Texcoco, Estado de México. El olor del drenaje se mezcla con el polvo de las calles sin pavimentar. En la colonia Ampliación Víctor Puebla, en Texcoco, los vecinos caminan con botas para evitar el lodo. Cuando llueve, el agua sube hasta las rodillas; cuando el sol aprieta, el aire se llena de tierra y moscas. “Aquí no se vive, se sobrevive”, dice Sandra Lozano, vecina desde hace catorce años.
Las familias pagan por servicios que deberían ser derechos. Compran agua, vacían sus fosas, nivelan las calles. Todo con sus manos, su dinero y su cansancio.
“Queremos que la gobernadora nos voltee a ver —reclama—. En campaña vino su gente a pedir el voto, y aquí estamos igual: sin drenaje, sin agua y con las calles hechas un desastre. Cada vez que llueve, se mete el agua a mi casa. Tengo que esperar a que pare para poder sacarla con cubetas. Esto está asqueroso. Vivimos entre la mierda”.
A unos metros, el canal de desagüe corre al aire libre, negro y espeso. Lo que debería ser una salida de aguas residuales se ha vuelto un foco de infección. Las casas, hechas con bloques y techos de lámina, parecen flotar entre charcos y cascajo. En temporada de lluvias, las pipas de agua potable no entran; en época de secas, hay que comprarlas. “A veces llenan sólo si tienes cisterna grande —cuenta Guadalupe del Valle, también de Víctor Puebla—. Si no, te dicen que no conviene y te dejan esperando. Y si se llena la fosa séptica, hay que ir a corretear al Vactor del ayuntamiento para que venga a vaciarla”.
El Vactor, esa enorme pipa succionadora, se volvió una figura mítica en la zona: llega tarde, cobra caro y no alcanza. En Guadalupe Victoria, Marisol Suárez Arreola dice que la delegación lleva lista de espera para usarlo. “Si te toca, bien; si no, pues ni modo. A veces hay que pagar porque venga de otro lado. Y si no, la fosa se desborda y el olor se mete a la casa”.
En la colonia Fray Servando Teresa de Mier, Elsa Ronson ya perdió la cuenta de cuántas veces pidió drenaje. “Nos prometen y prometen, pero no nos hacen caso. El agua sucia ya se sale de las fosas y caminas entre los charcos. Ya hay niños enfermos, con infecciones. No hay medicamentos en el centro de salud. Sólo pedimos drenaje, nada más eso.” A su lado, Angélica Domínguez, también vecina, lo resume así: “Pagamos impuestos, pero no tenemos derecho a lo básico. No queremos lujos, queremos drenaje. Es una necesidad, no un capricho”.
Las dos miran la calle: un camino de lodo, sin banquetas, con charcos que reflejan un cielo gris. No hay pavimento ni alumbrado público. “En otras colonias tienen parques, nosotros ni eso. Aquí no invierten nada”, añade Angélica.
En esta zona viven cientos de familias. Luis Sergio Hernández Sáenz, vecino de la colonia Ampliación Víctor Puebla, dice que cada temporada de lluvias el puente de Fierro se convierte en un punto de riesgo. “Cada año se inunda. Ya estamos cansados de pedir atención. La gobernadora no nos ha recibido nunca”.
Agua comprada, salud perdida
El acceso al agua potable en Texcoco no es igual para todos. Según datos del Inegi 2020, el 94 % de las viviendas mexicanas tienen agua entubada, pero eso no significa que sea constante o de calidad. En municipios con fuerte crecimiento urbano, como Texcoco, el número de viviendas conectadas a la red es alto en el centro, pero las orillas viven de pipas.
En la Ampliación Víctor Puebla, la pipa cuesta entre 150 y 300 pesos, dependiendo del tamaño del contenedor. Para muchas familias, equivale a dos días de salario. “Yo lleno botes chiquitos —dice Guadalupe—, porque no tengo cisterna. Y hasta que no se vacían completamente, no vuelven a venir. Nunca venden “media pipa”, tiene que ser toda”.
