MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

In memoriam Adelaido Alejandro Villarreal

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Sí, era un humilde campesino, no te veía nunca a los ojos hasta saber que “eras gente buena” hubo vivido su vida así, como su labor: sembrando. Llegaba temprano a las actividades siempre, se dedicaba a colectar y a hablar con la gente sobre lo que en verdad era “la Antorcha” su trabajo era duro, pero en verdad que se sentía orgulloso de ella, hablaba de la labor del campo como un artista habla de su creación, a eso de dedicaba, a pintar con sus acuarelas tonos dorados del maíz y los matices del frijol en sus vainas. Era, sin duda un buen hombre.

“Don Pilo”, como le decíamos sus compañeros, siempre tenía algo qué decir en las plenarias, y aunque argumentaba que, por ser campesino, no podía analizar con claridad los problemas, él mismo nos alumbraba: “pónganse a trabajar” decía, -yo ya estoy viejo, y hago mi mayor esfuerzo para poder traer lo que yo puedo colectar en todo el día sin parar, los que son jóvenes deben ser inagotables”. Declamaba y no lo hacía mal, y siempre hablaba del campo cuando entre sus poesías encontraba los versos de José Martí: “Yo también cultivo, cultivo en una fecha una verdura y en otra, otra”.

Era un hombre trabajador y dedicado, no minimizó ni desdeño ninguna labor, fuera esta la mínima o hablar con la gente con su lenguaje que, era humilde, cierto, pero era leal, era honesto, era la voz del pueblo a través de lo que él decía y la gente lo entendía porque hablaba el mismo leguaje, ése que la pobreza nos sabe entender y reconfortaba a la gente al decirle “ya llegaron los de Antorcha, esos nos van a echar la mano”.

La muerte, sorpresiva como de repente es, lo encontró casi en un símil del nacimiento, en un vientre distinto que no era el materno, un vientre de paz acuática que lo hubo apresado y ahí, como un apenas nato, volvió de entre el vientre, mojado pero ahora, no lloraba más, hoy, nosotros le lloramos.

Parece que la imagen de don Pilo llegando temprano a la asamblea, se sienta siempre en el mismo lugar, sí, ahí lo vemos, con los ojos siempre atentos y fijos en quién moderaba y con la atención firme en cada palabra, en cada oración. Ya lo veo ahora, cómo alza la mano y nos dice que hoy, hay que colectar aunque haya calor, aunque llueva, aunque los pies sangren o aunque nuestros receptores no aporten la modesta cooperación, ora se levanta pronto y va hacia el comedor, para saber a dónde dirigirse con su equipo, ora se ha ido, pero no regresa más, físicamente.

Pero aquí, hoy, en la silla donde se sentaba, el lugar que queda pendiente parece iluminarse, por su ejemplo, por su fuerza, por su inquebrantabilidad y por lo grande que nos demostró que fue, por lo grande que puede llegar a ser nuestro pueblo y que, sin duda, lo que Antorcha quiere para la gente humilde.

Aquí seguimos, los que a su ejemplo alcanzó, aquí los que hoy sentimos fragilidad de la vida al ver que él ya no es más, nos pondremos de pie y no dejaremos que su memoria se extinga, será como una tea luminosa que, a partir de ahora, también iluminará nuestra vida. Al compañero, al humilde campesino, al camarada, al antorchista que nos enseñó que una vida fuera de nuestra organización se pierde (a veces hasta en sentido literal) y que solamente tiene sentido, un verdadero sentido cuando se vive en Antorcha, hoy le lloramos y hacemos un pacto de sangre con él: seremos infatigables, seremos inagotables en cada nueva tarea, seremos obedientes y honraremos nuestra existencia al encontrar un bastión más en la vida y el ejemplo del compañero Adelaido.

Gracias por su ejemplo, por su dedicación, por su esfuerzo, por demostrarnos que, en nuestro pueblo, hay un espíritu libre, que es inquebrantable, que trabaja, que se esfuerza y que declama y que a ese pueblo nos debemos. Hasta siempre compañero

Adelaido Alejandro Villarreal

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¡Morir en Antorcha no es morir, morir en Antorcha es vivir!

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