El final del mes de abril y la primera quincena de mayo es un intervalo de tiempo saturado de días especiales en el calendario. En este breve lapso se acumula una serie de festividades, las cuales para cada quien representan diferentes grados de importancia, como lo es el final de abril con el festejo del Día del Niño, el primero de mayo como Día del Trabajo, el cinco de mayo con el aniversario de la Batalla de Puebla, el 10 de mayo que es el Día de las Madres y el 15 que es el Día del Maestro.
Muy pocos en México celebran el 8 o 9 de mayo como el Día de la Victoria, tal vez porque no se conoce bien esa fecha y lo que se conmemora en ella. Pienso que ese tema merece atención especial y en otro momento me detendré a dialogar con mis compañeros antorchistas sobre ello, baste hoy mencionarlo en esta lista y afirmar que con el tiempo esa fecha será celebrada en todo el planeta mientras exista la humanidad, como el día en que esta se ganó el derecho a la existencia.
No menos atención merece el Día del Trabajo, cuya importancia y verdadero significado ya nos ha explicado en detalle el dirigente nacional de nuestra organización, nuestro querido maestro el ingeniero Aquiles Córdova Morán, como día en el que la clase trabajadora se une a nivel internacional, como una sola fuerza, para luchar por sus derechos. Pero que en esta ocasión también sólo les recordaré.
O el 5 de mayo que es un aniversario no sólo de los poblanos, sino de todos los mexicanos y no por casualidad es una efeméride nacional, cuyo objetivo no es solamente, ni menos primariamente, ser día feriado para hacer puente en la escuela o en el trabajo.
Y tampoco dejaremos de mencionar el 15 de mayo como el Día del Maestro, ni de ponderar la labor de los maestros en la educación y formación de nuestros hijos y la trascendencia de recordarlos y festejarlos en la medida de lo posible.
Pero de lo que no cabe duda es que ningún mexicano deja pasar sin recordar, por lo menos y cuando puede tratando de hacer algo especial para celebrarles y agasajarles, es el Día del Niño y el Día de la Madre. Podríamos tardarnos una eternidad tratando de reiterar todo lo que se ha dicho al respecto, mucho de lo cual es pura charlatanería e hipocresía barata, con la que se quiere aparentar sensibilidad, mientras en el día a día, madres e hijos son explotados, abusados, olvidados o menospreciados.
Aun así, lo legítimo que se ha dicho en honor y elogio de niños y de madres es también mucho, y se pudiera decir que sigue siendo insuficiente.
No tengo las pretensiones de decir algo medianamente comparado con lo que los grandes pensadores han dicho sobre la importancia de ambos festejos, por lo que solo me atreveré a decir a mis posibles lectores que en el fondo de estas consideraciones está la existencia misma de nuestra especie y su evolución como entidad social merecedora de existir y prevalecer.
El poeta y activista social español Federico García Lorca decía:
“Es necesario que sepáis todos que los hombres no trabajamos para nosotros, sino para los que vienen detrás, y que este es el sentido moral de todas las revoluciones, y en último caso, el verdadero sentido de la vida”.
No es difícil entender que los que vienen detrás son no sólo nuestros hijos, los de cada quien, sino todos los niños en general. El poeta y mártir cubano José Martí decía que:
“Para los niños trabajamos, porque los niños son los que saben querer, porque los niños son la esperanza del mundo. Y queremos que nos quieran, y nos vean como cosa de su corazón”.
Estos grandes hombres, y todos nosotros, sabemos que esto es cierto y también sabemos que esto no sería posible sin ese ser que engendra y lleva en su vientre al hijo amado, lo trae al mundo rodeado del más puro y verdadero amor, y lo cuida con su vida misma.
De las madrecitas, al hacer un análisis sobre el papel de la mujer en la familia, el maestro Aquiles señala que, a diferencia de otras efemérides, “esta es, quizá, la más merecida y provoca los sentimientos más auténticos de cariño, ternura y agradecimiento en el corazón de hijos e hijas al festejarles.
Sin embargo, las duras realidades de la vida no pueden suprimirse ni olvidarse voluntariamente ni siquiera en tal fecha, pues el modelo económico actual, dominado por la empresa privada y la producción de mercancías a base del trabajo asalariado, separa a los seres humanos en poseedores y desposeídos, entre ellos las madres mexicanas”.
Nos explica que también las madres “están diferenciadas por su nivel de vida y por todas las consecuencias de carácter social que acarrean la pobreza y la riqueza en los seres humanos”, por lo que es necesario entender esta desigualdad no como un problema moral o de conciencia, sino de raíces económicas.
De esta manera, la solución de tales carencias y la posibilidad de ofrecer a todas las madrecitas una vida mejor, la posibilidad de ser felices, no un día o unas horas, sino toda la vida, la propia y la de sus hijos por los cuales es madre, requiere de transformaciones económicas y no morales o de conciencia.
Un mundo mejor para todas ellas es posible, y no se logra con festejos y celebraciones, ni con exhortos espirituales, ni con discursos, por muy bien elaborados y honestos que sean, sino transformando nuestra sociedad en su misma base.
Así, el verdadero amor por las madres y por los niños no tiene mejor forma de realizarse sino en la lucha cotidiana de todo el pueblo trabajador, metódica y consciente, organizada y trascendente, en búsqueda de esos cambios económicos y sociales que nos lleven a esa sociedad en la que, por fin, puedan ser felices.
Eso es lo que hace Antorcha Campesina, para eso fue creada y para eso vive. Para eso todos nosotros los antorchistas hacemos lo que hacemos cada día al ir a organizar a los más pobres en sus colonias, en sus pueblos y en sus lugares, a enseñarles esta verdad que es, como les acabo de explicar, no solo el único camino que les queda a los pobres para acceder a un mundo mejor sino, en el fondo, en su esencia misma, la más legítima, la más eficaz, y la más entrañable forma de demostrar a madres e hijos nuestro amor por ellos.
Por eso, en los lugares donde trabajamos, tratamos de hacer en estos días sus festejos con los que también fortalecemos nuestra unidad como antorchistas. Aunque modestos y muy humildes, son muy sinceros e importantes, como les acabo de explicar, no sólo porque son el verdadero camino a su redención, el único para lograr algún día hacerles felices de verdad, sino también porque es el mejor modo de demostrarles nuestro cariño y respeto y porque nos sale del corazón felicitarles.
Muchas felicidades, madrecitas, muchas felicidades, queridas niñas y queridos niños.
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