El capitalismo se ha encargado de sepultar a la poesía, como lo hizo con la literatura, porque le estorban en la producción de las mercancías en las fábricas, en la explotación de los obreros, de donde los empresarios se hacen cada día más ricos. Porque para producir zapatos, el obrero no necesita conocer los versos de Neruda o de Miguel Hernández.
Para producir ropa, el maquilador no necesita conocer a Shakespeare. Para construir casas en el capital no es indispensable razonar con Cervantes, Dalton, Sor Juana o Víctor Hugo. Para entrar a una fábrica, las letras estorban y estorban mucho.
El capital necesita obreros poco leídos para que acepten la esclavitud fabril. Las letras sufren la Edad Media del capitalismo en decadencia. Ya casi nadie compra libros de poesía. Los poetas se le olvidaron a una sociedad que se preocupa más por ver fotos y videos en las redes sociales que por educarse.
Vivimos en un capitalismo que no solo nos quita los libros, sino que nos quita necesidades básicas para sobrevivir, como la comida y el descanso. Porque nos explota en el trabajo. No se puede leer si no se ha comido, si se trabaja en exceso, si no hay salud, si no hay casa, si no hay escuelas. No se puede entender de política, economía, literatura o poesía, si la explotación de una clase sobre otra clase no te deja tiempo ni para descansar. Es más complicado hacerlo, pero la vanguardia lo puede hacer.
Y para convencer a esos cuadros, que son universitarios, obreros, campesinos y gente común decidida a cambiar la realidad social, los antorchistas sabemos que no se escribe en vano. Ponemos en práctica la pluma, que es, como dijo Cervantes, la “lengua del alma”. Y coincidimos con Roque Dalton que escribió en “Como tú”: “Creo que el mundo es bello, / que la poesía es como el pan, de todos. / Y que mis venas no terminan en mí / sino en la sangre unánime / de los que luchan por la vida: /el amor, / las cosas, / el paisaje y el pan, / la poesía de todos”.
Los antorchistas escriben artículos políticos, económicos, artísticos, científicos o históricos, cada semana, porque hay quienes los leen. Nuestros intelectuales escriben libros políticos, económicos o de arte y literatura y también tenemos cuentistas, dramaturgos y poetas. En un texto llamado “Antorcha en la literatura”, publicado hace unos días, lo expliqué.
Los antorchistas aborrecemos lo que algunos llaman el arte por el arte, que defiende la intelectualidad y la supuesta libertad burguesa porque estamos convencidos de que el arte transforma al individuo, al pueblo y lo dispone a cambiar la sociedad en la que vive. El arte, lo sabemos, no sólo transforma a quien lo practica, sino también a quien lo aprecia y valora.
En Poesía y lenguaje (2019), Aquiles Córdova Morán escribió: “Nosotros buscamos difundir el arte entre la gente más modesta, aquella que no ha podido asistir a la universidad y que si alguna educación tiene muchas veces es solo secundaria o preparatoria, siendo la mayoría colonos, campesinos, obreros o estudiantes, en fin, lo que pudiéramos llamar la masa del pueblo mexicano” (página 15). Porque sabemos que “el pueblo no solamente no recibe verdaderas obras de arte, no solamente no es despertado, no es invitado, no es alertado para que se disponga a recibir una educación artística, a disfrutar del arte que originalmente sale de su seno, sino que, para acabar de completar esta separación del pueblo del verdadero arte, se le llena de basura. Se va deformando la mentalidad de la gente y cuando ve algo verdaderamente valioso no lo entiende, no lo disfruta, no porque el pueblo sea tonto, sino porque se le ha maleducado, se le ha manipulado, con el claro propósito de venderle porquerías: libros, revistas, periódicos, películas chatarra y venderle los programas de la televisión común y corriente, que son una verdadera porquería; todo tiene el objeto de hacer que el público consuma basura cultural” (página 17).
Los antorchistas promovemos el arte, la literatura y la poesía entre los humildes, porque “la poesía es la expresión más profunda y bella del hombre […]. La poesía no solo se puede leer, también se puede escuchar, sobre todo la poesía declamada, […] porque con la declamación uno se da cuenta de que no es lo mismo leer un poema, donde la letra está congelada, donde las ideas están muertas y las emociones del poeta está allí sin vida, a cuando uno la dice con sentimiento y emoción; he ahí la importancia del declamador y de su calidad, porque el declamador lo que hace es revivir lo que está muerto -relativamente hablando- en las páginas de un libro, le da vida al poema a través de su interpretación. […] La poesía, como parte de la literatura, es el reflejo más profundo del alma de un pueblo. En ese sentido, se le puede llamar poesía a toda la literatura, porque poesía es el arte de crear belleza con la palabra y, por lo tanto, si ésa es también la misión de la literatura, una novela puede ser poesía y una tragedia en prosa puede ser poesía. […] Todo lo que crea belleza con la palabra humana es poesía” (página 33).
Por todo eso, escribió Aquiles Córdova: “La poesía tiene que ser conocida por el pueblo, tiene que ser apreciada y valorada por el pueblo, degustada, gozada, sentida, para que el pueblo se haga cada día mejor y con mejor voluntad, con mejor ánimo, se entregue a las mejoras causas que representan, hoy por hoy, los anhelos de la humanidad entera y, por tanto, los anhelos de los mexicanos que menos tienen” (página 102, en Conferencias culturales).
Por eso decimos: leamos poesía y cambiemos al mundo, porque “la poesía es un arma cargada de futuro”, escribió Gabriel Celaya. ¡Eso mismo pensamos en Antorcha! Hace unos días, la Comisión Cultural Nacional de nuestra organización realizó su I Jornada Nacional de Declamación en casi todas las capitales de los estados de la República. Más de mil 500 niños, jóvenes, universitarios, campesinos, obreros y colonos participaron en este encuentro que, desde luego, es el más grande que se ha realizado en México durante muchos años.
El próximo año, una vez más se realizará la jornada y todos nosotros esperamos que haya más participaciones. Gracias a los declamadores y gracias a quienes, en un país con tantos problemas, impulsan el arte popular.
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