MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Frente el fascismo que destruye, la defensa es la cultura

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“Tenemos que salir de la ignorancia y para eso hay que ir a los libros, debemos saber que en la creación e inspiración poética del hombre se encierran todas las cosas, todos los sentimientos; lo que piensa, cree, ama y sueña. Todo el mundo espiritual del hombre está en la literatura”, Aquiles Córdova Morán. 

Ya en el poder, el 1 de abril de 1933, el gobierno nazi de Hitler inició una campaña oficial contra los judíos, anunciando un importante boicot de sus productos. Asimismo, en el ámbito cultural y científico se llevó a cabo una limpieza. Bajo esta línea, Joseph Goebbels, ministro nazi de Esclarecimiento Popular y Propaganda, empezó lo que se conoció como la asimilación (Gleichschaltung), revolución cultural para alinear el arte y la cultura alemana con los objetivos nazis. 

El 6 de abril, la Oficina Principal de Prensa y Propaganda de la Asociación anunció, públicamente, una “acción contra el espíritu no alemán” en todo el país, que tuvo como punto culminante una purga literaria o la limpieza (Säuberung) mediante el fuego. El 8 de abril, la Asociación redacta sus 12 tesis, declaraciones que describían los fundamentos de un idioma y una cultura nacional puros. Difundieron las tesis mediante carteles que atacan el “intelectualismo judío”, sosteniendo la necesidad de “purificar” el idioma y la literatura alemanes y exigiendo que las universidades fueran centros del nacionalismo alemán. Los estudiantes describieron su acción como una respuesta a la campaña de difamación mundial de los judíos contra Alemania y una afirmación de los tradicionales valores alemanes.

Es así como en la tarde del 10 de mayo, en la mayoría de las ciudades universitarias, los estudiantes nazis convocaron a altos funcionarios nazis, profesores, rectores y dirigentes estudiantiles universitarios para que se dirigieran a los participantes y espectadores. En los lugares de reunión, los estudiantes arrojaron al fuego los libros saqueados y “no deseados” con gran ceremonia, con bandas musicales, y los llamados juramentos de fuego.

En medio de 40.000 personas mientras Joseph Goebbels grita “¡No a la decadencia y corrupción moral! ¡Sí a la decencia y la moralidad en la familia y el Estado!” se quemaron libros principalmente de Carlos Marx, de Heinrich Heine y de Bertolt Brecht, así como de Thomas Mann y de Erich Maria Remarque. Prendieron fuego a las obras de Erich Kästner, Heinrich Mann y Ernst Gläser. 

Otros escritores incluidos en las listas negras eran los autores americanos Jack London, Theodore Dreiser y Helen Keller, cuya creencia en la justicia social la animó a abogar por los discapacitados, el pacifismo, mejores condiciones para los obreros industriales, y el derecho al voto de las mujeres. No podían faltar los autores judíos contemporáneos más famosos del momento, como Franz Werfel, Max Brod y Stefan Zweig, quien terminó huyendo a Brasil para quitarse la vida junto a su esposa en 1942. También se persiguieron todas las obras de autores extranjeros como Ernest Hemingway, John Dos Passos y al autor de La madre, Máximo Gorki. Decía Heine que “ahí donde se queman libros se acaban quemando también seres humanos”. Según algunas cifras, murieron aproximadamente seis millones en el Holocausto. 

Pero el fascismo no ha quedado atrás, se ha venido manifestando de distintas maneras, unas veces de manera velada y otras abiertamente. La rusofobia ha exhibido el carácter fascista de muchas instituciones y actores políticos, artistas y escritores, pues museos, óperas y festivales de cine de varias partes del mundo han cancelado exposiciones, cantantes y ciclos de películas rusas de sus programaciones, con la justificación de “no aportarle más dinero al gobierno de Vladímir Putin”.

Ni Dostoievski ni Tolstoi se han salvado. La Conferencia de directores de Ferias Internacionales del Libro, entre ellas las de Frankfurt, Bogotá, Bolonia y, para vergüenza de México, la de Guadalajara, han censurado los libros rusos. Hace unos días el periodista Richard Engel de NBC News compartió una fotografía en Twitter en la que se ve una barricada con neumáticos llenos de libros rusos, sobre comunismo y todo lo que huela a URSS. 

Y la censura ha venido escalonando. Leí en voltairenet.org el siguiente encabezado: El gobierno del presidente ucraniano Zelensky ‎ordena destruir 100 millones de libros. La nota decía que el 19 de mayo el gobierno de Kiev, a través del ministerio ucraniano de Cultura y Política de la Información ordenó al Instituto del Libro de Ucrania (ILU) ‎destruir todos los libros publicados en Rusia, en lengua rusa o ‎traducidos del ruso. ‎Según “Oleksandra Koval, directora del ILU y ex presidente del Foro ‎de Editores de ese país, el objetivo de esa orden es garantizar la destrucción de 100 millones de libros que divulgan el mal, y que sólo algunos ejemplares serán conservados en bibliotecas universitarias para servir como objeto ‎de estudio a investigadores sobre el origen del mal. ‎

Aunque nadie debiera estar de acuerdo con la idea de imponer y aniquilar de “Mi lucha”, después de estar prohibido por 70 años, ha vuelto a los anaqueles para ser uno de los libros más vendidos de los últimos años. Pues, aunque pueda servir de inspiración para algunos, es historia y esta no se oculta, sino que se enseña para que la humanidad se vaya superando cada vez más.

Marx decía que “no basta que la idea clame por realizarse; es necesario que la realidad misma clame por la idea”. Estaba convencido que una idea demuestra su superioridad en la práctica. La crisis por la que atraviesa el mundo pone en la palestra las ideas de las clases en lucha.

Aquellos que hoy censuran o promueven la censura, sepan que no están aportando en favor de la libertad y paz de Ucrania, sino que son cómplices de aquellos nazis que acaban de decretar la quema de libros.

Por nuestra parte, todos aquellos que estamos en contra de esta absurda censura, tenemos la tarea de construir una sociedad que defienda la cultura nacional e internacional, donde los libros se lean, se discutan. Para ello los clásicos son indispensables, donde los autores rusos siempre han ocupado un lugar preponderante.

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