MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Pobreza y violencia

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Cada día, la ola de violencia que prolifera en nuestro país se extiende a cada rincón del territorio nacional y adquiere tintes más brutales y exagerados. Ante la situación, el peor escenario que puede presentarse, es la insensibilización de la sociedad ante tanta violencia, y terminar aceptando la situación como algo habitual, como algo con lo que debemos aprender a vivir.

Los resultados gubernamentales pueden evidencia que no están consiguiendo en éxito esperado, pues las acciones empleadas no se derivan de un diagnóstico correcto, esto, por supuesto, el incremento en el índice de violencia en el país; los secuestros, desapariciones forzadas, descuartizamientos, el descubrimiento de fosas clandestinas y verdaderos enfrentamientos entre quienes deberían garantizar la seguridad de los mexicanos y la misma sociedad.

El índice Global de Paz (IGP) 2016 ubica al país en el lugar 140 de una lista de 163 países analizados por el Instituto para la Economía y la Paz, lo que, al estar en los últimos sitios, significa que se halla en un "bajo estado de paz" debido al número de personas muertas cada año. De acuerdo con esa lista de mayor a menor índice de paz, México, con más de 17 mil decesos violentos anuales en promedio, está a sólo ocho lugares de quedar dentro del grupo de naciones con índices de "paz muy bajos", como Siria, Afganistán, Irak, Paquistán, Libia, Ucrania y Somalia, entre otros. Es el más violento de América Central y el Caribe, por encima de Guatemala, El Salvador, Honduras y otros países que han registrado una gran violencia a causa de la inseguridad. Explica que México se encuentra en el fondo como resultado de un ligero deterioro ocasionado por una creciente presencia armada y policial y el incremento en el número de desplazados por la actual guerra contra las drogas".

La problemática se ha incrementado, principalmente, porque la respuesta gubernamental es policíaca y punitiva: la incorporación de nuevas corporaciones policíacas, armamento más sofisticado, así como sanciones más severas para los infractores, de eso se jactan sus promulgadores; bancadas parlamentarias de todas las fracciones y colores, y el mismo estado. Incluso, muchos mandatarios presumen el millonario recurso en inversión para la adquisición de infraestructura de vigilancia.

Como manifestación de una sociedad enferma y parte esencial de la estrategia de combate a la delincuencia, el número de presos se incrementó en los últimos veinte años: "México tiene 238,000 personas en situación de cárcel, es decir por cada 100 mil habitantes, tenemos 206 reos". "La sobrepoblación penitenciaria es un tema que preocupa, y no deja de ser un problema de interés general y salud pública, tenemos en México 230 mil 943 reos y 187 mil espacios, por lo que, 43 mil 943 viven en condiciones de hacinamiento". Subrayando que las cárceles distan mucho de ser centros de readaptación social, por el contrario, se vuelve verdaderas escuelas del crimen, el sitio en donde surgen bandas y la colusión para perpetrar nuevos crímenes, aunado a que en esos centros no tiene las condiciones para que los reos vivan o cambien su mentalidad.

Pues bien, atendiendo a la observación de todos esas propuestas, medidas e inversiones, es evidente que la violencia crece, con lo que se pone de manifiesto que las medidas empleadas no son correctas y esto se debe a que el diagnóstico tampoco es el adecuado, pues parten de una idea que desprecia las raíces económicas y sociales del fenómeno y lo atribuye a factores como la ambición de acumulación, a la violencia como cultura, a la maldad del hombre; y debemos partir de que el hombre no es un ser que nace malvado, sino que la sociedad, en la mayoría de los casos, lo transforma.

Los orígenes son más profundos, y son, en primer lugar, los datos sobre los niveles de pobreza y que, a pesar de que se habla de una mayor infraestructura, crecen cada día; como consecuencia, claro del modelo económico imperante, que permea la concentración de la riqueza en unas cuentas manos, mientras que priva de lo elemental a la mayoría; a quienes, curiosamente, son los obreros, y los campesinos que producen esa riqueza nacional. Ellos, los campesinos y obreros no perciben los ingresos suficientes para asegurar una vida decorosa, bueno, ni siquiera pudiéramos llamarle digna.

La misma Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) reconoce entre sus países miembros, a México como el país en donde se pagan los salarios más bajos y se laboran las jornadas más prolongadas. Lo anterior lo confirma el propio Consejo Nacional de Evaluación de Política de Desarrollo Social (Coneval), que señala que 51.5 millones de mexicanos padecen en alguna medida inseguridad alimentaria; y tómese en cuenta que el hambre no aguarda y ante ella resultan insuficientes leyes, instituciones, policía, amenazas o incluso la cárcel. Si hacemos referencia a derechos humanos, sobrevivir es uno de ellos, y si los mexicanos no pueden acceder a ese derecho por la vía legal, buscará alcanzarlo a como dé lugar, aunque ello implique cruzar la línea. Es ahí donde crece la violencia, ése es el ambiente en donde germina y a la sociedad no se le puede culpar por ser pobre, por tener hambre.

La mala impartición de justicia, los abusos gubernamentales para garantizar la conservación de la clase empresarial y el sometimiento de los más débiles; todo ello contribuye a generar el clima perfecto para el desarrollo de la violencia. Algo está entorpeciendo la ejecución de los derechos y obligaciones que marca la Constitución, eso es responsable de que cada día, por hambre, indignación o por ambas, la población decida tomar la justicia en sus manos.

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