MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Los cuatro puntos para el progreso y la justicia social en México: el fondo de nuestra lucha

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A 47 años de iniciar su lucha en Tecomatlán, estado de Puebla, con una presencia significativa en todas las entidades de la República, con una representación entre las capas trabajadoras y una capacidad de movilización que hasta sus enemigos reconocen, el Movimiento Antorchista Nacional (MAN) es, sin duda, la organización social más numerosa, mejor estructurada y más combativa en el escenario nacional. Hay quienes, pretendiendo debilitar la capacidad de defensa de sus intereses del pueblo organizado, deforman la naturaleza de nuestra agrupación; consciente y malintencionadamente la presentan como un grupúsculo cuyo único fin no es otro que el enriquecimiento de los líderes. A ellos basta responderles poniéndoles por delante la realidad más evidente que se sintetiza en casi medio siglo de conquistas para pueblos, colonias, escuelas, obreros, campesinos, comerciantes y estudiantes a lo largo y ancho de México, que le han mejorado la existencia a millones de mexicanos gracias a la lucha antorchista; a este ataque rupestre y elemental basta oponerle el trabajo sistemático que durante casi cinco décadas ha desarrollado el MAN en el terreno educativo o en el campo de la cultura y las bellas artes (en donde hemos descubierto y promovido el desarrollo de miles de artistas populares).  

Aún con todo este extraordinario y fructífero trabajo, la opinión de muchos, menos prejuiciados e insidiosos, sobre la lucha que venimos librando es, bondadosa pero limitadamente, la de una agrupación que lucha por la solución de problemas sociales concretos; es la percepción de que luchamos solo por vivienda, por servicios básicos, como agua o drenaje, por mejorar la infraestructura urbana, por mejores escuelas o centros de salud, es decir, únicamente por mejorar paulatinamente las condiciones de existencia de las familias trabajadoras, en primer lugar de las que se agrupan en las filas antorchistas. Sin embargo, la lucha antorchista busca un nuevo orden social, en el que se garanticen realmente los derechos conquistados en la más reciente revolución, la de 1910-1917, por lo que natural y consecuentemente nuestra lucha no ha debido ni podido limitarse al nivel exclusivamente económico, concreto, de la exigencia de soluciones a demandas de las familias trabajadoras ante los tres nivel del gobierno; ha tenido que manifestarse en la arena política para que a través de representaciones en ayuntamientos o congresos estatales o el de la Nación, se defiendan y representen los anhelos populares legítimos a través de la voz de auténticos líderes populares, como el Doctor en Economía Brasil Acosta Peña, que en la Cámara de Diputados viene dando la pelea con mucho valor, orgullo, inteligencia y, sobre todo, con absoluta lealtad al pueblo.

Esta lucha tiene ya un componente político que la diferencia y eleva de la pura exigencia de un mejor destino del presupuesto asignado a la superación de los graves rezagos sociales en los que los gobierno tienen sumido al pueblo trabajador; sin embargo, para superar la situación actual, en la que México aparece en la escena mundial como uno de los países en donde más se trabaja (2,137 horas al año, 23% más que el promedio de los países miembros de la OCDE, que es de 1,730 horas anuales) y, al mismo tiempo, con los peores salarios dentro de los países que componen esta agrupación. Una consecuencia inevitable, en otro estudio de la misma organización internacional, es que México es el país que presenta el peor “balance trabajo-vida”: en México se trabaja mucho, se descansa poco, el tiempo libre es de mala calidad, sin acceso a recreo cultural y a la práctica de actividades deportivas y con un limitado y deficiente acceso a servicios educativos y de salud. Para lograr cambios más trascendentes, que realmente incidan en una mejora prolongada, sustancial o permanente sobre la calidad de vida de las familias trabajadoras es imprescindible la acción política de los trabajadores y sus familias, pero no en lo individual, como “llaneros solitarios”, sino organizadamente, en acciones concertadas que permitan que como clase empujen al unísono en la dirección que hayan comprendido, también unánimemente, es la que más les conviene.

El corazón y la razón de la lucha antorchista está justamente en esto, en lograr los cambios que sintetizamos en los cuatro puntos para el progreso y la justicia social en México:

1. Empleo suficiente para todos los que están en edad de trabajar y producir, pues los mexicanos no quieren vivir de la limosna pública que se oficializa desde el gobierno para disimular su ineficacia para combatir la pobreza y, al mismo tiempo, comprar la voluntad electoral, ejerciendo el chantaje más infame, de los que se benefician de sus dádivas.

2. Salarios remuneradores, que permitan que la gente trabaje el menor tiempo que los adelantos técnicos lo permitan y que reciba a cambio lo necesario para una vida digna de los suyos, con acceso a los satisfactores no solo elementales, sino también al recreo, al ocio positivo, a la cultura y al deporte.

3. Reorientación del gasto público, para que se mejoren las infraestructura en pueblos y colonias, con servicios públicos de calidad, con más y mejores vialidades, mejor iluminadas, con pavimento, la de escuelas y centros de salud, etc., un gasto gubernamental que busque elevar a la Patria y a los mexicanos en lugar del gasto calculado para favorecer a los incondicionales de los poderosos en turno y para garantizar la riqueza de los políticos voraces, muchas veces disfrazados hipócritamente de honradas e impolutas ovejas.

4.  Una política fiscal progresiva, es decir que como otra medida para combatir la desigualdad y mejorar la capacidad de las arcas públicas para solucionar las necesidades del país, se cobren más impuestos a las grandes fortunas, a los que más se benefician de los recursos naturales y de la mano de obra de los mexicanos de trabajo.

Es irrebatible que para muchos con la llegada de López Obrador cada día las cosas han empeorado, cada día hay más inflación, el salario alcanza para menos, hay más violencia, más asesinatos, más inseguridad, la situación educativa de nuestra patria empeora, y es esto lo que necesitamos entender realmente para cambiar nuestra forma de ver la realidad, de analizar, esforzarnos por entender y estudiar esta realidad. No basta votar por alguien por muy bienintencionado que se nos presente, recordemos que “de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno y que todos, absolutamente todos los que han llegado a las altas esferas del poder lo han hecho prometiendo que las cosas mejorarán para todos con su llegada a la presidencia, para lo que nunca han dudado en ofrecer que bajarán los precios de los alimentos, de la gasolina, de los servicios públicos, que acabarán con la inseguridad, con la corrupción, jurando que lo que más les preocupa es la suerte del pueblo y hasta derramando lágrimas por los pobres. Todo con tal de conseguir los votos para llegar o seguir en el poder.  

La hora de que el pueblo abra los ojos ha llegado, la hora de no quedarnos en la lucha por un lote o por una escuela, la hora de no limitarnos a emitir un voto el día de las elecciones, para elegir a nuestro capataz o verdugo, ha llegado la hora de prepararnos para tomar las riendas del país, de disponernos a orientar a la Patria por los cauces del verdadero progreso y la verdadera justicia. Ha llegado el momento de dar la lucha por los cambios de fondo que el país precisa, los cambios hechos por el pueblo para beneficio del pueblo, pero para ellos primero debe darse el cambio del propio pueblo, de un pueblo apático e ignorante en materia política, en un pueblo consciente, lúcido y decidido a luchar y a trabajar para hacer realidad el proyecto de los cuatro puntos para el progreso y la justicia social. Ese es el fondo de nuestra lucha.

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