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Freud y el mito del destino

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En la mitología griega, la vida individual tiene un destino lineal e indivisible, y es simbolizada por las Moiras, conocidas también como Parcas en la tradición romana. Estas figuras representan el tiempo acotado y finito inherente a los humanos, en contraste con Cronos, el dios que personifica el tiempo cíclico de la naturaleza y del orden cósmico.

En su Teogonía, Hesíodo expone que la Noche dio a luz a las Moiras sin necesidad de unión, siendo estas “vengadoras implacables”: Cloto, Láquesis y Átropo. Aunque hay una contradicción en otra parte de la obra, donde se afirma que Zeus y Temis engendraron a las Moiras, el mito presenta a estas tres ancianas hilanderas que tejen el destino humano. Cloto hilvana la urdimbre de cada vida desde su rueca, Láquesis la mide con su vara, y Átropo, la más pequeña de ellas, corta la hebra cuando llega el momento de la muerte.

 Se nos insta a ser auténticos y auténticas desde muchos medios de publicidad o instituciones, a ser quienes somos para alcanzar la plenitud, pero es frecuente que ese intento se establezca sin haber actuado lo suficiente en el mundo. 

Así, las Moiras son identificadas plenamente con el sentido del destino. El concepto de “destino” o “fatum” estaba relacionado principalmente con la idea de la inevitabilidad y el curso predeterminado de los acontecimientos, que hoy continúa resonando en los cuestionamientos individuales sobre el futuro, sobre la incertidumbre de lo que cada quien será, para qué o por qué.

Se nos insta a ser auténticos y auténticas desde muchos medios de publicidad o instituciones, a ser quienes somos para alcanzar la plenitud, pero es frecuente que ese intento se establezca sin haber actuado lo suficiente en el mundo. Por eso es que muchos intentos de culminar una carrera laboral o académica se ven frustrados. ¿Cómo podemos ser verdaderamente nosotros mismos si apenas hemos vislumbrado el mundo que nos rodea y nuestro lugar en él?

Nos han dicho que nos identifiquemos con nuestros síntomas y olvidemos el mundo exterior. Pero, ¿cómo podemos reconocer quiénes somos realmente si nuestras percepciones del mundo son simplemente reflejos de nuestro ser interior? Freud, al sistematizar descubrimientos platónicos, nos invita a explorar esta dualidad entre lo que somos y cómo nos relacionamos con el mundo. En nuestras vidas modernas, las pirámides majestuosas existen fuera, pero nuestro enfoque se dirige a capturarlas en selfies. ¿Vivimos en el mundo o en una representación de nosotros mismos? Este dilema, planteado sin un sentido peyorativo sino más bien descriptivo, es similar a la alegoría de la caverna de Platón, pues revela cómo nuestras percepciones pueden estar limitadas a meras sombras de la realidad.

La filosofía se pregunta cómo sería la vida fuera de esta caverna, cómo ser un sujeto libre del destino impuesto por otros. Freud pretende liberar al individuo de estas limitaciones, alentando el autoconocimiento y la emancipación del propio destino.

La esperanza radica en que la razón y el espíritu científico puedan dictar el curso de nuestra vida psíquica, liberándonos de ser esclavos de nosotros mismos. No estamos condenados a un destino inmutable; podemos desafiar y trascender nuestros síntomas, escapar de la caverna que nos confina si actuamos con la determinación suficiente de romper el destino que se impone aparente y fácticamente. ¿Por qué entonces arrastramos el peso de nuestro destino? Esta es la pregunta que nos impulsa a explorar, a desafiar las limitaciones autoimpuestas y a buscar la verdadera libertad de ser quienes realmente somos.

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