Hace años, antes de que la internet llegara con todas sus herramientas de venta, en las plazas de la Ciudad de México era común escuchar a vendedores que haciendo uso de una lírica muy particular vendían productos milagrosos que curaban de sus males a quienes los compraban; desde el mal de ojo hasta la misma fealdad, todo era curable, y de acuerdo con la presentación del producto, el cliente solo debía tomar o untarlo para que sanara rápida y efectivamente.
El estilo de anunciar el producto “milagroso” variaba según la imaginación del orador, pero, eso sí, las palabras despertaban el interés de los curiosos: “¡Pasen, pasen, pasen! Miren aquí, este producto cuya receta secreta y antigua ha sido pasada de abuelos a hijos, les aliviará del mal que su doctor no le puede curar” y continuaban su discurso hasta que un grupo de transeúntes se agrupaban alrededor, y así, procedían a demostraciones, de las cuales algunas incluían animales venenosos, como serpientes, tarántulas o alacranes.
Pintorescos, folklóricos y llenos de ademanes eran los merolicos, algunos mentirosos, pícaros de aquellos tiempos, cuyas pócimas o pomadas estaban (en la mayoría de las ocasiones) más sujetos a su fe espiritual, como a la fe de aquellos que los consumían.
Esta estampa del México pasado viene al tema porque en la política de hoy, hay una nueva clase de merolicos: más sofisticados y algunos hasta educados en las finas artes del engaño; juran curar los males sociales que ahora agobian al pueblo: inseguridad, falta de trabajo, corrupción, salud y demás. Ellos prometen a más no poder que llegando al puesto cumplirán sus compromisos.
Las elecciones están a la vuelta de la esquina y hay merolicos de partido dispuestos a mentir con tal de obtener el voto; pero la crisis de salud empeora, la crisis de desempleo aumenta; la crisis económica hace mella; crisis y caos es el resultado de la “medicina” que López Obrador ha aplicado hasta ahora, y la fe que el pueblo depositó en él ha sido traicionada, pues el cambio no llega.
Por eso vale la pena recordar algo que el Movimiento Antorchista ha dicho desde hace mucho: organizar, educar y concientizar al pueblo es la tarea de los activistas de antorcha. Las elecciones que vienen nos llaman a eso, y al pueblo le queda salvarse con sus propias fuerzas, organizado y consiente de sus intereses, de otra forma, los merolicos de la política seguirán siendo los únicos que se salven de la desgracia nacional, a costa de todos los demás.
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