Un error histórico en el que hemos reincidido los mexicanos una y otra vez es creer que, en cada proceso electoral, los problemas de desigualdad socioeconómica serán erradicados dirigiendo nuestro voto a un personaje diferente de la política o inclinándonos por un color distinto de partido. Esto es consecuencia de que como sociedad atribuimos los males que nos aquejan a las voluntades individuales de quienes asumen el poder; sin embargo, la realidad nos ha demostrado que esto es una falsedad.
El hecho de que en el país se vote por un nuevo partido o por un nuevo presidente, no es garantía de que las condiciones de miseria, en las que se encuentran miles de personas, cambiarán, y esto es así por la simple razón de que las causas de dicha miseria son sistémicas y que, por tanto, el cambio no puede provenir de la fuerza de un solo individuo, sino que requiere de una gran fuerza popular, consciente y organizada.
Lo anterior se ilustra perfectamente con la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador en el 2018, pues, de acuerdo con el mandatario, el proclamado gobierno de la Cuarta Transformación (4T) sería, entre otras cosas, una administración que velaría por los intereses del pueblo pobre de la nación, esto, partiendo del supuesto de que es la corrupción la madre de toda la desigualdad imperante en México.
Toda vez que López Obrador ha hablado de la realidad del país ha retratado una nación distinta a la que gobierna. La política del presidente ha sido, entre otras cosas, buenos deseos y raquíticos resultados, pues sus acciones han sido insuficientes y a veces contrarias a las necesidades de los mexicanos. Esto es claro, por ejemplo, en el mal manejo que el gobierno ha dado a la pandemia, en donde tenemos que las medidas sanitarias, sin un plan de apoyo a los sectores más vulnerables han causado que, durante el 2020, un millón 10 mil 857 negocios serraran sus puertas definitivamente debido a la crisis generada por la pandemia, esto de acuerdo con cifras del Inegi, y mientras esto sucedía, el gobierno no reparó en seguir priorizando el financiamiento de sus obras estrellas (Tren Maya, Dos Bocas y Santa Lucía). Otro ejemplo es el inhumano desinterés de abastecer los hospitales con medicamentos, en donde los niños con cáncer han sido las principales víctimas de esta acción política; de igual modo, está el caso de Félix Salgado Macedonio, quien fue acusado de violador y en lugar de recibir castigo, será candidato a gobernador de Guerrero por parte de Morena, mientras el partido se declara feminista.
Otro de los problemas de este personaje político, que no podemos perder de vista, es su odio rotundo a la organización del pueblo, lo cual sostengo al decir que los programas de transferencia monetaria que ha implementado tienen –a mi parecer– el objetivo de alimentar el individualismo (el interés por el bienestar propio y de los pequeños círculos familiares) y no permitir que las personas conciban la idea de que la unidad de sus fuerzas es lo único que puede cambiar las malas condiciones materiales en las que se encuentra. A esto, habría que agregar sus constantes ataques a las organizaciones sociales estigmatizándolas como “corruptas” e “intermediarias”. Quiero aclarar que no estoy en contra de que se apoye al pueblo, lo que no tolero es que se le mienta, quintándole las obras públicas (calles, pavimentaciones, escuelas, etcétera) a cambio de las transferencias ya mencionadas, y que encima se condene el único medio para su emancipación que es la organización popular.
Ahora bien, ya lo dijo una vez Arturo Capdevila, “es menester que hablemos, bien a bien, mal a mal, y cara a cara”, es necesario que el pueblo interiorice –esto ya lo digo yo–, por muy de redentor que se vista el fulano, él sólo no podrá con la tarea de emancipar a la clase trabajadora del sistema económico que la oprime, uno, porque si hablamos del caso concreto de AMLO parece no entender ni la verdadera causa del problema ni tener ganas corregir la política que ha querido vendernos desde su llegada.
Algunos se preguntarán cuál es el camino, a lo que yo puedo contestar que, sin duda, lo es la educación y organización de la clase trabajadora, con el propósito futuro de tomar las riendas del poder político del estado. Este, como algunos sabrán, es el propósito que ha abanderado el Movimiento Antorchista Nacional desde hace 47 años y dentro de sus estrategias para crear a los hombres y mujeres nuevos de su proyecto, han impulsado lo que se conoce como Espartaqueada Cultural o Deportiva (dependiendo el caso).
En este 2021, el evento mencionado celebra 35 años de existencia y Antorcha ha decidido celebrarlos de manera virtual, llenando las redes sociales con folclore mexicano, ejecutado ni más ni menos que por los grupos culturales de cada uno de los estatales donde se tiene presencia, y justamente esos grupos están conformados por estudiantes, colonos, amas de casa y campesinos.
Ante la realidad actual, en donde miles de personas han perdido su empleo y donde hasta el momento en el que se escribe este texto, según el ranking de Bloomberg, México es el peor país para vivir durante la pandemia, con un registro de 2 millones 208,755 de casos confirmados de la covid-19 y un total de 199 mil 627 fallecimientos oficiales (ante estos desastrosos y dolorosos resultados de la 4T), la Espartaqueada que impulsa Antorcha, es sin duda alguna, una aspirina del tamaño del mundo.
Esta celebración de 35 años de sembrar arte, que es la Espartaqueada, tiene como propósito alimentar el espíritu del pueblo, hacerle ver que la batalla aún no termina, que un mundo mejor es posible y, más que nunca, necesario. Es así que, cantando, bailando, declamado y haciendo arte en general, los pobres organizados en Antorcha están dando un grito de protesta en contra de la desigualdad social, que no sólo le ha arrebatado mucho en términos económicos, sino también en el terreno de sueños, metas y aspiraciones.
Para terminar, México puede cambiar para el bien de todos y esto se podrá materializar en cuanto más mexicanos comprendan que la solución no es votar por “lo nuevo”, sino por lo que más le conviene al colectivo y, sobre todo, entendiendo que debemos de organizarnos, educarnos y formar nuestro propio partido de clase, para así, una vez adueñados del poder, gobernar para el bien nuestro.
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