Los antecedentes históricos del Día Internacional de la Mujer nos llevan a la II Conferencia Internacional de las Mujeres Socialistas, realizada en Copenhague en 1910, donde Clara Zetkin propuso y se aprobó la celebración del Día de la Mujer Trabajadora, que comenzó a conmemorarse al año siguiente. La primera celebración se llevó a cabo el 19 de marzo de 1911 en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza, y, a partir de ahí, se ha extendido a prácticamente todo el planeta.
No es una celebración: el 8 de marzo es un día de lucha contra la violencia y la desigualdad que persisten en todo el mundo, y que los gobiernos siguen sin atender con la urgencia que requiere.
Posteriormente, en 1972, la Asamblea de las Naciones Unidas, mediante la resolución 3010, declaró a 1975 como el Año Internacional de la Mujer y, en 1974, invitó a Estados Unidos a establecer, conforme a sus tradiciones históricas y costumbres, un Día Internacional por los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional.
Finalmente, el 8 de marzo se estableció como el Día Internacional de la Mujer en la Asamblea General de la ONU, en recuerdo de las 129 obreras textiles de la fábrica Cotton de Nueva York que fallecieron en un incendio el 8 de marzo de 1857 mientras se manifestaban en contra de la extensa jornada laboral y la explotación.
Las movilizaciones que se realizan en las principales ciudades del mundo buscan sensibilizar a la sociedad y exigir la igualdad de género. En los últimos años, estas protestas han destacado por visibilizar la violencia contra las mujeres, en especial la violencia sexual, reflejo de una sociedad con convicciones profundamente machistas. Por tanto, el Día de la Mujer no es una celebración, sino un día de lucha por una sociedad más justa y equitativa.
De acuerdo con cifras oficiales, este año más de 200 mil mujeres marcharon desde Paseo de la Reforma hasta el Zócalo de la Ciudad de México. Durante su recorrido, la mayoría vestidas de morado, corearon consignas como “Vivas se las llevaron y vivas las queremos”, “No llegamos todas” y “No somos una, no somos diez, pinche gobierno, cuéntanos bien”.
Como cada año, las manifestantes acusaron al gobierno federal de no escuchar sus demandas e intentar silenciarlas con la enorme barda que rodea Palacio Nacional. En estas vallas, enviaron un mensaje directo a la presidenta Claudia Sheinbaum: “No llegamos todas”, en alusión a su lema de gobierno.
En Guanajuato, se registraron movilizaciones en la capital, así como en Celaya, León e Irapuato. Durante los recorridos, varias participantes denunciaron la desaparición forzada de personas y los miles de feminicidios, reafirmando que su lucha es constante y que el 8 de marzo es solo un capítulo más en su permanente demanda por la igualdad de derechos y el fin de la violencia de género.
Aunque los gobiernos afirman reconocer la legitimidad de estas protestas, también se registraron actos de represión. Algunos de los casos más destacados fueron:
1) En Berlín, Alemania, la policía reprimió brutalmente a las mujeres que hacían referencia a la lucha del pueblo palestino, recordando que el gobierno alemán prohíbe cualquier apoyo a favor de Palestina y contra el genocidio perpetrado por el sionismo.
2) En Oaxaca, el gobernador morenista Salomón Jara Cruz ordenó a la policía lanzar gas lacrimógeno desde la azotea de Palacio de Gobierno, sin importar que en la manifestación participaban niñas y adultas mayores que protestaban contra los 225 feminicidios y las 855 desapariciones ocurridas en su sexenio.
3) En Chihuahua, el gobierno de Maru Campos evidenció su postura represiva al ordenar la detención violenta de activistas por parte de agentes vestidos de civil, violando sus derechos humanos y su derecho a la protesta.
No hay duda de que, en pleno siglo XXI, la violencia contra mujeres y niñas sigue siendo una de las violaciones de derechos humanos más prevalentes en el mundo. Ningún país ha alcanzado la igualdad de género, y la exclusión y el machismo continúan generando desigualdades en el acceso al empleo y en los salarios.
Es urgente construir una sociedad más equitativa y libre de violencia, donde todas las personas gocen de respeto e igualdad. Sin embargo, debemos reconocer que la lucha feminista no triunfará si se mantiene aislada de otros sectores de la población que también sufren injusticias y explotación.
El verdadero cambio sólo será posible cuando el pueblo, educado y organizado en un movimiento de clase, primero a nivel nacional y luego mundial, tome en sus manos la tarea de construir un mundo mejor para todos, donde la riqueza social deje de concentrarse en unos cuantos.
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