MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

El nacionalismo y el discurso histórico

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Es posible rastrear la construcción de un relato histórico montado sobre la terna Independencia-Reforma-Revolución, pues esta concepción etapista no es nueva y bebe mucho de la interpretación positivista del siglo XIX. Hay historiadores que han hecho la labor; Ana Santos, siguiendo a Thomas Benjamin anota que esta interpretación nace como una necesidad de los rebeldes de la Revolución Mexicana para insertar el movimiento que abanderaban dentro de una tradición histórica para darle fuerza y legitimidad a su lucha.

La lectura del pasado mexicano del grupo actual en el poder; es decir, de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y de Morena, no se aleja de la interpretación del priísmo menos social -el posterior a Lázaro Cárdenas- y además replica el discurso nacionalista, la historia de bronce, el panteón de grandes héroes y los mitos construidos a raíz de éste. A esto se le suma la noción de que a partir de 2018 comenzó otro hito, otro quiebre histórico definitivo para nuestro país: la Cuarta Transformación (4T).

Si es posible hacer una comparación existen similitudes de los usos del pasado de la 4T con la época de Miguel Alemán Valdés, pues ya en ese momento, intelectuales como Leopoldo Zea habían ensayado esos famosos cortes y disecciones de la historia de México y planteaba al mexicano como resultado de tres transformaciones: la política que comenzó en 1810, la mental, con la Reforma Liberal y la económica-cultural en la Revolución Mexicana. Si algo dista entre las interpretaciones quizá es que en ésta Leopoldo Zea hay más profundidad teórica que en López Obrador

La apropiación del pasado por las élites en el poder ha sido en gran medida una cuestión de utilidad: se apropian de este discurso porque es útil, porque sirve, porque a partir de él se pueden extraer muchas enseñanzas moralizantes; la apropiación no es un plagio sino una herramienta. La manera en cómo se enseña la historia en la educación básica no tiene como objetivo el estudio del pasado y la comprensión de los fenómenos que nos interpelan hoy en día sino la exaltación de un sentimiento nacionalista.

Este nacionalismo replica la interpretación maniquea de la historia; la historia de buenos y malos, blancos y negros. La historia de los héroes que guían al pueblo ciego sin conceder a las masas la capacidad de acción. Es una historia que niega al pasado y al movimiento y reniega de la participación plural e independiente de muchos grupos sociales marginados y condenados por el tránsito del progreso. El pasado está sólo como telón de fondo porque legitima el proyecto político del presente.

Por esa razón la utilidad del discurso está en moldear las conciencias, en moralizar a la población haciendo de la patria algo sagrado, que oculta la gran desigualdad existente. En suma, estas interpretaciones tienden a ser reaccionarias pues no tienen como objetivo entender los procesos y las estructuras sociales que perviven en la sociedad contemporánea y luchar por cambiarlas, sino que proponen el conformismo, la inmovilidad y la aceptación total.

Por eso es importante dejar de leer la historia desde el lente del nacionalismo, o no sólo desde esa posición, pues muchas veces el nacionalismo es estático, folclórico, se apropia del indígena, el obrero y el campesino en abstracto, pero no le interesa la superación de los problemas del indígena, el obrero y el campesino concretos, de carne y hueso.

Cuestionar el uso político del pasado no es no querer a México. Querer a nuestro país no es quererlo tal cual se nos ha heredado, es luchar por la emancipación y por cambiar todo aquello que lastra a las clases trabajadoras, sujetos generalmente marginados y vilipendiados.

 

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