Todos los mexicanos estamos atentos y angustiados por las noticias acerca de las políticas del actual presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Donald Trump, en contra de nuestro país y, supuestamente, en defensa de su nación, a la cual quiere hacer “grande nuevamente” (Make America Great Again – MAGA).
Hoy no podemos exigir a la nación más poderosa y soberbia del planeta que nos respete; debemos ver con frialdad que dependemos de las relaciones con ese vecino del norte.
Destacan sus amenazas de expulsar a los inmigrantes ilegales (no sólo de México, sino de todos los países), el cierre de sus fronteras, la exigencia de que se detenga el tráfico de drogas de México a Estados Unidos, especialmente del fentanilo, so pena de hacerlo ellos mismos y declarando a los cárteles de la droga mexicanos como organizaciones terroristas, lo que tiene efecto inevitable en la legislación de esa nación.
Además, exige que México detenga el intercambio económico con China y otras naciones que considera competencia, y amenaza con imponer aranceles a los productos mexicanos si nuestro gobierno no hace lo que ellos le ordenan, pero también para obligar a las empresas de capital estadounidense en México a regresar a la metrópoli.
Las explicaciones de tales desplantes, y la respuesta que han contrapuesto diferentes voces, incluido el gobierno de México encabezado por la morenista Claudia Sheinbaum, indican que creen o nos quieren hacer creer que basta con plantar cara en los medios de comunicación haciendo declaraciones igual de altisonantes y oponiendo nuestra “independencia” y “soberanía”, recordándoles que buena parte del territorio del oeste de esa nación era de México y, en su momento, ellos fueron inmigrantes en nuestra patria, o que podemos cantar un corrido en el que enfaticemos que somos muy mexicanos, y con eso basta y sobra para enfrentar las amenazas y superarlas. Pero no es así; ese punto de vista es superficial y vacío.
Los antorchistas y todos los mexicanos debemos entender el fondo del asunto, por lo menos de manera general, para saber también qué podemos y debemos hacer como nación; sobre todo nosotros, los mexicanos humildes, los que no tenemos poder, ni dinero, ni amigos en el gobierno, ni intereses en la bolsa o en empresas importadoras o exportadoras, pero que, sin duda, somos los más afectados. No sólo porque nuestros parientes en el vecino del norte corren peligro de que se les detenga, maltrate y expulse, sino porque toda crisis ya sabemos que la pagan los pobres.
Además, está la ilegal y peligrosa militarización de la frontera, que puede desembocar, bajo cualquier pretexto, en una intervención en nuestro país, para quitarnos más patria, o toda ella, y convertirnos en su estado número 52.
Lo primero que han destacado nuestros dirigentes es que no debemos pensar que detrás de tales declaraciones sólo hay bravatas y soberbia de “la bestia rubia”, sino que los poderes económicos de Estados Unidos, el imperio yanqui, que está en lo profundo del poder político que representa el presidente Trump (y si no fuera así, son capaces de eliminarlo), es la personificación del capitalismo más descarnado e inhumano, capaz de cumplir sus amenazas.
Ya lo ha hecho en otras partes del mundo: intervenciones, golpes de Estado, imposición de dictadores despiadados, guerra directa, genocidio, asesinato, crímenes de guerra, uso de armas químicas y bacteriológicas. Es la entidad política que se ha atrevido a lanzar bombas atómicas asesinando en un instante a decenas de miles de ciudadanos inocentes.
El imperio yanqui, al igual que el mismo capitalismo, está en una crisis existencial, en declive imparable. Ha perdido ya su hegemonía real, pero no lo acepta y, como bestia herida, con rencor inaudito y poderoso aún, quiere imponer su fuerza a costa de lo que sea, de manera que no son solo bravatas, y la respuesta a tales no puede ser, tampoco, simples declaraciones.
México necesita lograr su verdadera independencia. En mi colaboración anterior, recordaba el análisis que nuestro dirigente nacional, el maestro Aquiles Córdova Morán, nos daba acerca de nuestra Revolución Mexicana y que se aplica también a la Guerra de Independencia: en esa transformación, el pueblo puso solo los muertos, pero los intereses que realmente se empoderaron no fueron los del pueblo trabajador.
México no es aún realmente independiente; nuestra verdadera independencia sigue pendiente. Es cierto que somos una enorme nación, con muchísimos recursos naturales y un pueblo orgulloso de sus raíces, inteligente, valiente y muy trabajador. Tenemos todo para ser una nación vigorosa, respetable y en progreso. Pero eso no es todavía una realidad.
Hoy no podemos exigir a la nación más poderosa y soberbia del planeta que nos respete; debemos ver con frialdad que dependemos de las relaciones con ese vecino del norte.
Primero debemos sacudirnos esa dependencia, conscientes de que eso sí es posible, pero para ello no bastan las palabras, ni los gritos al calor de unos tequilas, ni unos memes en las redes sociales. Ese respeto nos lo debemos ganar.
Debemos empezar ya a construir las bases de nuestra verdadera independencia, con una economía fuerte que no dependa del comercio con los Estados Unidos (hoy el 80 % de nuestro comercio internacional es con ellos). Necesitamos un sistema educativo que genere pensadores y científicos capaces de crear nuestra propia ciencia y tecnología, para no trabajar con la chatarra que nos mandan las naciones tecnológicamente avanzadas, y esa fuerza y autosuficiencia debe servir no para aislarnos del resto del planeta, sino para que en nuestras relaciones internacionales se nos respete y trate de igual a igual, y no como un patio trasero. Y sí, tenemos todo para lograrlo.
¿Qué hace falta? Que el pueblo, la clase trabajadora, que somos 100 de los 130 millones de mexicanos, nos convirtamos en la poderosa fuerza para hacerlo, que tomemos conciencia, nos organicemos y tomemos el control del poder político del país para transformar nuestro sistema económico en uno que tenga esas características. Eso lo pudieron hacer quienes hoy nos dirigen, pero no quieren, como no quisieron los gobiernos anteriores.
Esto ya lo sabíamos, compañeros antorchistas, pues desde hace cincuenta años nuestra organización nos ha propuesto la verdadera solución y los acontecimientos de estos días son un buen recordatorio de lo que tenemos que hacer, cada día con más apuro, porque urge esa verdadera transformación.
Lo vamos a hacer, pero es tarea pendiente. Se está haciendo, pero está inconclusa. Sirva esta experiencia para que todos nosotros, los antorchistas, trabajemos con más empeño y decisión para lograr que el pueblo se organice en Antorcha y tengamos la fuerza para dirigir al país entero hacia su verdadera independencia.
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