Mientras el agua se vende, el drenaje se desborda. En Fray Servando Teresa de Mier, las fosas sépticas están al límite. “Ya es un problema de salud pública —explica Valeria Jiménez—. Sufrimos de las vías respiratorias, de la garganta, de los ojos, de la piel, y no tenemos apoyo de ningún lado. Ya fuimos a hablar con la gobernadora. Exigimos y no nos atienden”.
En la voz de Miriam Torres Gómez, habitante también de Víctor Puebla, hay un tono que mezcla decepción y enojo: “Delfina ni su sombra se ha visto aquí. Cuando llueve, todo se inunda. Hemos ido a Conagua, al ayuntamiento, y nada. Siempre se echan la bolita. Tenemos que meternos entre la suciedad para desahogar el agua. Ella prometió que Texcoco no tendría colonias rezagadas. Pues aquí estamos igual”. Miriam recuerda que votaron por ella, que creyeron que por ser mujer y de Texcoco entendería las necesidades. “Pero no. Sólo queremos vivir como seres humanos. Ya estamos hartos. Si no nos escucha, que se atenga a las consecuencias. No es amenaza, es advertencia. La gente está cansada”.
En las colonias llamadas antorchistas, el pavimento es una ilusión. Las calles son de tierra y piedra. Los mototaxis se han convertido en el único transporte viable. Erick Sánchez, uno de los choferes, explica: “Nos toca arreglar las calles por nuestra cuenta. Les pedimos maquinaria y nos dicen que no, que somos colonia irregular. Si no nos ayudamos entre nosotros, nadie lo hará. Somos los que transportamos a los vecinos, y por los baches se descomponen las motos a cada rato”.
Cada reparación cuesta tiempo y dinero. “Perdemos la mitad del día y de lo que ganamos. Y si trabajamos doce horas, apenas sacamos para comer. El gobierno sólo quiere nuestro voto. No le interesa nuestra vida.”
El relato se repite en todas las colonias: el agua que se compra, el drenaje que no llega, las calles que se hunden. En cada voz hay un reclamo: ser vistos. “No queremos pelear —dice Nora Lara, vecina de Ampliación Víctor Puebla—, sólo que cumplan lo que prometen. Aquí ya hay luz, teléfono, todo. Votamos por ellos. ¿Por qué no nos regularizan? Queremos pagar impuestos, que con eso se haga el drenaje, el agua, el pavimento. No se vale vivir así”.
El contraste con los datos oficiales es brutal. El Inegi señala que sólo 6 % de las viviendas mexicanas carece de drenaje, pero en las colonias pobres de Texcoco ese porcentaje se multiplica. Mientras en el centro los parques lucen cuidados, en los márgenes la gente saca el agua con cubetas. En Texcoco hay dos mundos: el de las avenidas pavimentadas y los parques nuevos, y el de las colonias donde el polvo y el lodo se alternan según el clima. Las familias pagan por servicios que deberían ser derechos. Compran agua, vacían sus fosas, nivelan las calles. Todo con sus manos, su dinero y su cansancio.
Sandra Lozano lo dice con claridad: “No queremos insultar a nadie, sólo exigir lo que nos corresponde. Si fuéramos gente mala, cerraríamos las carreteras. Pero no lo hacemos. Queremos hacerlo legal, pacíficamente. Queremos drenaje, agua, pavimento. Queremos vivir dignamente”.
Mientras las autoridades estatales vienen a informar en Texcoco, posan para la foto y presumen que han dado resultados, en las orillas del municipio hay familias que siguen viviendo en el abandono. En los informes oficiales, Texcoco aparece como “urbanizado”; en la vida real, el lodo y el olor del drenaje cuentan otra historia.
¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI haya familias que paguen sus impuestos, que paguen por el agua y respiren aire contaminado del drenaje? Eso no puede ser. Las promesas de campaña se repiten cada sexenio mientras las calles se siguen inundando. Desgraciadamente, los niños se enferman por la tierra que tragan, y los adultos, por el agua que no tienen.
“Nos prometieron progreso —reitera Marisol—. Pero aquí seguimos, esperando”.
0 Comentarios:
Dejar un Comentario