Subo, paso a paso, el camino que recorrieron cientos, quizás miles, de guerreros aztecas, acolhuas y tecpanecas, estos últimos porque seguramente también compartían la misma cosmovisión del mundo que los mexicas.
Para ascender al cuahuacalli en Malinalco, la subida es levemente inclinada, son casi 125 metros desde el valle en el que se encuentra asentada actualmente la población hasta las ruinas de lo que fue uno de los centros ceremoniales mas importantes del México prehispánico. Hoy es una rampa escalonada, cómoda, hecha para turistas, que permite subir tranquilamente la pendiente mientras se contempla el paisaje, que se va descubriendo al ascender hacia el complejo constructivo de cinancalli, teocalli, tecali, y temalacat; abajo han quedado las calles, la plaza, los comercios y la iglesia.
Después de la conquista de los matlazincas, en 1476, por parte de los mexicas, encabezados por Axayácatl, 10 años después, en 1486, Ahuízotl concibió y ordenó a los canteros de Tenochtitlan que construyeran este conjunto de edificios, empleando para ello más de cuatro años, los cuales aun cuando no se habían terminado completamente se empezaron a usar, para los fines concebidos.
En ese tiempo se subía, desde el fondo del valle, hasta los templos u observatorios a esas construcciones por veredas inclinadas que ascendían en zig zags.
A este lugar solo podían ascender sacerdotes, ayudantes, canteros, prisioneros y guerreros águila o jaguar, es decir, aquellos que cumplieran una función o tuvieran la necesidad de hacerlo. No más.
Por ahí subían los sacerdotes que conocían los rituales y que velaban por la ejecución correcta de los mismos; por ejemplo la graduación de los guerreros águila o jaguar, la incineración, en el cinancalli, de los cuerpos de los mejores guerreros muertos en las batallas o bien la observación en el teocalli del movimiento del sol que determina los cambios climáticos y con ello las fechas para sembrar, cosechar, etcétera.
Por ahí subían, diariamente a las primeras horas de la mañana, los canteros y sus ayudantes, los cuales con tenacidad, habilidad y conocimiento, horadaban y esculpian lentamente la piedra del cerro, dándole forma a las cavidades y figuras diseñados por los “arquitectos” y sacerdotes de lo que seria y fueron las construcciones y edificios requeridos y que hoy nos provocan una inmensa admiración.
Por ahí subían los principales jefes guerreros a las ceremonias que los graduaban como los mejores combatientes de las guerras floridas, Xochiyáoyotl, privilegio y distinción a las que solo podían aspirar después de haber participado en muchas batallas y haber demostrado su valor, fuerza y destreza capturando más de seis prisioneros.
Por ahí subían los prisioneros de guerra que serian subidos y atados en el temalacat, donde con atados con una cuerda y con armas prácticamente de juguete podrían dar su ultimo combate luchando con fuertes, expertos y templados guerreros águila o jaguar, equipados con verdaderas y mortales armas de combate como la macuahuaitl.
Por ahí subían, en andas, los cuerpos de los combatientes, más notables y sobresalientes cuya fama había trascendido entre le pueblo azteca y sus aliados y que en el último combate habían sido muertos a filo de obsidiana o cualquier otra arma mortal, para ser incinerados en ese lugar, consagrado precisamente para la veneración de Huitzilopochtli, dios de la guerra, para ser incinerados ahí en el lugar donde creían estar más cerca de él cuya guerra habían emprendido en su nombre.
Si, por aquí subo y recuerdo lo que se ha escrito y contado sobre este lugar, cuyo significado era trascendental para nuestros antepasados y me emociona saber e imaginar todos los notables personajes que aquí pasaron y lo que aquí ocurrió y que hoy sigue siendo motivo de admiración, hasta para quienes no saben nada, o poco, sobre nuestro glorioso pasado histórico.
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