Desde su publicación en febrero de 1848, el Manifiesto del Partido Comunista significó para las ciencias sociales un hito que repercutiría en el mundo entero, ya que de manera condensada y brillante, el manifiesto develó conceptos, tendencias y propuestas aplicables a la realidad material para la transformación efectiva de la producción económica de los hombres.
Para su concreción, Carlos Marx y Federico Engels elaboraron el método materialista y dialéctico, nutrido de las aportaciones y el estudio riguroso de la crítica de la economía política de autores ingleses como David Ricardo y Adam Smith —por mencionar algunos—, la filosofía clásica alemana —Hegel, Kant— y las teorías del socialismo utópico francés —Saint-Simon, Fourier, etcétera—.
Para los trabajadores mexicanos en general y para la juventud en particular, se vuelve hoy más que nunca necesaria la exhortación para que se eduquen y organicen políticamente con la guía del pensamiento marxista-leninista.
La obra marxista no se limita al recuento, la crítica, reorganización y categorización del pensamiento humano, cayendo en una recopilación sintáctica de las tesis que la nutren. Por el contrario, su integralidad supera el pensamiento abstracto y lo lleva a la concreción teórica y práctica.
El motor y principio fundamental de la obra marxista es el cambio y el reconocimiento de que toda forma de conocimiento es inherente a este, por lo que su empleo requiere siempre considerar y estudiar los avances de las ciencias y del pensamiento filosófico para su desarrollo pleno y constante.
Más pronto que tarde, estas características permitieron al marxismo distinguirse de manera radical de otros postulados y métodos de estudio para el conocimiento y transformación del mundo. Fue gracias al marxismo que la historia humana dio un viraje abrupto en el desarrollo del siglo XX y lo que va del XXI.
Sin embargo, con el triunfo del neoliberalismo a finales de la década de 1980, tras la implosión de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y la caída del Muro de Berlín, muchos simpatizantes y estudiosos del marxismo consideraron esto “una derrota definitiva” en el ámbito económico y teórico.
A mediados de los 90, permeó “el fin de la historia”. Pareció para el capital y sus ideólogos que el desarrollo de la civilización se detendría en un marco determinado, sin escapatoria alguna, consiguiendo perpetuar sus intereses en la conciencia social.
A partir de ese capítulo de la historia moderna, gran parte de las sociedades —principalmente occidentales— se encontraron en un “oscurantismo ideológico”, donde las únicas sombras entre visibles “capaces” de guiar al hombre, su quehacer y su futuro eran el redescubrimiento de las reminiscencias del pesimismo, del existencialismo, el absurdismo y el irracionalismo.
El capital, pues, logró permear por algunos años y en la conciencia de algunas generaciones la premisa de que no había más que el yo y que el ideal último del hombre no era otro más que pretender la omnisciencia a través de la filosofía del ego, al más puro stirnerismo.
Marx se manifestaría súbitamente a la postre, sin previo aviso para aquellos detractores y enemigos encarnizados de sus ideas, pues el mismo sistema económico al que elogian y reproducen se encargaría de refutarlos, cual Judas Iscariote, a través de la manifestación de sus contradicciones internas que periódica y cíclicamente emergen con vigor y pestilencia.
A este respecto, el historiador mexicano Carlos Illades, en su obra El marxismo en México, menciona:
“En el siglo XXI posiblemente una nueva generación se haga cargo tanto de los saldos sociales del proyecto neoliberal como de las por ahora débiles alternativas desde la izquierda. Los problemas mayores de la civilización del capital, materia del marxismo, no han desaparecido, incluso se agudizaron; forman parte de nuestro presente y merecen la pena de ser pensados con rigor”. (p. 10)
Así, la realidad se impone. Es entonces cuando se produce el choque de esta con las ideas pregonadas desde las cúpulas del poder político y económico; la sociedad, al experimentar la nula correspondencia entre “hechos e ideas”, toma decisiones concretas y decide luchar para cambiar el status quo.
La pretendida homogeneización del pensamiento social y su nula consolidación material hacen que las consignas de Marx revivan y se resignifiquen en las conciencias. Así, la élite económica, con el paso de los años y las generaciones, va forjando “las armas que deben darle muerte, (…) [sino también] los hombres que empuñarán esas armas”. (Manifiesto del Partido Comunista, p. 63)
No obstante, lo escrito hasta aquí es solo una descripción contextual, pues si bien la coyuntura social indica que los ojos de la sociedad paulatinamente miran al gigante de Tréveris, los trabajadores de gran parte del mundo occidental aún prescinden de su obra legada.
Las generaciones que han nacido después del “fin de la historia” aún se encuentran desorientadas en cuanto a las formas de lucha necesarias para plantarle cara a Moloch.
En lo referente a la pugna por el poder político a escala internacional, resulta muy ilustrativo el recuento de experiencias revolucionarias en nuestro continente.
En el pasado reciente, Latinoamérica experimentó un viraje de gobernanza y política claramente orientada hacia la izquierda, concretamente después de la segunda mitad de la década de los 90. Dicha oleada se conocería posteriormente como “Socialismo del Siglo XXI”.
Cuba, Venezuela, Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay, Ecuador y Nicaragua han aportado numerosas prácticas y estrategias para la construcción de una sociedad más justa y equitativa. No obstante, aún quedan muchos problemas por resolver en el ámbito teórico y práctico.
La sociedad se encuentra inmersa en una coyuntura específica, donde convergen el pensamiento revolucionario y formas diversas del pensamiento burgués, como el fascismo, el estoicismo moderno, el hedonismo, el nihilismo y aún el anarquismo.
Para los trabajadores mexicanos en general y para la juventud en particular, se vuelve hoy más que nunca necesaria la exhortación para que se eduquen y organicen políticamente con la guía del pensamiento marxista-leninista. Solo así es posible encaminar a la humanidad lejos de la barbarie.
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