La pregunta es seria. Se refiere a los países que todavía los tienen, según se cree, como “figura decorativa”, porque sobre los otros, varios aún en el mundo, que los tienen como gobernantes despóticos, no creo que haya mucho que averiguar: son dictadores en los que, con algunas variantes se concentra el Poder Ejecutivo, el Legislativo, el Judicial y, en ocasiones, hasta la autoridad religiosa última, su función opresora está completamente clara.
Quiero referirme, entonces, a esos hombres y mujeres que, sobre todo en Europa (la región con más Estados monárquicos) tienen todavía el estatus de rey o reina y no gobiernan, de ahí la interrogante, entonces ¿para qué sirven?
Son “Jefes de Estado”, representan a la nación en actos internacionales y protocolarios, luego entonces, ¿son sólo personajes ceremoniales? No solamente, también, al representar al Estado burgués porque son, valga la ironía de la historia, reyes burgueses, le permiten a la clase, en un momento de conflicto entre las diferentes facciones, que el Gobierno “caiga” sin que falte cabeza ni representación nacional, sin que se ponga en gran riesgo la continuidad del sistema pues queda el rey como representante del Estado; bien llevadas, pues, son formas de Estado muy flexibles que le permiten a la clase dominante sustituir a los gobernantes en turno, a todos juntos, incluso, sin grandes riesgos de caer en la anarquía o, peor aún, de propiciar una revolución.
El rey contribuye a difundir y afianzar en la mente del pueblo trabajador la idea de que el Estado no es un aparato de dominación en manos de una clase, sino un árbitro justo y equilibrado. El rey es de todos, no castiga ni regaña, aparece como independiente de los partidos, no abandera ningún programa político, representa y defiende a la nación entera.
El rey está por encima de las clases. Aparenta ser una forma sin contenido, es una promoción de las formas que tanto agradan y sirven a las clases dominantes. El rey fomenta el individualismo. Un rey no pertenece a ningún colectivo, no se debe a ninguno, no tiene obligación de pedir consejo de nadie ni lo necesita.
Un rey no está sujeto a crítica ni hay mecanismos legales corrientes para juzgar su desempeño, un rey no informa ni rinde cuentas es, teóricamente, la perfección hecha persona, la suma y síntesis del individuo, “es maduro, responsable y está bien preparado” (Juan Carlos hablando de su hijo), un rey, pues, vuelta a las ironías de la historia, está al servicio del liberalismo en cuanto que coloca al individuo, y no a la clase o al colectivo, en el centro de sus planteamientos y preocupaciones.
Un rey es el poder incuestionable. No le debe su cargo al pueblo, durante un largo tiempo se consideraba incluso que su posición privilegiada era designio de Dios, tenía origen divino, era dios en la tierra. Si bien es cierto que los reyes de las monarquías constitucionales existen en una democracia en la que se elige a los representantes populares, la democracia a ellos no los alcanza ni los toca, son un recordatorio sutil de que la soberanía popular tiene límites.
La existencia del monarca justifica la existencia de privilegiados sin causa aparente. Con ello se apuntalan, se justifican todos los casos en los que los hijos heredan las fortunas, las empresas, las posiciones políticas y, en general, las ventajas sólo por ser hijos de su padre. “Sábete Sancho que nadie es más que otro, si no hace más que otro” hizo decir Cervantes al Quijote y, el “hace”, todavía retumba, todavía incomoda y exhibe a los privilegiados, a los discurseros y a los prometedores electorales.
El rey es una figura que ayuda a aceptar que los ricos sean ricos, que tengan lo que nunca se van a gastar, sin que ello se explique porque llevan una vida de trabajo, disciplinada y austera, sin que se vea que ello obedece a que se levantan temprano y se acuestan tarde, o a que son creativos e inteligentes, en fin, si el rey tiene en exceso de todo sin explicación válida, entonces los capitalistas también pueden tenerlo y nadie en su sano juicio debería buscar explicaciones. El monarca cobra, es rico, sólo por ser, por existir.
El poder del rey es hereditario, es una justificación de la herencia de la riqueza, de la acumulación del capital en el devenir de las generaciones, es una reafirmación del derecho de primogenitura íntimamente ligado con los procesos de acumulación del capital. En el rey los méritos se estrellan, no los necesita, no tiene horario ni agenda obligatoria de trabajo.
Es un paradigma, un modelo de persona y, por extensión, de familia, es monógamo, con pareja tradicional, sus diversiones se divulgan, sus descansos, sus bodas, sus bautizos, sus cumpleaños y festejos, es una justificación del lujo con sus castillos, coronas, joyas y carrozas. Admirándolo, muchos quisieran graduarse, casarse, tener vástagos como su majestad, llevar, en una palabra, vida de rey.
Pero la crisis llegó –o volvió– puntual e inexorable, como lo previó el sabio de Tréveris y millones de muchachos no trabajan, con estudios o sin ellos, languidecen; millones han perdido sus casas, millones han emigrado, millones no tienen esperanza y la irritación crece por momentos y, pese a toda la propaganda que lo protege, la pregunta ha surgido: ¿para que sirve el rey? y, al no hallar una respuesta en la que el pueblo salga beneficiado, el rechazo se generaliza.
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