadores como se acabará la pobreza y la marginación que padecen los hombres del campo, porque estas no se extinguirán con medidas convencionales, sino con políticas profundas e integrales que conlleven al cambio de modelo económico que hace de los productores de riqueza seres marginados, explotados y sin derechos.
Es tiempo de que los campesinos ejerzan su derecho a exigir, que se tome en cuenta su reclamo de bienestar, justicia, trabajo y salario justo, pues se trata de una parte de la sociedad mexicana que, con esfuerzo, sufrimiento y vidas, contribuye de manera principal a construir la economía del país, su historia y su cultura, sin que a la fecha puedan disfrutar de esas aportaciones.
La gran importancia de los campesinos en la creación de la riqueza nacional, en contraste con la extraordinaria e inhumana marginación que padecen desde hace siglos y que los ha convertido en pobres entre los pobres de nuestra patria, resalta la necesidad y la urgencia de que estos, en unión con otras clases sociales marginadas y empobrecidas de nuestro país —obreros, trabajadores de la ciudad, amas de casa, estudiantes, profesionistas, pequeños comerciantes, etcétera—, constituyan una gran fuerza social organizada y educada, capaz de tomar las riendas de este país para modificar la mala distribución de la riqueza en México.
Lograr un equilibrio en la distribución de la renta nacional constituye el eje de cualquier programa económico y político serio que pretenda construir un país más justo, próspero y humano, que es el principal propósito del Movimiento Antorchista Nacional.
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