MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

In memoriam, Alfredo Bermúdez Lara

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Alfredo Bermúdez Lara (29/09/1961-28/11/2025) fue activista del Movimiento Antorchista de Sinaloa desde 2020. Se incorporó como solicitante de vivienda en Mazatlán y, en poco tiempo, asumió el compromiso de activista dentro de la organización social.

Era un hombre noble. Sin embargo, el mérito decisivo, el más fundamental de su personalidad, fue aquel sin el cual nada de lo que se diga sobre él, ahora o en el futuro, sería posible y, por lo tanto, creíble.

Su claridad, abnegación y entrega a las causas sociales lo llevó a realizar un digno trabajo en el equipo financiero de Culiacán. Posteriormente se incorporaría en el trabajo político del municipio de El Fuerte y, recientemente, atendía colonias populares de la zona sur de Culiacán. Lector asiduo y trabajador incansable.

Su esposa, Margarita Valdés, es destacada integrante de la Comisión de Finanzas y su hija, Alondra Bermúdez, es vocera de la Federación Nacional de Estudiantes Revolucionarios Rafael Ramírez de Sinaloa y parte de los grupos culturales del antorchismo sinaloense.

Hace un par de días llegó a la oficina de prensa, tomó la última edición de la revista Buzos y después empezó a emitir opiniones claras, precisas. Siempre se lamentó de no haber conocido al Movimiento Antorchista en sus años de juventud y que lo que le quedaba de vida lo dedicaría sin temor a dudas a la educación y organización de sus paisanos sinaloenses, y así lo hizo.

“Compañero, terminé de leer el libro (Fidel Castro, biografía a dos voces de Ramonet) que me prestaste. ¿Qué sigue?”, preguntó hace una semana.

ES YA EL CIELO

Es ya el cielo. O la noche. O el mar que me reclama
con la voz de mis ríos aun temblando en su tramo,
sus mármoles yacentes hechos carne en la arena,
y el hombre de la luna con la boca del cirio,
y viejos de mejillas pintadas en los puertos,
y el horizonte tierno, siempre niño y eterno.
Si he de vivir, que sea sin timón y sin delicia.

Gilberto Owen

Mi respuesta fue inmediata: espere, voy por él. Entré al cuarto y tomé La tormenta perfecta: el caso de los cinco.

Yo estaba plenamente convencido de que lo leería con atención y que no dejaría de sentir la injusticia cometida por el imperio contra los cubanos.

Don Alfred, como cariñosamente le llamábamos, era además un aficionado al beisbol. Cada vez que hablaba del “Rey de los deportes”, lo hacía con mucha pasión y se le venían a la mente sus aventuras.

“Yo me le escapaba a mi mamá para venir a ver los partidos de los Tomateros, caminando desde Emancipación hasta Culiacán, a veces de ride, como fuera, pero yo tenía que estar en el partido; no tenía para los boletos, entonces siempre me les colaba a los policías, que cuando nos cachaban nos correteaban”.

Pido una disculpa por no acordarme de los detalles ni conocer bien los elementos del beisbol. Lo que sí es verdad es que Don Alfred siempre dijo que dejó ir una oportunidad en las pruebas de un equipo profesional de las grandes ligas de Estados Unidos.

Don Alfred tenía otras cualidades. No quiero exagerar en este texto ni mucho menos escribir palabras que no siento.

Era un hombre noble. Sin embargo, el mérito decisivo, el más fundamental de su personalidad, fue aquel sin el cual nada de lo que se diga sobre él, ahora o en el futuro, sería posible y, por lo tanto, creíble. Me refiero al hecho incontestable de que Don Alfredo, en una actitud realmente distinta y superior, dedicó los últimos años de su vida a la lucha por los más desvalidos de Sinaloa.

Los antorchistas, como Don Alfredo hoy, podremos poner sin rubor como epitafio sobre nuestras tumbas, cuando llegue el día, lo que dijo el poeta: “Y cuando llegue el día del último viaje / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar / me encontraréis a bordo, ligero de equipaje / casi desnudo, como los hijos de la mar”.

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