MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

López obrador no es de izquierda

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Es sabido que el origen del concepto “izquierda” y “derecha” en política surgió en tiempos de la Gran Revolución Francesa. Los jacobinos, representados por el Club de los cordeliers, se sentaban del lado izquierdo en la Asamblea Nacional Constituyente, mientras los girondinos, pertenecientes al Club des Feuillants, del lado derecho. Los primeros representaban la parte radical de la revolución, abanderaban los intereses de la pequeña burguesía y exigían la desaparición de la monarquía. Los segundos, aspiraban a conservar los privilegios de clase y pugnaban por una monarquía constitucional. Robespierre, Marat, Danton y Saint-Just fueron entonces el símbolo de la izquierda en Francia, a la que dotaron de contenido ideológico.

A partir de aquel cataclismo social, y organizado el mundo bajo los principios del capitalismo, la izquierda fue adquiriendo con el tiempo distintos significados. Durante la primera mitad del siglo XIX los movimientos sociales, que emanaban principalmente del socialismo utópico representado por Tomás Moro y su Utopía; Saint Simon y el Catecismo político de los industriales; Charles Fourier y el cooperativismo, y Étienne Cabet y su obra Viaje a Icaria, representaron a la naciente clase obrera, que veía en las ideas socialistas utópicas de hermandad y fraternidad universales, una esperanza para remediar sus males. Estas corrientes, diversas entre sí, pero unificadas bajo un principio de felicidad ideal para la clase trabajadora, aunque terrenalmente inalcanzable, representaron, en los albores del capitalismo industrial, a la izquierda en Europa.

La segunda mitad del siglo XIX vio gestarse una forma superior de socialismo, científico y no utópico, que partía de reconocer las condiciones concretas y veía en la clase obrera el sujeto y protagonista principal. No proponía, como sus antecesores, una nueva sociedad mediante la unidad de dos clases donde la igualdad era imposible, sino el acceso al poder de las clases trabajadoras. El Marxismo, forma superior del socialismo, representó desde entonces la filosofía de la clase obrera; encontró en el proletariado –parafraseando al propio Marx– su arma material, y el proletariado encontró en él su arma espiritual. Esta teoría dio rumbo a las luchas de la izquierda desde mediados del siglo XIX hasta finales del XX. La gran mayoría de ellas abrevaron, durante casi dos siglos, en la teoría de Karl Marx, principalmente a raíz del triunfo de la revolución bolchevique en Rusia en 1917, con Lenin a la cabeza. A partir de entonces, el Marxismo-Leninismo dio contenido a los diversos movimientos de izquierda en el mundo.

A raíz de la caída de la URSS en 1991, más específicamente, desde la “desestalinización” encabezada por Jrushchov en 1956, el marxismo comenzó a ser arrancado como ideología de la izquierda. Durante la Guerra Fría y luego bajo la bandera del neoliberalismo, los Estados Unidos, aprovechando el traspiés de la Unión Soviética, encabezaron una guerra sucia contra todo lo que sonara a marxismo. Buscaron desterrar y desacreditar toda manifestación revolucionaria real. Mas no podrían lograrlo totalmente. Movimientos sociales como la Revolución cubana de 1959, la resistencia vietnamita encabezada por Ho Chi Min y, principalmente, la revolución China, sostuvieron esos principios, y a pesar de los virulentos ataques de que se les hace objeto, hoy sus gobiernos son expresión viva de la validez del marxismo.

No obstante, el “triunfo” del neoliberalismo tras la caída del Muro de Berlín y el “socialismo real” en Rusia, caló hondo en sectores ya desviados de la izquierda, llevándolos a renunciar al marxismo como su contenido. Los movimientos estudiantiles de 1968 representaron el triunfo ideológico del capitalismo. Las nuevas banderas que la izquierda enarboló embestían, como los toros, contra todo lo que pareciera rojo. Abandonaron el marxismo y fueron en busca de “nuevos contenidos” teóricos, menos “intransigentes” y más “aceptables”. El capital, zorrunamente y a su gusto, les regaló banderas sucedáneas, como el “ambientalismo”, las reivindicaciones de género o raciales, problemas reales de nuestra sociedad, pero sacadas de contexto social, etc., con los que se extirpó de la izquierda su parte revolucionaria y transformadora, dejando la parte ética, moral e individual, que convirtió la crítica al sistema en una crítica sólo de algunos de sus efectos aislados.

Este recorrido histórico y teórico nos lleva al quid del problema. En México vivimos hoy la dictadura de un sedicente gobierno de izquierda. ¿Pero qué significa hoy ser de izquierda? ¿Bajo qué principios teóricos se rige el actual Gobierno morenista? La izquierda, después de ser despojada de su elemento transformador, quedo vacía. Seguimos relacionando este concepto con políticas populares; en algunos países como Argentina, Cuba y Nicaragua, el concepto conserva cierto significado. En México empieza a tomar formas totalmente contrarias a lo que dice representar. Las políticas obradoristas atentan contra los intereses de las mayorías empobrecidas. Por un lado, el abandono total al pueblo en momentos de crisis, la eliminación de los programas sociales y el recorte al gasto público, y por otro, la protección de los sectores más ricos, sumado esto a una política servil hacia el neoliberalismo; son acciones que no caben en el concepto de izquierda antes descrito. Pero el discurso y desplantes de apariencia de López Obrador han provocado críticas desde la derecha, tildándolo de izquierdista, aprovechando sus disparates para desprestigiar a la izquierda, negándose a ver lo obvio: que más allá de su champurrado discurso, la de AMLO es una política profundamente derechista, antipopular. Como ejemplo, en materia teórica, en junio de 2018 declaró que en México la teoría de la explotación de Marx no aplica del todo, y más que la plusvalía es la corrupción la fuente de la riqueza. AMLO dixit. En julio de ese mismo año, John Womack (el famoso biógrafo de Zapata) declaró que López Obrador no representa a la izquierda en México, sino a una ala del PRI, “una mezcla de elementos idealistas y seguidores devotos”.

La necesidad de este análisis radica en que no estamos solo ante un problema teórico, sino que involucra políticas muy concretas, dañinas para el pueblo, pero arropadas con un discurso izquierdista que debe ser revelado, superando así tanto a los llamados intelectuales de izquierda que se conforman con la crítica pura, alejados de los problemas reales, pero también a los “intelectuales” del morenismo, que pretenden “justificar” teóricamente las políticas de Morena con la teoría de izquierda, algo imposible, como hacer pasar un camello por el ojo de una aguja.

El pueblo debe distinguir más allá del discurso; percatarse de que le endulzan el oído, y al propio tiempo le dan la espalda para proteger a los potentados. Más que el discurso, importan los hechos. Y para ello sirve el marxismo al pueblo, como herramienta de explicación de la realidad y como guía teórica. En suma, en México no ha tomado el poder la izquierda, sino una derecha enmascarada. El triunfo del pueblo está por hacerse.

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