MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

El mito del progreso

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¿Decir que no se cree que el progreso no es tanto como blasfemar? Si se pone atención y cuidado a las palabras que la política ha casi patentado, no se nos podrá escapar la cantaleta permanente de que todo se hace en aras del progreso; el adjetivo puede cambiar dependiendo de las circunstancias, y es a gusto de cada uno: progreso humano, progreso social, progreso nacional.

Sin embargo, una vez escudriñados los discursos, uno descubre que la musa que los inspira es la demagogia, esa ninfa advenediza a la que se desprecia en público pero se halaga en privado. En la mayoría de los casos estos speeches son huecos, insulsos, cansinos e inútiles, pero tienen la gracia de conquistar al auditorio hablando del progreso que, por la misma vaguedad de su significado, hace que el público confunda el vacío con la profundidad.

Existe, sin embargo, un misterio que ha envuelto a la idea de progreso desde hace siglos. Tanto en el discurso desabrido de Napoleón en el 18 brumario, tal vez uno de sus pocos descuidos políticos, como en la justificación de la conquista británica en la India o la conquista española en territorio americano, la palabra progreso ha atravesado los oídos y las conciencias dejando al público tan ignorante como lo encontrara antes, pero profundamente satisfecho.

La idea de progreso tiene la magia de tranquilizar las conciencias sin necesidad de cambiar la realidad, por eso es tan útil en nuestra sociedad y en todas las anteriores. Por esta razón es necesario que profundicemos en este concepto, que lo abordemos con valentía, enfrentándonos a él con la espada desenvainada y no con la sumisión con la que hasta ahora se le ha tratado.

¿A qué se refiere la política, la ciencia y la prensa cuando hablan de progreso? ¿Cuáles son los acontecimientos que preceden a este enigmático concepto? Si ponemos atención es normalmente la ciencia a la que se recurre para justificar esta idea. Cada nuevo descubrimiento científico, cada hallazgo interplanetario o la creación de una nueva máquina, un nuevo método de explotación de la tierra, constituyen la base del progreso.

El hombre llegó a la luna en 1969 y hoy, todavía, repetimos casi a coro la frase un “un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”. Se descubrió agua en marte gracias a la inversión de cientos de miles de millones que permiten que hoy un pequeño robot camine sobre la superficie marciana; la prensa lo difunde porque hemos logrado conquistar un nuevo planeta (lamentablemente este ha sido ya completamente cubierto). Gracias al descubrimiento de minas de litio en África, las industrias de telefonía lograron desarrollar una nueva tecnología que permite al hombre comunicarse a millones de metros de distancia y hasta por debajo del agua ¡arriba las copas y a brindar por este nuevo y gran hallazgo! Podría seguir por esta línea, pero considero que mi punto ha quedado claro.

Una vez que el poder presume estos logros científicos que benefician a toda la humanidad y por los cuales debemos estar agradecidos, entra en acción la política. A ésta corresponde convencer a la audiencia de que, en efecto, el progreso ha iniciado y nada podrá detenerlo, que en cada aspecto de nuestra vida se verá realizado y multiplicado lo que a nivel universal la ciencia ha logrado.

De esta forma, la idea de progreso, esa mesalina ideológica, se presta sin remordimientos a su nuevo amo. Se presumen grandes obras, creaciones impactantes, de relumbrón; edificios gigantescos en las grandes ciudades, puentes colosales, trenes velocísimos, y se vende la idea de que, pese a todo, la humanidad y la nación van por el mismo camino, el único que es posible seguir, el camino del progreso. No voy a seguir enlistando frases e ideas que, a estas alturas, el lector ha descubierto por sí mismo. Ha llegado la hora de decapitar a esta seductora gorgona que petrifica a todo el que se le acerca.

El progreso que se nos vende, el progreso que se nos presume sí existe, es innegable, plausible y real. Existe cuando las grandes empresas se benefician de estos descubrimientos, existe cuando los dueños del mundo encuentran un método para explotar y exprimir más al trabajador; existe cuando las naciones imperialistas descubren una nueva veta de minerales en un país olvidado y se arrojan vorazmente sobre ella en nombre del progreso de todos. Este progreso, como toda creación ideológica, es útil para una pequeña y cada vez más microscópica clase, pero, a su vez, y, en consecuencia, un fardo cada vez más pesado para una inmensa y enorme mayoría.

El progreso también es una cuestión de clase. ¿En qué beneficia a los trabajadores que ahora podamos caminar entre los cráteres de la luna, si las únicas calles que se nos permite pisar son las de los barrios y los arrabales, llenas de baches como cráteres? ¿De qué sirve inventar una máquina que produce miles de productos en un día si al hombre común no le alcanza ni para comprar el pan que le permita sobrevivir? ¿Qué nos importa que lleguen robots a Marte, que inventen carros y trenes velocísimos, si nada, absolutamente nada de eso, va a mejorar la vida de la humanidad? Nosotros sí creemos en el progreso, de ninguna manera somos enemigos de la ciencia, pero, a diferencia de la idea que se pregona, nuestra idea de progreso no radica en los avances científicos y en las mega obras gubernamentales. Para nosotros el progreso es la mejora en las condiciones de vida de la gente, el incremento del bienestar social, la felicidad de los pueblos.

La ciencia en el capitalismo ha perdido la brújula, no está al servicio de la humanidad, no es progreso real. Es un instrumento del capital y mientras incremente las ganancias y la riqueza será útil. Nosotros, que creemos en el progreso, pero en un progreso radicalmente diferente, debemos enfocar nuestros esfuerzos para que algún día, no muy lejano, toda la inteligencia y capacidad humanas, canalizadas por un sistema social distinto, que no será sólo una mano de pintura sobre el discurso, una consigna para nuevas ambiciones realice las expectativas que el porvenir tiene reservadas a la humanidad.

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