MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Hablemos de transformaciones

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(La Revolución, 3 de 4 partes)

Una vez triunfante la Reforma, se hacía indispensable unificar las fuerzas políticas latentes, otorgar legitimidad al nuevo régimen y obtener el reconocimiento internacional. Tras la muerte de Juárez, asumió el cargo Sebastián Lerdo de Tejada, a quien Porfirio Díaz arrebató el sueño de repetir mandato con el Plan de Tuxtepec. El proyecto liberal de nación dio un vuelco hacia el gobierno de la oligarquía terrateniente. Díaz permitió a la iglesia recuperar poder y propiedades, concilió con caciques y líderes regionales, colocó gobernantes fieles a su proyecto, y desplazó a los opositores, a quienes les permitió enriquecerse para neutralizarlos. Estos acuerdos significaron el desconocimiento de sus compromisos con las clases populares, a quienes trató con autoritarismo y represión; a esta situación se le sumó la crisis que vino con la sucesión presidencial, que generó disputas en los tres grupos más importantes: los liberales de la etapa de la Reforma, los porfiristas clásicos y los "científicos".

Díaz se reeligió, faltando a su propia palabra, mientras Francisco I. Madero pagaba con cárcel su candidatura a la presidencia, al frente del partido antirreleccionista formado por clases medias y sectores poderosos relegados. Después, en el exilio, redactó un llamamiento a la lucha armada que no encontró eco inmediato. Fue el asesinato de Aquiles Serdán lo que enardeció a los sectores populares, que se le unieron con reclamos de tipo social y económico. Regresó a dirigir el movimiento armado, que pocos meses después, se extendía a buena parte del territorio nacional. Díaz renunció, partiendo a Francia.

Con Madero en la presidencia, ascendieron al poder sectores de la clase media urbana y élites desplazadas, pero su gobierno quedó rebasado; quería que las clases populares mejoraran sus condiciones socioeconómicas, pero sin que se afectaran las finanzas de los industriales, actitud contraria a la de los dirigentes populares que emergieron de la revuelta. Sus propuestas reformistas dejaron insatisfechos a casi todos los grupos políticos y clases sociales del país, lo mismo que a diplomáticos e inversionistas extranjeros. Sus vacilaciones dieron lugar a críticas abiertas y a rebeliones armadas encabezadas por Felix Díaz en Veracruz, Emiliano Zapata en Morelos y Pascual Orozco en Chihuahua.

Madero logró derrotar los alzamientos, sin embargo, el triunfo fue solo aparente. La oposición simultánea de Washington y de todos los sectores sociales arriba mencionados, terminaron por hacer insostenible su gobierno. En 1913 Bernardo Reyes y Félix Díaz iniciaron una rebelión que fracasó, pero Victoriano Huerta aprovechó la oportunidad que le presentaba el vacío de poder y asumió el mando de este movimiento; en el "Cuartelazo" en febrero de 1913, Madero fue asesinado. El nuevo gobierno, dominado por políticos porfiristas y favorable a las clases altas del antiguo régimen, de inmediato provocó la oposición de las clases medias y bajas que buscaban conservar los cambios y puestos alcanzados con Madero. El movimiento estuvo formado por tres ejércitos representativos de los sectores que lucharon juntos contra Díaz: el constitucionalista, formado por miembros de la clase media y élites desplazadas, con arraigo en el noroeste y parte del norte, con Carranza a la cabeza; la División del Norte, con miembros de las clases bajas de carácter mayoritariamente urbano, de Durango y Chihuahua, con Francisco Villa; y el movimiento campesino del sur, en Morelos, parte de Guerrero y de Puebla, con Emiliano Zapata. En éstos, desde el principio hubo diferencias claras, basadas en los intereses sociales y políticos de cada estrato representado, que se agudizarían al intentar llevar al triunfo, cada uno, su proyecto político y económico.

Al ser vencido Huerta en julio de 1914, fue el ejército constitucionalista el que tomó la capital del país; Villa quedó relegado en Zacatecas, en franca oposición, y Zapata, que nunca reconoció el liderazgo de Carranza, intercambiaba contra él y sus tropas, tiroteos en las afueras de la Ciudad de México para contenerlo. Carranza intentó establecer un gobierno provisional, sin lograrlo, ante la oposición al interior del ejército constitucionalista, que propuso reunirse con los delegados de la División del Norte. La resultante fue el gobierno de la Convención de Aguascalientes, con Eulalio Gutiérrez como presidente. En ella, Villa y Zapata actuaron como un bloque contra los constitucionalistas, abanderando el Plan de Ayala como base para las reformas sociales y económicas.

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Ante esto, Carranza partió a Veracruz, con miras a la preparación de la contienda. Mientras la Convención se mostraba incapaz de gobernar por falta de experiencia, Villa partió al norte y Zapata intentaba defender la Ciudad de México. Finalmente en enero de 1915, álvaro Obregón pudo entrar al frente del carrancismo. En diciembre del mismo año, después de varias derrotas y deserciones, Villa se marchó a la hacienda de Bustillos, disolviendo la División del Norte, con lo que terminaba su proyecto político. El zapatismo resistiría aún otros cuatro años en Morelos.

La revolución fue en esencia un movimiento de las clases populares, que en un inicio, ante la necesidad de libertad y justicia, se unieron a Madero que representaba a las clases medias y las élites relegadas que peleaban su parte del poder. Madero era un reformador y eso le llevó, una vez vencido Díaz, a incumplir sus promesas, en particular con los más vulnerables. Esto desencadenó realmente la revolución.

Con Huerta recuperó el poder la clase terrateniente, por ello, se unieron contra él los tres sectores más representativos: el campesino, el popular y la clase burguesa. Pero una vez triunfantes, no entendieron que se debía dar la siguiente lucha: la de los pobres que pedían tan sólo justicia y libertad, contra los capitalistas que luchaban por su parte de poder económico y político. Pretendieron, mediante el gobierno de la Convención, conciliar los intereses de clase que han sido históricamente inconciliables. Villa y Zapata intentaron elevarse por encima de las limitaciones de su clase, buscando, cada quien a su modo, conseguir la anhelada justicia para el pueblo pobre; lamentablemente, no tuvieron la claridad necesaria para entender que no se podían establecer proyectos localistas, que se hacía necesario unificar sus proyectos primero, después tomar el poder en el país, para desde ahí, instaurar un gobierno que cumpliera con ese objetivo.

La revolución fue sin duda el primer movimiento social en la historia de México como país, en el que las capas populares tuvieron la oportunidad de estar a la cabeza de la lucha por el poder. Sus principales caudillos, son la prueba de que el pueblo pobre puede darle a la lucha por la liberación de nuestra patria, hombres de gran tamaño, como Villa y Zapata. Sus limitaciones evidencian la necesaria preparación política que permitirá superar la espontaneidad en los momentos históricos de efervescencia social. Muestra de ello fue el haber tenido el poder al alcance de la mano y no haber sabido aprovecharlo.

La Revolución Mexicana que hoy nos presume la historia oficial, no alcanzó las metas que se propuso. Hubo avances, sí; el pueblo fue protagónico, sí, pero lo poco que le fue entregado sólo sirvió para calmar su perpetua inconformidad; pasada la etapa de inestabilidad, las concesiones a los pobres se fueron eliminando paulatinamente. El día de hoy, no podemos hacer un balance positivo de la Revolución, porque, al igual que la independencia y la Reforma, quedó en deuda con las grandes mayorías empobrecidas. Y esa lección la debe entender, antes que nadie, el pueblo mismo, o estará condenado, como reza el dicho popular, a repetir los mismos errores. Sea.

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