Cuando era niño me impresionaban los cuentos, revistas, libros o películas de terror. Después, en la medida en que tuve uso de razón, me parecieron inaceptables por lo absurdo, ridículo e irracional de la existencia de monstruos tales como: vampiros, momias, brujos, zombis, etcétera.
Al rastrear el origen de cada uno de ellos, encontré que son producto de la creencia popular o de la imaginación o fantasía de un artista. La mayoría de ellos son recursos literarios de los que se ha valido el autor para exponer temas complejos, para hacer tangibles o visibles problemas sociales o psicológicos que de otra manera es más difícil abordar y explicar. Tal es el caso, por ejemplo, de Frankenstein de Mary Shelley.
El modelo de capitalismo estadounidense se ha convertido en una monstruosa pesadilla que afecta tanto a sus ciudadanos como al resto del mundo.
Muchos, casi todos esos personajes del terror, han sido explotados por la industria cinematográfica con fines comerciales, desvirtuando o tergiversando en gran medida la obra literaria y provocando, en el público desconocedor, un profundo sentimiento de aversión, miedo y terror a estos supuestos monstruos, que, como se puede entender racionalmente, es totalmente injustificado.
Es natural que el cine comercial, concebido sólo como negocio, tergiverse y desvirtúe la obra literaria; necesita explotar lo que sea, entre ellos el miedo, el morbo y la ignorancia, para vender la película o crear el interés por acudir a las salas de cine, en donde el negocio es redondo por el costo de los boletos y todo lo que en él se vende, logrando, de esta manera, jugosas ganancias.
Pero lo que la imaginación humana ha concebido como literatura o forma de expresión de temas trascendentes, y que pareciera inconcebible en el terreno práctico, a veces parece superada por la cruda realidad.
Me refiero, por ejemplo, a los zombis, seres sin conciencia, con comportamiento autómata, que supuestamente están muertos, pero que han sido reanimados mediante brujería o magia negra.
Tal creencia o mito se originó en Haití, donde las leyendas contaban que los hechiceros vudú usaban una poción misteriosa para poner a las personas en un estado similar a la muerte, pero con la capacidad del hechicero de revivirlas a voluntad.
La literatura, por parte de Pierre-Corneille de Blessebois, contribuyó en 1697 a dar a conocer más el mito, el cual se fue haciendo más conocido hasta que en 1929, con el libro La Isla Mágica de William Seabrook, y luego con diversos filmes que explotaron el tema, estos mitos trascendieron al mundo entero.
Desde entonces, la palabra zombi ha estado relacionada con el luto, la muerte y la esclavitud. Todo lo anterior dentro del terreno misterioso, fantástico y terrorífico para quien lo quisiera tomar como verídico.
Pero lo que, desde el punto de vista real, de acuerdo con la cultura popular haitiana, resultó siempre imposible en la práctica, en la realidad de la sociedad norteamericana se presenta de una manera real.
El modelo de capitalismo norteamericano fue siempre concebido como el modelo de sociedad al que todos debíamos aspirar, como lo mejor y el máximo exponente de la prosperidad; el modelo de sociedad al que millones o todos los seres humanos deberían aspirar. Esta sociedad fue llamada “el sueño americano”.
Sin embargo, resulta que el tan famoso sueño americano no se ha concretado (salvo para unos cuantos privilegiados billonarios) y lo que desde hace tiempo se había venido evidenciando, y de una manera cada vez más cruda e inhumana, es que dicha sociedad está enferma.
Hablamos de todo tipo de males: una abismal desigualdad social, al grado de que el 30 % de la población no tiene acceso a una vivienda y se ve obligada a vivir en un auto porque no puede adquirir una vivienda ni pagar el alquiler de un departamento.
Asimismo, hay un racismo exacerbado y brutal que los impulsa a cometer abusos y brutalidades inimaginables contra los negros, mexicanos y centroamericanos; ciudadanos traumados y desquiciados que compran armas de fuego y salen a la calle, escuelas, centros comerciales o adonde se les antoja a cometer masacres contra gente totalmente inocente.
Lo anterior sólo por mencionar algunos casos, pero que ilustran en el sentido de que el sueño americano no es tal, sino sólo propaganda de un capitalismo descarnado, salvaje y brutal en contra del ser humano, que cada vez más muestra su verdadera cara como un país de verdadera pesadilla para sus ciudadanos y para el mundo entero.
En este infierno americano se presenta de manera incontrolable la venta de drogas, entre ellas el fentanilo y los nitazenos, que consumidos en dosis mínimas están convirtiendo a los adictos en verdaderos zombis.
Las cifras de muertos por fentanilo, en 2022, fueron de 100 mil y en 2024 se estima que cada cinco minutos muere una persona por el consumo de dichas drogas. ¡Algo verdaderamente espeluznante!
Son seres humanos reales, algunos de ellos quizás hasta talentosos, pero que al consumir las drogas de referencia se pierden totalmente de este mundo, pierden el control de su cuerpo y quedan inmovilizados o realizando movimientos grotescos y descoordinados, casi tal y como los mitos y leyendas haitianas describen a los zombis. No son muertos o seres a los que se haya revivido, están vivos, pero como si estuvieran muertos.
A diferencia de los zombis de las leyendas haitianas o de la ficción literaria, los consumidores de fentanilo y nitazenos se han convertido en seres vivos que prácticamente están muertos, pues son inútiles hasta para sí mismos, su familia y para toda la sociedad que, por cierto, también los ha abandonado.
En esto ha terminado el sueño americano.
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